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domingo, noviembre 12, 2006

AL PUEBLO CORRESPONDE LA RECUPERACIÓN DEL ORDEN REPUBLICANO.

Rolando Cordera Campos


La estridencia.

La izquierda marcha, hace mítines, proclama y reclama. La derecha hace ruido y produce cacofonías que amenazan volverse ensordecedoras. La izquierda moviliza y hasta alucina un poder de la movilización que luego le cuesta caro. La derecha renuncia a la prevención y propone la represión frente a ideas y realidades cuyo tiempo llegó y que sólo puede posponer mediante la distorsión infame de la realidad y la imposición del miedo como recurso último antes de improvisar un jaripeo y "montar el animal", aunque en ello le vaya la vida al país, fragmentado pero país al fin, que hemos podido construir entre abuso y tontería definida como pliego de mortaja por póstumo decreto presidencial.

El discurso altisonante se apodera sin contemplaciones de la escena política y contamina la vida local, comunitaria, regional. Con todo y sus diferencias y distancias en ingreso y calidad de vida, México es un mosaico unificado por la desazón y la incertidumbre que la violencia policiaca o clandestina vuelve intensas y profusas.

La estridencia se vuelve uniforme y articula las relaciones sociales. Los extremos de la injusticia social someten al precario centro político y mental de la República, y la vía de la cooperación y del compromiso entre clases y grupos políticos se cierra con los días. Este es el legado del que el presidente Fox no podrá jamás desafanarse, aunque su circunstancia trashumante le permita ahora decir una y mil tonterías.

La estridencia se vuelve estructural pero la derecha la hace suya en dichos y hechos, con tal de confundir todavía más las coordenadas a disposición de la sociedad para tratar de recuperar el rumbo perdido en estos desastrosos años de la alternancia.

Desde inventar conjuras y complicidades triangulares entre AMLO, APPO y los armados, hasta conminarnos a "apretarnos el cinturón" porque las petro vacas se vuelven flacas, los grupos dominantes que aspiran a ser gobernantes despliegan una suerte de estrategia de la histeria que busca contagiar de ofuscación lo de antemano irritado, de pavor lo de por sí atemorizado y así construir un cuadro de perdedores donde el único ganador sea el que presuma tener el monopolio legítimo de la fuerza, siempre y cuando se haga caso omiso de los mil y un sicarios en armas y de los dos mil ajusticiados registrados en lo que va del año y que, esos sí, nos aclaran el panorama y nos ponen frente al espejo de la decadencia de un régimen cuyas honras fúnebres se festinaron irresponsablemente con un visita inaugural a la Villa de Guadalupe el primero de diciembre del año de (des)gracia de 2000.

Con la campaña del miedo y de exaltación de los más primarios valores clasistas, que rayaron en el racismo, la coalición de derecha que se impuso en las elecciones destapó una Caja de Pandora que no podrá cerrar inventándose un centro con importaciones de ocasión adquiridas en la venta de garaje del PRI.

Tampoco lo hará si se empeña en reproducir el formato corporativo que le ofrece un SNTE cuya "gloriosa victoria" electoral con los días se torna pírrica a más de corrosiva para el propio sindicato y para el Estado en su conjunto.

Y sin una coalición efectiva que al menos le permita soñar con volver al centro, el PAN no tiene futuro y su gobierno se asoma al precipicio de soluciones represivas sin fecha de término, es decir, sin esperanza alguna de fincar en algún momento cercano una auténtica forma de gobernar con la ley y la legitimidad que no es cosa del pasado, sino condición sin la cual no se entra al festín de la globalidad.

Si todo esto es lo que pasa, a la izquierda le corresponde la difícil tarea de erigirse en discurso y partido de la recuperación del orden republicano y de la tranquilidad social y la cooperación política. Pero el tiempo corre y las comunidades no parecen dispuestas a esperar demasiado.

Más que "deslindarse" de las opciones violentas, de revolución armada y demás delirios, del movimiento progresista se espera la más clara y tajante declaración de responsabilidad democrática, es decir, de compromiso con la vía pacífica para la política y con la vía constitucional para la reforma del Estado y de una economía cercenada que no crea empleo y expulsa a los jóvenes.

La estridencia pertenece al otro lado y es obligado asumirlo ya, antes de que todos acabemos sometidos al rumor destructivo de la violencia.

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