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jueves, julio 05, 2007

Aniversario

Ya casi nadie habla hoy en día de esto, pero mañana viernes 6 de julio se cumplen 19 años de la controvertidísima y muy desaseada elección que instaló a Carlos Salinas de Gortari en Los Pinos.


19 años en los que muchas cosas han cambiado en México, pero también en que muchos de los viejos vicios del arcaico sistema autoritario han resucitado, si no es que de plano nunca se han ido.
Aquel miércoles por la noche de hace casi dos décadas, muchos mexicanos asistíamos con indignación al indignante atraco realizado por el PRI-gobierno en contra de la voluntad ciudadana. Eran tiempos en que la oposición no tenía espacios en los medios de comunicación, y si los tenía era por ser blanco de ataques, calumnias, infundios, y mentiras urdidas desde el poder y repetidas con meticulosidad por los jilgueros del oficialismo (Jacobo, ahi te hablan, no te hagas).


Cuauhtémoc Cárdenas, candidato de una amplia coalición de izquierda en aquellas elecciones, logró aglutinar a su alrededor a un sector mayoritario de la sociedad mexicana que buscaba un cambio. Y tuvo que luchar contra toda la fuerza del sistema, que por mantener sus privilegios fue capaz de todo, incluso del asesinato. Dos días antes de la jornada electoral fueron encontrados los cuerpos de dos cercanos colaboradores de Cárdenas, afrenta descarada a la que sin embargo el afortunadamente ya putrefacto Fidel Velázquez se refirió despectivamente como "un pleito de cantina".


Y ni así pudo el sistema impedir que Cárdenas se alzara con la victoria en esos comicios. Tuvo que implementarse el operativo de fraude electoral más descarado, con robo a mano armada de urnas, intimidación a votantes, alteración de cifras en las actas, boletas apócrifas, y miles de irregularidades más, para que Salinas saliera "vencedor". El coraje popular fue enorme. La gente estaba harta y dispuesta a todo.


Y Cárdenas la desmovilizó. En un acto que algunos mencionan como de enorme prudencia política, y otros desacreditan como "pusilanimidad", Cárdenas no fue más allá de unos cuantos mítines y el llamado a la gente a formar un nuevo partido político, el PRD. Contra quienes estaban dispuestos incluso a tomar las armas, el cardenismo ofreció la válvula de escape de la participación política. Hay quienes dicen que se pasó de timorato. Que la indignación de la gente podía haberse encausado de mejor manera sin llegar a la violencia, pero resistiendo la imposición.


En 2006 las cosas, paradójicamente, fueron diferentes pero iguales. La dizque democracia mexicana no resistió una prueba crucial. Se desfondó. Los que años antes luchaban por el respeto al voto, exigían recuentos de todas las boletas, y se asumían como líderes de oposición en resistencia civil, en cuanto llegaron al poder copiaron las mismas mañas y porquerías de los hombres del "antiguo" régimen. Los panistas, adalides de la transparencia y la "buena lid" electoral, ahora ensoberbecidos por el poder, estuvieron dispuestos a todo, con tal de conservarlo. Para ello echaron a andar la campaña de odio y desprestigio más puerca en la historia de México; mintieron, calumniaron, desviaron recursos públicos, robaron, amenazaron de muerte, se financiaron con dinero del narcotráfico, en fin, lo que fuera necesario para "ganar": haiga sido como haiga sido.


Y ni así pudieron. Aquí es donde estamos igual o peor que en 1988. El fraude, esta vez monumental, gigantesco, descarado, cínico y vulgar, volvió por sus fueros. La diferencia es que esta vez la gente no se fue a su casa. No, esta vez la gente tomó las calles, hizo escuchar su voz, le dejó bien claro a los fantoches del poder que no estaba dispuesta a tolerar la imposición y la burla, y que si éstas se consumaban, entonces quien usurpara la voluntad popular tendría la vida imposible porque el recuerdo de su ratería lo acompañaría permanentemente.


La diferencia entre 1988 y 2006 fue que hubo, y hay, un líder patriota, honesto, no dispuesto a venderse por ningún motivo (Cuau, ¿para qué dejaste a Lazarito ser grabado en compañía de Ahumada recibiendo dinero de éste? El precio por su silencio fue tu dignidad y credibilidad). Que el movimiento democrático tenga un líder tan popular, carismático, querido y admirado como AMLO es algo que indigesta terriblemente a los fanáticos derechistas que se han adueñado de este país por la fuerza, y a sus lobotomizados seguidores a quienes infectaron con el virus del odio, el racismo y el clasismo.


Por eso resistimos. Somos millones los que estamos hartos del mismo sistema corrupto y prostituto de siempre, hoy en manos de regenteadores de sangre azul que resultaron ser los mismos o peores ladrones y asesinos que los tricolores. Sólo que más cínicos. Sabemos que tenemos la autoridad moral, y ellos no. Solamente por eso, tenemos la absoluta certeza de que este movimiento vencerá. El triunfo de la derecha es moralmente imposible.

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