Por Ricardo Monreal Avila
En los años sesenta del siglo pasado, en la escuela de administración de Harvard nació la tradición de tomar como referencia los primeros 100 días de una empresa para evaluar su viabilidad. Transcurrido este plazo, los expertos aconsejaban una evaluación del proyecto para determinar de manera objetiva si seguía adelante, si sufría ajustes o si de plano se cancelaba. "Si la empresa no despega en cien días, no despegará en cien años", era la regla de oro. La idea y el método fue aplicado al gobierno de Estados Unidos por el presidente John F. Kennedy, quien inauguró la tradición de hacer un "corte de caja" los primeros 100 días de una gestión pública, para ajustar el gobierno o relanzarlo. Nuestra siempre imaginativa e innovadora clase dirigente, con el fin de no quedarse rezagada de los parámetros modernos de la administración pública, importó y transplantó de manera íntegra (es decir, se fusiló vilmente) la tradición de los 100 días. Pero como todas segundas copias son malas, la imitación devino, no en un método de evaluación responsable, sino en una práctica de propaganda política. Es así como, desde la época de Carlos Salinas, al cumplirse los primeros 100 días del nuevo gobierno se divulgan encuestas de popularidad, programas conmemorativos de radio y televisión, opiniones favorables de los sectores productivos, entrevistas especiales, libros de lujo y otros eventos de pirotecnia política cuya finalidad es transmitir el mensaje de "palabra cumplida", "gobierno trabajador", "gobernante responsable". En este sentido, preparémonos a recibir el próximo 10 de marzo una lluvia de spots en medios electrónicos, promocionales, entrevistas y encuestas de popularidad con motivo de los primeros 100 días del gobierno de Felipe Calderón. La pregunta inicial es, ¿hay razones para festejar algo? Para muchos, la respuesta es sí. Llegar a los 100 días, después del conflicto poselectoral y de las condiciones ríspidas de la toma de posesión, es una verdadera hazaña que no puede pasar desapercibida. Hay que gritar a México y al mundo, "¡Hey, aquí estoy, vivo y de pie!". Sin embargo, más allá de los actos de propaganda política, ¿cómo llega en realidad el gobierno de Felipe Calderón a este primer tramo? Comparado con el arranque de sus tres antecesores (Salinas, Zedillo y Fox), el actual gobierno reporta niveles de aprobación y de calificación ciudadana más bien bajos. Con 58% de aprobación y calificación de 6.4 (Reforma, Mitofsky e Ipsos), Calderón está más cerca de Zedillo que de Salinas o Fox, quienes en sus primeros 100 días reportaron niveles altos de aceptación (85 y 88% respectivamente). Ernesto Zedillo, después de ganar la elección presidencial en uno de los comicios con mayor participación ciudadana de la historia reciente (72% del padrón) y alzarse con la mitad de esos votos, en sus primeros 100 enfrentaba una crisis de legitimidad importante, originada en el supercrack económico de diciembre de 1994 y en una serie de rumores de "reemplazo inminente" y presuntos golpes militares de Estado. Para mitigar esta embestida y recuperar la legitimidad perdida, el agobiado gobierno zedillista tenía ya en marcha lo que sería su "golpe de timón" o "golpe de imagen": la captura del hermano del expresidente Carlos Salinas, Raúl Salinas, por la autoría intelectual del crimen de José Francisco Ruiz Massieu y por enriquecimiento ilícito, producto del tráfico de influencias y de supuestas vinculaciones con el narcotráfico. Era el resquebrajamiento de la "omertá" o hermandad presidencial priísta. La relativa baja aceptación y popularidad con la que llega Felipe Calderón a su primer tramo obedece a factores distintos. No hay un megacrisis económica en su origen, sino una larga sombra de duda sobre la legitimidad de su elección: un estrecho margen electoral (empate técnico), que lejos de aclararse en un país acostumbrado a los avasallamientos electorales del PRI (diferencias de dos y tres a uno), se estrechó aún más por la negativa a hacer un recuento de votos. "Algo esconden" fue el dictamen popular y hoy, a cien días del gobierno de facto, una tercera parte de los ciudadanos sigue pensando que hubo fraude electoral o que la elección no fue del todo limpia. Percepción que vendría a confirmarse con la confesión "me desquité" del expresidente Fox. Sin embargo, el escollo principal de la nueva administración está en lo económico. La llamada "crisis de la tortilla", que fue la parte más vistosa de una escalada sin precedente de precios en los productos y bienes de consumo popular, le costaron por lo menos 10 puntos de popularidad al señor Calderón. La tortilla subió y el PAN bajó. Una ley de hierro de la economía política, a la que se vendría a sumar la baja en la inversión privada extranjera y el repunte del desempleo en el país, consecuencias ambas de una anunciada recesión en la economía norteamericana, a la cual se encuentra subordinada nuestra economía "nacional". Sacar el ejército a las calles, a recuperar el territorio dominado por las bandas del crimen organizado, es la principal acción de gobierno percibida por la ciudadanía en estos cien grises días. El respeto y la confianza que las fuerzas armadas gozan entre la ciudadanía, ha servido al gobierno para caminar literalmente de su mano en este primer tramo. Hace 10 años, desde la oposición, el entonces presidente del PAN, Felipe Calderón, denunciaba como militarización y autoritarismo lo que hoy es "sostén de la gobernabilidad" y "baluarte de la democracia". Lo que antes era bastón de mando, hoy es bordón para sostenerse y caminar. Esto conlleva sus riesgos. Bien conocidos desde la época de Napoleón, quien solía afirmar que "no hay gobierno que dure sentado mucho tiempo sobre las bayonetas"... Ni popularidad que la aguante. En resumen, un espectro de tonos grises cubre los primeros cien días de Felipe Calderón, apenas compensado por el verde olivo de nuestras fuerzas armadas y los dólares que sostienen a nuestro "mercado interno". Dólares producto de una política económica del infradesarrollo, cuyas fuentes de "riqueza" son el petróleo que se acaba, las remesas de los mexicanos que se van y el narcotráfico que inunda al país. Es decir, la política económica del subdesarrollo humano, la pobreza económica y la miseria moral. |
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