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martes, septiembre 05, 2006

CUANDO EL QUE ESCRIBE PIENSA.

René Drucker Colín

El fraude.

El día de hoy, la situación política que vive el país gira alrededor del asunto de si hubo fraude o no en el proceso electoral. Andrés Manuel López Obrador está convencido de que hubo un fraude que le impide ser el Presidente legítimo de este país. Desde luego, aquellos que apoyan al candidato del PAN lo niegan, y buscan a como dé lugar procurar que el movimiento de resistencia civil se desgaste y se desprestigie. Los argumentos que más gustan de usar son que no hay pruebas del fraude y que López Obrador está enloqueciendo, pues no sabe ser perdedor, amén de muchos otros "argumentos" que más bien son insultos. Todos sabemos que cuando los argumentos están plagados de insultos es que faltan argumentos.

El problema que tenemos enfrente y que el tribunal electoral debería tomar en cuenta es cómo definimos el fraude. El diccionario tiene dos definiciones de fraude, una que dice así: "delito cometido por el encargado de vigilar la ejecución de (algo)", y el segundo que dice: "engaño que se hace para obtener una ventaja".

Los que alegan que no hubo fraude quieren que se les dé la fotografía del momento o acto en el cual se cometió el delito por parte del encargado de vigilar (aquí el IFE). Si no existe esa prueba contundente, entonces para ellos no hubo fraude y, por lo tanto, la elección fue limpia, aun cuando hubiera habido "algunas irregularidades".

Lo que desde luego nunca van a admitir es el engaño de todo el aparato del Estado que les permitió obtener a la vista una ventaja. El fraude, pues, está en el proceso electoral. El diccionario señala que la palabra proceso significa "método seguido para alcanzar un fin". En este caso, el método que se siguió para imponer al candidato del PAN fue largo (duró más de dos años) y tuvo no sólo el apoyo de Los Pinos y su presupuesto, sino también el de los medios de comunicación y, a final de cuentas, del propio IFE, quien no hizo lo que debió hacer por ley, al no anular las campañas de odio y descalificación que se plasmaron a lo largo y ancho del país. El fraude, pues, estuvo en el método que se usó para alcanzar el fin de evitar que López Obrador llegara a la Presidencia. De eso existen innumerables evidencias.

En general, cualquier acto ilegal o inadecuado tiene consecuencias generalmente negativas hacia aquellos que las cometen, y luego afecta a terceros. El fraude, desde luego, tiene consecuencias, y ahora las estamos viendo. La primera y más grave es que la sociedad mexicana está ahora más dividida que nunca. Segundo, se está creando una crisis social de enormes dimensiones, y junto con esto una crisis política cuyos alcances aún desconocemos.

Todo esto se gestó gracias a la enorme y lacerante incompetencia de Vicente Fox y su gabinete. No contento con haber aumentado los índices de pobreza, afectar a niveles preocupantes la educación pública, la ciencia, la tecnología y la cultura, haber provocado que México descendiera a los niveles históricos más bajos en competitividad, haber provocado que la economía mexicana dependiera cada vez más de las remesas de los migrantes por falta de empleos, haber impulsado la peor política exterior de la que se tenga memoria, siempre genuflexo ante Estados Unidos, utilizó el aparato del Estado para entrometerse en el proceso electoral, cuyo desenlace es que se generara una de las crisis políticas más graves en la historia reciente de este país. Desde luego que el fraude se dio, aun cuando no se tenga la fotografía del instante preciso en el que ocurrió.

Ese proceso, ese método que se usó para alcanzar la finalidad de no dejar que Andrés Manuel López Obrador llegase a la Presidencia, es la causa de la resistencia civil. Los insultos, las denostaciones y la manipulación mediática que se han desatado en contra del candidato de la coalición y de los que día a día están en la resistencia, no hacen más que agravar los conflictos entre mexicanos. Lo más sensato sería razonar, procurar entender las causas por lo que está generándose la resistencia civil, en lugar de señalar que el movimiento "me afecta a mí", "no me gusta", "se ve feo" y, peor aún, utilizar adjetivos derogatorios en contra de aquellos que defienden una causa. La pregunta que hay que hacerse es: "¿qué es peor, algunas semanas de incomodidades o seis años de un gobierno ilegítimo?", que si se da va a ser la herencia que nos va a dejar el Presidente más incompetente que ha tenido México en su historia.

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