Denisse Dresser escribe en Proceso:
Paisaje después de la batalla.
Denise Dresser.
Mientras expongo mis argumentos en contra de la Ley de Radio y Televisión, el senador Emilio Gamboa habla por teléfono en su celular. Mientras describo las omisiones que contiene y los perjuicios que provoca, el senador Héctor Osuna mira al techo y se levanta para ir al baño. Me miran con desprecio, con sorna. No les importa un ápice lo que yo u otros tenemos qué decir. Lo que muchos queremos objetar. Lo que muchos buscamos cambiar. Su actitud a lo largo de las audiencias en el Senado revela lo que después vendrá. Una iniciativa a la cual no se le modifica una coma. Unas consultas públicas convocadas y después ignoradas. Una ley que va en contra del interés público. Una ley que daña al consumidor.
No sé exactamente por qué empecé a ir a las audiencias del Senado. Por qué me armé de valor para pedir la palabra allí. Quizás porque el tema me parece definitorio para el desarrollo del país. Quizás porque despertó mi curiosidad una iniciativa aprobada -de manera sorpresiva- por la Cámara de Diputados con 327 votos a favor, cero abstenciones, sin un solo voto en contra. Quizás porque después la leí con cuidado y me preocupó su contenido. Por lo que intentaba hacer y lo que buscaba evadir. Por las trabas que iba a colocar. Por el interés público que iba a sacrificar. Por la claudicación regulatoria que iba a entrañar. Porque creo que los monopolios y los duopolios generan malos productos y pocas opciones, como lo hizo el monopolio del PRI durante décadas. Porque México no podrá avanzar si no los desmantela.
Invito a mis alumnos del curso Política Mexicana Contemporánea a la reunión de la Comisión de Comunicaciones y Transportes. La encargada de protocolo intenta sacarnos del recinto -una y otra vez-, pero insisto en que ellos tienen derecho a estar allí. Porque son ciudadanos y no puede negárseles la capacidad de desempeñar ese papel. Para que vean, para que participen, para que aprendan a recuperar de manera cotidiana el país que les pertenece. Ese país del cual se han apropiado senadores como Emilio Gamboa, allí sentado, fumando su puro, guardando silencio e imponiéndolo.
Porque los promotores de la ley guardan silencio. En vez de dar la cara, la esconden. En vez de explicar su posición, eluden hacerlo. Quieren acabar con el trámite -votar a favor- e irse. Cuando anuncian que lo harán, hasta la prensa congregada allí comienza a abuchear.Y mis alumnos. Esos de 18 y 19 y 20 años, que quizás por primera vez presencian de cerca cómo funciona el proceso legislativo de su país. Parados allí durante horas, aplaudiendo después de cada intervención de cada legislador que recomienda hacer modificaciones a la minuta. Caminando cabizbajos cuando queda claro que eso no ocurrirá. Que Emilio Gamboa ya ha operado, que ya ha dado línea, que la iniciativa se queda como está.
Uno de ellos se acerca al senador y le recrimina su actitud. Otro me dice: "Nunca había sentido tanta impotencia". Lo miro y me invade una tristeza profunda, profunda. Porque tiene razón. Porque hemos construido un país donde los jóvenes sienten impotencia. Donde los que pueden hacerlo se van a otros lugares con menos trabas, con menos obstáculos, con más competencia, con mejores gobiernos. Porque, en el fondo, de eso se trataba -y se trata- todo este asunto. De quitar trabas, de remover obstáculos, de instaurar una regulación eficaz, de aspirar a algo mejor. De crear las condiciones para una televisión más diversa, más plural. De crear un órgano regulador verdaderamente autónomo, como los que existen en otros países. De frenar abusos -como la toma del Chiquihuite- que el poder acumulado de las televisoras ha producido. De cambiar una ley que ha permitido la creación de un monopolio de facto, para remplazarla por otra que acote esa posibilidad. De modernizar, actualizar, transparentar. Todo aquello que esta ley no logra. Porque representa avances en algunos sentidos, pero constituye un retroceso en otros.
Quizás el tipping point -el punto de quiebre-, como lo llamaría Malcolm Gladwell, se dio cuando Felipe Calderón decidió apoyar la ley tal y como estaba. Cuando dio instrucciones a la bancada del PAN del Senado en ese sentido. Pocas cosas tan dolorosas en este episodio como contemplar la cara desencajada de varios senadores del PAN cuando salieron de la reunión con Héctor Larios, donde se les dijo que Felipe necesitaba remontar los 10 puntos de distancia que lo separaban de AMLO. Y que para ello era necesario que se le tratara bien en La parodia y en El privilegio de mandar. Y que para ello era necesario que Calderón claudicara antes de ganar. Pocas cosas tan lamentables como enterarse de la participación de Josefina Vázquez Mota en esa operación. Pensando, ellos, que todo se vale para arribar a la Presidencia. Ignorando que con esta decisión ya han limitado el margen de acción que tendrían allí. El foxismo convertido en felipismo.
Otro gobierno débil, atrapado, temeroso. Celebrando México cuando se le convoque a hacerlo.Algún día, como dice Fátima Fernández Christlieb, se contará la verdadera historia detrás del comportamiento de la CIRT. De la oposición inicial de algunos, al apoyo generalizado de todos, incluso de aquellos -los jugadores pequeños en el sector- a los cuales perjudica la ley. Algún día se sabrá cómo los presionaron y cómo los chantajearon. Algún día se sabrá por qué comienza la ofensiva privada en un espacio público.
Hora tras hora, día tras día, los spots diseminados en el radio y la televisión en favor de la ley. Spots tramposos que hablan del fin de la discrecionalidad presidencial. Spots deshonestos que presentan a los opositores de la ley como defensores del autoritarismo. Spots mañosos que presentan la ley como un avance, pero esconden para quién lo es en realidad. Peor aún: el uso que hacen los conductores de noticias de un espacio público concesionado para defender un interés empresarial. Exponiendo con ello la magnitud del conflicto de interés. La dimensión del problema. El peso del monstruo que el país ha contribuido a crear.La falsa disyuntiva que esa promoción intenta producir.
Porque no había sólo dos opciones: dejar la ley vieja o aprobar la ley nueva en sus términos. Existía una tercera opción. Una tercera vía. La de una minuta mejorada. La de una iniciativa reformada. La que fue sugerida por todos aquellos que fuimos a las audiencias del Senado de buen fe, sin exigir "todo o nada". La oportunidad que no se aprovechó, porque las televisoras no querían que una minuta modificada regresara a la Cámara de Diputados. La oportunidad que nunca existió, porque de eso se trataba. De que no la hubiera. De empujar una legislación en el momento de mayor fuerza de las televisoras y de mayor debilidad de los políticos: la temporada electoral, cuando quien no sale en la pantalla no existe. No gana. O eso piensan los políticos del país.
Llego al Senado -el día que se vota la ley- al mismo tiempo que Diego Fernández de Cevallos. Presencio cómo la multitud lo condena, lo atosiga, lo agrede. El hombre que se ha ganado a pulso el oprobio. Convertido en pararrayos de la indignación colectiva por quien es y por lo que enarbola. Alguien que -como abogado- representa a clientes privados ante el gobierno del cual forma parte. El que no entiende el concepto de "conflicto de interés". Y lo escucho a lo largo de la tarde platicar en su celular, conversación tras conversación.
Sentada en el recinto legislativo después de pelear para que me dejen entrar, aunque he pedido permiso desde la noche anterior para hacerlo. Porque la sección de invitados ha sido ocupada por el personal de Recursos Humanos, para que personas como yo no podamos entrar. Cuando finalmente lo logro, escucho a Diego platicar. Mientras los críticos de la ley toman la tribuna, él se queja, conversación tras conversación, de que le han roto su traje Ermenegildo Zegna. Su traje caro. El que ha comprado con lo que le han pagado.Y los otros simplemente mintiendo.
Los veo, los oigo. Héctor Osuna diciendo que la iniciativa "no es un acto improvisado, sino resultado de varios años de trabajo", cuando todos sabemos que se ignoraron otras iniciativas que el Senado había propuesto. Cuando todos sabemos que las mismas televisoras elaboraron ésta. Diciendo que "se fortalece el órgano regulador", cuando la Cofetel actual ha dicho que no es así.
Eric Rubio argumentando que si no se aprueba esta ley "seguirán los monopolios", cuando precisamente esta ley no los combate. Emilio Gamboa sugiriendo que esta ley fomentará la competencia, cuando la Comisión Federal de Competencia ha advertido lo contrario. Los defensores de la ley tomando la tribuna para torcer. Para ofuscar. Para saltar al próximo puesto político y rendirse frente a la pantalla con tal de llegar allí. Senadores que, como lo dijo sin querer el senador Bonilla, no son "servidores públicos", sino "legisladores", y "hay una diferencia".
Pues después de la batalla, allí están los resultados. Una ley que inhibe la competencia. Una ley que fomenta la concentración. Una ley que regala a los concesionarios el espectro radioeléctrico liberado por la digitalización, cuando otros gobiernos han recaudado millones al licitarlo. Una ley que promete el fortalecimiento y la autonomía del órgano regulador, pero no asegura ambas condiciones. Una ley que ofrece reducir la discrecionalidad del Ejecutivo, pero le da a Vicente Fox la capacidad de nombrar a los cinco consejeros de la Cofetel, tan sólo con la objeción del Senado. Y, por lo pronto, su secretario particular, Emilio Goicoechea Luna, ya dijo que él quiere ser el primer presidente de ese nuevo organismo "autónomo".
Tan "autónomo" como sería el Instituto Federal Electoral si el presidente nombrara a sus consejeros. Una ley fársica con resultados que también lo son. Una ley que merece ser vetada o llevada a la Suprema Corte.Y bueno, se nos dice que no es el fin del mundo. Que los medios de cualquier manera no hacen o deshacen. Que lo aprobado representa un paso. Que es comparable a las primeras modificaciones a las leyes electorales en los setenta. Es cierto: no es el fin del mundo. Pero sí es una mala ley en un sector crucial; es una mala ley que daña al consumidor; es una mala ley que inhibe la competencia.
Es cierto: Los medios no definen al ganador, pero los candidatos presidenciales creen que lo hacen, y por ello guardan silencio. Es cierto: es comparable a los esfuerzos reformistas en el ámbito electoral. Pero esos cambios nivelaron el terreno de juego y produjeron beneficios para el electorado, cuando esta ley no lo hace. Es cierto: es un paso. Pero no un paso hacia adelante, sino, en el mejor de los casos, un paso de lado.
Mientras el resto del mundo corre, México se mueve de lado. Atorado en el subdesarrollo persistente; aprobando leyes que están lejos de representar las mejores prácticas a nivel internacional; atrapado en el laberinto de la conformidad. Pensando que esto es mejor que nada, y actuando así.Y también se nos dice que los críticos de la ley no nos supimos articular. Que fuimos furibundos. Que no logramos construir una coalición alternativa. Que "los buenos" no pudimos ocupar los espacios democráticos y usarlos en nuestro favor. En cierta medida, esas críticas son válidas: Los empresarios saben cómo cabildear, y la sociedad no ha aprendido a hacerlo.
Pero también es innegable que el terreno de juego nunca fue nivelado. Que esta batalla fue la de un David, armado con la pequeña resortera de la indignación, contra un Goliat armado con una pantalla de televisión. Que jamás podremos construir un polo mayoritario para derrotar iniciativas en el Senado que vayan en contra del interés público, mientras no haya reelección legislativa. Que difícilmente podremos hacer pesar nuestras razones cuando el lugar donde podría darse el debate -la radio y la TV- se encuentra limitado por un conflicto de interés.
A ningún crítico de la ley le ofrecieron el tiempo en los noticiarios que usaron los conductores para defenderla y denostar a los legisladores que se oponían a ella. A ningún crítico de la ley le ofrecieron spots a toda hora y en todo lugar. ¿Nos faltó creatividad y organización, o no hay un andamiaje institucional que nos permita ser eficaces? ¿No supimos ocupar la democracia, o aún no existen espacios suficientes en ella?
Cuando entro al Senado el día de la votación, me encuentro a la senadora Silvia Hernández, quien me dice: "No te preocupes: una ley se cambia con otra ley". Estoy de acuerdo, y por ello necesito pensar que se ha perdido esta batalla, mas no la guerra. Esa guerra cotidiana que todo ciudadano debe librar. Para exigir. Para denunciar. Para participar. Para alzar la voz. Para pensar que el país se merece más que la televisión que tiene; que se merece más que los monopolios que lo aprisionan; que se merece más que los políticos que actúan en su contra.
Y recuerdo las palabras de Edward R. Murrow -el célebre periodista que confronta al senador Joe McCarthy- cuando dice que la televisión deber servir para educar, para informar, para enaltecer. Si no, es sólo una caja con luces y sonido. Y supongo que fui todas esas veces al Senado porque creo que tiene razón.
Tiene razón AMLO cuando argumenta que el trato que le empezaron a dar este Domingo en el bodrio ese del Privilegio de Mandar, lleva "dedicatoria", como bien lo señala Denisse en este análisis, el trato de televisa con FeCal fue "que le dieran un mejor trato a Fecal en la parodia y en el privilegio de mandar", pero como el papel que hacen de FeCal es el de un idiota retrasado, y esa imagen no la pueden mejorar porque el tipo así es en realidad, entonces mejor usar el personaje del PEJE para "proyectar una imagen negativa", cuando lo presentan como intolerante y caprichudo.
Pero también es verdad, y aquí lo hemos apuntado, que "una ley se cambia con otra ley", por eso es que en este espacio siempre rematamos que lo mejor es votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.
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martes, abril 11, 2006
PARA QUE TRATEN BIEN A FECAL EN LA PARODIA Y EL PRIVILEGIO DE MANDAR.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 8:16 p.m.
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