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viernes, junio 30, 2006

LA DISTANCIA ENTRE LOS OTROS Y NOSOTROS.

Juan Villoro escribe en el Reforma:

Pueblo en vilo.

El título del extraordinario libro de Luis González y González sobre el lugar donde nació, San José de Gracia, sirve para expresar el compás de espera en que vivimos: de aquí al domingo por la noche seremos un pueblo en vilo.Lo mejor que se puede decir de las campañas es que se acabaron. Tenemos una de las democracias más costosas del planeta.

Después de décadas de triquiñuelas practicadas por los gobiernos del PRI (que transformaron el lenguaje popular con expresiones como "operación tamal", "ratón loco" y "casillas zapato"), hubo que invertir mucho para tener elecciones confiables.

Al costo operativo, digno de elecciones en el espacio exterior, se agrega el derroche publicitario que convirtió a nuestras ciudades en un carnaval de caras que prometían el paraíso y a la televisión en un callejón sin salida donde el zapping sólo servía para pasar de un político a otro.

En España las campañas electorales duran 15 días y no se permiten spots en televisión. Se trata de una medida sensata. La gente norma su criterio por las propuestas de los candidatos, no por sus ademanes, sus sonrisas, su maquillaje y sus insultos.

Habitamos una telecracia donde los votos se deciden en la pantalla. Esto no es privativo de México. Jürgen Habermas lamenta que el ciudadano contemporáneo haya dejado de informarse a través de los periódicos y los libros (o de las personas que los han leído) para aceptar de manera hipnótica la ilusión de conocimiento que otorga la televisión.

Del Renacimiento a nuestros días, la cultura de la letra ha sido patrimonio de minorías ilustradas. Hasta antes de la televisión, la política representó una mediación para discutir y popularizar ideas, adaptándolas a las necesidades de la hora. La arena de los conflictos -la sociedad civil- era el espacio donde los proyectos se transformaban en consignas y los argumentos en creencias.

Hoy en día, la supremacía televisiva impide el flujo lento de las convicciones políticas, el paso de la propuesta razonada al credo ideológico. Teatro de gestos, la pantalla existe para el instante en que alguien aparece como simpático o desgraciado. Importa poco que el presidente esté triste, lo decisivo es que lo parezca.

En los pasados seis meses se gastaron millones de dólares en spots para tener una campaña de personas, no de ideas. Esta circunstancia, de por sí empobrecedora, se vio agravada por la manipulación. Una de las lecciones de la campaña: el IFE debe crear normas más estrictas para la publicidad televisiva. Como están las cosas, la calumnia y la distorsión son posibles y la respuesta del árbitro llega tarde. En esta liga puedes anotar en off-side y te guardan la falta para el próximo torneo.

Entre otros usos aviesos, vimos al Consejo Coordinador Empresarial lanzar un spot sin otro propósito que fomentar el miedo ciudadano ante un candidato legítimo. Vimos al PAN utilizar a un ex mandatario extranjero (José María Aznar) en presunto favor de su candidato. Vimos al PRI hacer propaganda fuera del país durante un partido del Mundial. Vimos a Patricia Mercado y Felipe Calderón visitar a la Selección Nacional con fines políticos (como la Virgen y la Coatlicue, el "equipo de todos" debería estar al margen de manejos proselitistas). Vimos una comparación entre Hugo Chávez y López Obrador basada en una frase en la que ambos le pedían al presidente Fox que se callara. ¿Es posible comparar a un militar que intentó un golpe de Estado con un contendiente aceptado por el IFE? Y más aún: ¿Es legítimo usar al presidente de un país con el que tenemos relaciones diplomáticas como recurso de desprestigio?.

En la mayoría de estos casos, el IFE mostró su preocupación, pero los spots contaron con tiempo suficiente para causar daño. Hay una evidente impunidad mediática.Al final de las campañas nada quedó tan claro como la confusión.

Amigos míos, con estudios, viajes y dominio de idiomas, piensan que López Obrador pretende nacionalizar a lo loco y obligar a cada familia a hospedar a un becario cubano. En medio de este delirio se pudo colar una certeza: las campañas del PRI y del PAN distorsionaron la imagen de su principal adversario (Sodi propone aumentar las pensiones para los ancianos y darles mayores recursos a los estudiantes; en el dialecto politiquero, esto sólo es populista si lo propone López Obrador).

Si el rating de un candidato se mide por los ataques que recibe, disponemos de un indicio más eficaz que cualquier encuesta de quién ganará el próximo domingo.Ante la inexistencia de segunda vuelta, tendremos un Presidente sin mayoría en el Congreso. Después de meses de darse hasta con la cubeta, ¿es posible augurar alianzas constructivas en la Cámara?.

El desgaste de la campaña semeja un picnic en comparación con el panorama postelectoral.Pese a todo, algunas cosas pueden mejorar. Sería deseable que hubiera un ganador claro para anular dudas y suspicacias. Pero sobre todo debemos aceptar la razón de los desconocidos, por extraña que nos parezca.

Una parábola judía se presta para nuestra inquietante espera. Varios hombres discuten al calor de una fogata y a uno se le ocurre preguntar en qué momento exacto ocurre el amanecer. "Cuando veo al tempranero Elías bajar por el camino", dice uno. "Cuando distingo mis ovejas en el corral", comenta otro. Un anciano guarda silencio, como si pensara en otra cosa. Le piden su opinión. "Amanece cuando las cosas se reconcilian", dice. Acostumbrados a oírlo hablar en plan simbólico, le piden que se explique. "La luz no es lo que separa una cosa de otra. ¿Saben cuándo amanece? Cuando veo la silueta de un desconocido a la distancia y lo confundo con mi hermano".En esta venturosa confusión se funda la concordia política. Que la primera claridad del lunes disuelva la distancia entre los otros y nosotros.

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