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jueves, mayo 25, 2006

MEXICO REQUIERE UN CAMBIO SUSTANTIVO.

Lorenzo Meyer escribe en el Reforma:

Mientras México no sea transformado en una nación más próspera y compatible con la estadounidense no habrá forma de mitigar la asimetría existente.

Un cambio sustantivo.
El 22 de marzo de 1966, el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, envió a Gustavo Díaz Ordaz una carta protocolaria que en uno de sus párrafos decía: "Nuestras fronteras, la suya y la mía, no están resguardadas porque no hay necesidad de soldados ahí donde imperan la confianza y la buena fe".

Pues bien, 40 años más tarde otro Presidente, también texano, acaba de anunciar que a los 12 mil efectivos de su Patrulla Fronteriza va a añadir 6 mil miembros de la Guardia Nacional durante el par de años que va a requerir el reclutar y preparar un número similar de nuevos patrulleros. Obviamente, hoy en la línea que divide a México de Estados Unidos imperan muchas cosas menos la confianza o la buena fe.

Tomando el documento de 1966 como indicador, no hay duda de que las relaciones mexicano-estadounidenses han involucionado a pesar de darse dentro de supuestos marcos de cooperación e integración que no existían entonces: el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte de 1993 (TLCAN) y la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de la América del Norte del 2005.

La última vez que el gobierno de Washington echó mano de sus Fuerzas Armadas para resguardar su frontera con México fue hace casi un siglo, al inicio de la Revolución Mexicana. En 1911 el presidente William Taft se vio presionado por su opinión pública para "hacer algo" ante los desórdenes en México y dispuso, en marzo, unas "maniobras militares" en Texas que involucraron a 20 mil efectivos.

Esa presencia militar en la frontera no sirvió para nada en relación al gran conflicto mexicano. Por el contrario, desató el rumor de una invasión que en vez de afianzar al gobierno de Porfirio Díaz, a quien Estados Unidos veía como garantía de estabilidad, le debilitó. En su renuncia, Díaz dijo explícitamente que prefería abandonar el poder y no seguir la lucha por, entre otras cosas, el "temor a un conflicto internacional", conflicto que sólo podía ser con Estados Unidos.

Trabajo mexicano sí, mexicanos no.
Obviamente Estados Unidos tiene todo el derecho de vigilar su frontera con México -el sitio de mayor contraste en el planeta entre desarrollo y subdesarrollo, poder y falta de poder- y de erigir el tipo de barrera que considere apropiada a sus intereses.

Ahora bien, para que ese muro sea realmente efectivo, tiene que ser a lo largo de toda la frontera, del Golfo al Pacífico, y debe tener unas características de impenetrabilidad similares o mejores que esa impresionante muralla de doble o triple barrera, con sensores, que hoy separa a sociedades que son enemigas juradas, como las que habitan en Israel y Palestina.

Naturalmente, con tal barrera Estados Unidos puede tener seguridad pero no la "alianza para la seguridad y la prosperidad" pues en el mismo sitio no caben los tres términos, por lo que el de alianza y el de prosperidad tendrían que ir al cesto de basura histórica.

En los 1960 se calculaba que los mexicanos que abandonaban el país en busca de trabajo al norte del Bravo oscilaban entre 26 y 29 mil. En contraste, el promedio anual de los últimos cinco años ha sido de 400 mil. Se estima que la comunidad de los nacidos en México que hoy habitan en Estados Unidos casi llega a los 10 millones, de los cuales quizá la mitad son indocumentados. El año pasado la Patrulla Fronteriza capturó a 1.2 millones de personas, 85 por ciento de las cuales fueron mexicanas.

Hasta ahora, la política migratoria de Estados Unidos respecto de México se desarrolla en el plano de una contradicción evidente y creciente. Por un lado, la gran mayoría de los mexicanos indocumentados que logran superar los obstáculos que se les ponen, son de inmediato absorbidos y acomodados por la gran maquinaria económica del vecino del norte como albañiles, personal de limpieza, costureras, cocineros, lavaplatos, meseros, mucamas, jardineros, pizcadores, empacadoras, peluqueros, lavacoches, mecánicos y un largo etcétera.

Sin embargo, esa institucionalización de los mexicanos en las partes más bajas de la economía estadounidense se da conjuntamente con un rechazo cultural profundo. Como bien lo ha señalado en una conferencia reciente el profesor de la Universidad de California en Los Ángeles Raymond Rocco, en el país del norte el mexicano y lo mexicano sirven hoy de términos para definir "lo otro", lo que no pertenece ni puede pertenecer a lo propio.

El dilema lo ha puesto el profesor Rocco de manera sucinta en lo que bien podría ser hoy la divisa implícita de la política migratoria norteamericana: trabajo mexicano sí, mexicanos no. Si hay actitudes contradictorias, ésta es una. Y, por ello, la propuesta en Washington es construir una muralla parcial, no total; una frontera mexicano-americana semisellada pero que permita, aunque con mayor dificultad, que siga existiendo una corriente de trabajadores indocumentados.

Desde la perspectiva de Washington, un programa de "trabajadores huésped" -programa inédito en Estados Unidos- pudiera ser una solución parcial para seguir contando con quienes hacen ese trabajo duro e ingrato que, como bien se ha señalado, ni los norteamericanos menos afortunados quieren hacer, pero sin tener que pagar el costo de asimilar socialmente a la "clase de los sirvientes", a los mexicanos.

El resto de la agenda negra.
Además del conflicto migratorio, en la agenda México-Estados Unidos existen otros temas espinosos a los que tampoco se ve solución.En primer lugar, y desde la perspectiva del país dominante, aparece el narcotráfico. México es un proveedor directo e indirecto de las drogas ilegales demandadas por el mercado norteamericano. Las cifras tentativas de la ONU para el 2003 respecto al valor mundial pagado por los consumidores finales de estas sustancias, fue de 332 mil millones de dólares. La Casa Blanca estimó que los cárteles mexicanos reciben, en conjunto, 14 mil millones de dólares, es decir, el equivalente al 4.2 por ciento del gran total.

Asociado al tema del narcotráfico está el de la violencia en la zona fronteriza. En Nuevo Laredo, por ejemplo, la relación entre población y homicidios es tres y media veces la que prevalece en Washington, D.C., la zona urbana con más proporción de asesinatos en Estados Unidos.

Otro plano muy diferente pero igualmente conflictivo, lo constituye el choque por los escasos recursos naturales en la zona fronteriza, como es el caso del agua, que ha ocasionado tensiones entre los gobiernos de ambas riberas del río Bravo. Y lo mismo se puede decir del control de la contaminación del aire, de las costas o de los mantos acuíferos. El manejo de los desechos industriales es otro tema difícil relacionado con el cuidado del ambiente fronterizo.

Desde el lado mexicano, una diferencia política sustantiva con el vecino del norte es la política norteamericana de intervención unilateral, ésa que se lleva a cabo sin el consentimiento expreso de Naciones Unidas, como es el caso de la invasión de Iraq. México, de manera inevitable, tiene que optar por el multilateralismo como único freno a la hegemonía norteamericana en el sistema mundial.

También desde la perspectiva mexicana, la excesiva dependencia comercial frente a Estados Unidos es un problema. El comercio con Estados Unidos en el 2005 equivalió, en exportaciones, al 85.8 por ciento del total y en importaciones al 53.6 por ciento. A esta dependencia hay que añadirle los 20 mil millones de dólares anuales por concepto de remesas y, desde luego, la inversión norteamericana directa (IND) que el año pasado fue de 7 mil 630 millones (68.8 por ciento de todo ese tipo de inversión) y cuyo monto acumulado a partir de 1994 suma 103 mil 495 millones de dólares.

La solución utópica es la única realista.
La asimetría entre México y Estados Unidos es la nota dominante de la relación bilateral. En términos de poder de compra, el ingreso per cápita mexicano es apenas un cuarto del norteamericano y con el mediocre crecimiento económico de México, esa disparidad va en aumento. Y es ahí, en el desequilibrio material, donde están las raíces de los problemas actuales.

Para una solución de las grandes diferencias y conflictos entre México y Estados Unidos, habría que ir más allá del TLCAN e imaginar una salida a la europea, similar a la que permitió que países relativamente marginales como España, Portugal y Grecia se transformaran en miembros activos y prósperos del conjunto europeo.

Proponer esa solución con unos Estados Unidos tan lejanos de México como los actuales, es utópico y, sin embargo, es la solución realista: transformar a México en un país viable y próspero es la única salida para manejar una vecindad que ni Estados Unidos ni México pueden evitar.

Y esta última tesis que plantea Meyer es lo que está proponiendo AMLO como parte de la solución al fenómeno migratorio.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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