“¡No tiren!”. Tales fueron los gritos desesperados que una, dos, tres veces lanzó Adán Esparza Parra , ya malherido del brazo derecho por las balas de los fusiles M-16 que portaba la mayoría de los 19 soldados, en la comunidad de Alamillos, en Sinaloa de Leyva.
“¡Traigo mujeres y niños!. ¡Ya no tiren! ¡Traigo niños conmigo!”. Gritó angustiado levantando el brazo sano en señal de paz, y otro proyectil le destrozó el brazo izquierdo y lo derribó al suelo.
Todo lo anterior, atenidos al testimonio que recabó Rodrigo Vega ( Proceso , 10-VI-07, pp. 6-11) del hombre que convalece de las heridas que le produjeron dos proyectiles y nueve horas sin atención médica por decisión del grupo criminal vestido de verde, y tres convoyes militares más que los sometieron a revisión, para que no hubiera testigos de la masacre que costó la vida a Juana , de apenas dos años de edad; Grisel , de cinco; y Edwuin , de siete, Esparza Galaviz ; así como la madre de los tres, Griselda Galaviz Barraza , de 25 años de edad; y Alicia Esparza Parra .
Del estado en que se encontraban los soldados que de pronto y en la oscuridad de la noche salieron del bosque y empezaron a disparar ráfagas contra el vehículo que transportaba a tres menores y cinco adultos, ilustra la repuesta a la siguiente pregunta formulada por Eligio Esparza Parra , quien junto a su hermano Moisés y un grupo de lugareños acudieron a rescatarlos:
--¿Por qué les dispararon?
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