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viernes, junio 16, 2006

HACIENDA,DEFENSORA DE OFICIO DEL CUÑIS.

Rafael Segovia escribe en el Reforma:

Opinión, futbol y moral.

De cierta manera seguimos en el siglo XVIII, aunque sometidos a la tiranía de los avances tecnológicos. Si el siglo de las luces conoció en España el gusto absoluto por las corridas de toros, esto no se quedó en las plazas. Como señaló Ortega y Gasset con su agudeza inconfundible, los toros, las plazas y los toreros impusieron la moda y una cultura.

Las corridas con toreros a pie, contrariamente a la diversión también brutal de alancear toros -diversión aristocrática, donde no sólo se debía matarlos con una lanza, sino saber montar magistralmente a caballo- se convierte en el arte -si arte es- de los mozos, sirvientes de los caballeros y jinetes y el público deja de ser noble y aristocrático: es un triunfo popular, don Juan de Mañara cede su lugar a Pedro Romero.

Cambia todo: la manera de vestir y de pensar, es la antítesis del cambio vivido en Francia, donde la burguesía se desvive por imitar al rey, a la corte, al mundo de la elegancia, de la galantería y del "saber vivir". Es contrario en todo de lo que sucederá en España, donde se impone el majo, el chulo y el torero; es también el nacimiento de las masas, lo que heredará su imperio sin olvidarlo, es el mundo del pan y circo que con ayuda de las nuevas tecnologías se convertirá en comer en la medida de lo posible y ver futbol por la televisión.

Con estas masas presentes el futbol y el rugby dejan de ser deportes aristocráticos, aunque mantienen sus diferencias. Al decir de los ingleses, el rugby es un deporte de patanes jugado por caballeros y el futbol es un deporte de caballeros jugado por patanes. Sólo falta añadir: ante un público cerril y estúpido que olvida sus penas y sus desastres ante sus ídolos, que se llaman Ronaldinho, Zidane, Kaká (¡hágame el favor!), con cuyos nombres y una cara dura digna de mejor causa se maneja a unos y otros, se mueve la política y se cae en la corrupción, el fraude, se mantiene a los falsos ídolos como dueños de la plebe.

En México hemos visto y seguimos viendo a un arzobispo apoderado de un novillero -la Iglesia se resiste a la modernidad; el gobierno teme más una derrota de la Selección que una devaluación del peso, porque dado el nivel salarial, las masas no perderán gran cosa: su nivel de vida no puede estar más abajo.

De los cinco candidatos sólo Calderón ha hablado de deporte y, por no variar, a dicho un disparate: ofreció un profesor de deporte para cada una de las escuelas oficiales del país. ¿De dónde piensa sacarlos y con qué piensa pagarlos? Da lo mismo, tampoco se sabe de dónde van a salir los millones de empleos ofrecidos.

No es sólo México, el mundo se mueve al compás del balón: reducir las ocupaciones y preocupaciones es un deseo constante de los gobiernos. Pan y circo, pues, y olvido de todo lo demás, empezando por la política.

Hay por fortuna una parte de la población enganchada aún por los problemas electorales y todo lo que de ellos deriva. Lo cerrado de la contienda añade tintes cada día más obscuros, acusaciones más duras y quizás menos racionales. Las contestaciones de las partes involucradas, en algunos casos están tan mal organizadas que se convierten en autoacusaciones.

Nos encontramos con exigencias risibles.El señor dueño de Hildebrando pide ante el tribunal electoral que se le deje de llamar el "cuñado incómodo". Exigir un cambio en la lengua de todos los días es un absurdo. Pienso como otros muchos seguirle llamando así, aunque moralmente se destroce y se queje con sus guías espirituales.

Cuando en sus arrebatos grita que él no ha ingresado 2 mil 500 millones, nos quedaríamos más tranquilos si diera una cifra, así fuera aproximada.

El cuñado del cuñado ha preferido dejar el tema en paz, pues meterse en este problema le puede costar caro. Es más, ya le ha costado pese a los malos humores y gritos de sus tres defensores de oficio.

Ampararse en que no se deben dar a conocer al público los secretos de las declaraciones de impuestos, aunque así rece la ley, es una manera legal de proteger la inmoralidad, el robo a la nación y la corrupción que devora al país.

No cuesta trabajo imaginar que el señor secretario de Hacienda, en sus ratos de ocio, habrá meditado sobre este problema.Pongamos el caso en los siguientes términos. Un ciudadano hace una declaración fiscal falsa: no paga lo que debe pagar. Otro ciudadano se entera del fraude. Si lo da a conocer, la Secretaría de Hacienda se le va encima, ultrajada como una vestal, por hacer pública una situación o acto privado. Con la hipocresía típica de los economistas que manejan el dinero del Estado, recordarán la santidad de la ley y el atropello cometido por el denunciante.

No soy abogado, pero son capaces de considerar documento privado una declaración de ingresos.Los ladrones que se beneficiaron con el Fobaproa pueden dormir a pierna suelta. Los documentos que acreditan lo que muchos consideran un fraude de una magnitud hasta ahora desconocida, saben que esos documentos no se darán a conocer nunca. Se puede decir, por consiguiente, que vivimos en un régimen de inmoralidad amparada y cubierta por el Estado y sus autoridades, que los productos de esas inmoralidades los encontramos en los individuos por todos conocidos, pero que más vale no tocar ni con el pétalo de una rosa porque nos encontremos con la Secretaría de Hacienda dueña -no depositaria- de las pruebas del robo.

Mientras, veamos futbol.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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