Carlos Monsivais nos transmite su elocuencia:
De la impunidad como anestesia cívica.
Carlos Monsiváis.
En la madrugada del 4 de mayo las fuerzas de seguridad federal y estatal entran a mansalva a San Salvador Atenco, algo previsible porque un grupo muy sectario ha secuestrado a 11 de sus compañeros y el día anterior algunos de ellos agredieron con salvajismo a dos policías en Texcoco; sin embargo los fines evidentes del operativo no son rescatar y detener a los agresores, sino hacer uso de la revancha y dar una lección de mano dura.
Sepan todos cuantos vieren los periódicos o los canales de televisión: Nadie desafía al poder impunemente, entre otras cosas, porque el poder monopoliza la impunidad. Mientras más se sabe de lo ocurrido de ese día más se aclara la “intención pedagógica” de las fuerzas bajo las órdenes de —entre otros— Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y Carlos Abascal (es mezquino de mi parte no darle crédito a todos los participantes de esta “hazaña represiva”, así que por lo pronto agrego al señor Wilfrido Robledo, jefe de la Seguridad Pública del Edomex y teórico o ideólogo de la ocupación de Atenco).
Oigan y sepan todos: El miedo con sangre entra, la resignación a golpes se implanta, y a la defensa de los derechos humanos la ahoga la sordera de las autoridades correspondientes. Si se quiere impresionar favorablemente a la opinión pública, la acción es un fracaso porque una movilización tan salvaje no consigue admiradores sino envía a quien se preste su franquicia de verdugos.
Y lo sucedido se aclara al paso de los días, así sus autores (a los que no ofendo con el adjetivo intelectuales, que les parecería “blandengue”) lo sepan brumosamente. El propósito último de esta “noche de las macanas largas” es verificar hasta qué punto la sociedad cree efectivamente en los derechos humanos, y está dispuesta a defenderlos más allá de la declaración escénica de principios. Si la sociedad no reacciona, adelante con los aplastamientos de ánimo.
* * * Pongo un ejemplo de la barbarie, uno entre demasiados: El testimonio de la alemana Samantha Dietmar, de 27 años, que trabajaba en un reportaje gráfico sobre México, y que, expulsada del hotel por los temores del dueño, vaga en la calle esa madrugada cuando la encuentran los policías: “Me preguntaron qué estaba haciendo allí. ‘¡No es de aquí!’, gritó uno de ellos. Allí empezó el infierno. Me arrastraron del cabello hasta una camioneta donde ya había más personas apiladas. Todos estaban ensangrentados y se quejaban. Nos tiraron arriba de los demás. Los policías nos insultaban y escupían. Cuando la camioneta arrancó, pasaron por encima de todos, insultándonos y pegándonos con las macanas en espaldas, cabezas y pies”. Estos hechos, y las violaciones y el niño asesinado y el joven al que le dispararon en la cabeza y el vandalismo en los hogares, y la decisión de invadir un pueblo criminalizándolo previamente, han sido calificados con benevolencia por los jefes de los agresores, los otros invasores.
El candidato Felipe Calderón exige pruebas de que hubo violencia porque —de seguro— su trabajo de campaña no le permite ver ni periódicos o televisión, y en su equipo sólo hablan con eslóganes (“Las manos limpias nunca se enteran”).
El candidato Roberto Madrazo se llena de gozo por la abundancia represiva y se entristece por la tardanza: Hay que pegar desde el principio.
En los dos casos se advierte el compromiso: Los derechos humanos les dan igual o los detestan y, muy probablemente, una represión tan inmisericorde ratifica su idea del mundo. Ya lo dijo el notable gobernador del Estado de México, Arturo Montiel, aliviado espiritualmente por el publicista Carlos Alazraki: “Los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas”. ¿Y qué son los atenquenses?, díganoslo por favor. Un comentarista, descuidando su deber que es hablar mal todo el tiempo de López Obrador, aseguró: “No fueron más de 50 elementos de una fuerza de 3 mil los que abusaron de las mujeres”. Alivian la proporción y la integridad ética del comentarista.
* * * Continúa la joven alemana: “Como estaba arriba de todos los policías me empezaron a manosear, a pellizcar, me tocaron las nalgas y empezaron a subirme la blusa. Como traté de bajármela, me pegaron en la cara y empecé a sangrar por la nariz. Ya ni pensar en nada. Soporté todo sin moverme. La camioneta se detuvo y a golpes y jalándonos de los cabellos nos obligaron a subir a un autobús. Allí había como 15 personas tiradas en el suelo, bañadas en sangre. Nos echaron encima de los otros. Siguieron los golpes, los pisotones y los insultos. Nos obligaban a mantener las cabezas en el suelo”. (Reportaje de Jesús Ramírez Cuevas, La Jornada, 14 de mayo de 2006).
Los testimonios de estos días evocan sin fatiga las escenas de brutalidad, lo que a los otros invasores les parece normal, y debe serlo porque ellos dieron la orden de hacerlo. Un joven de 24 años, Dierk Lueders Monsiváis (con daño en la cabeza y daño en algunos órganos internos) narra su experiencia. Al aprehenderlos les destruyen a él y a su hermano el equipo de telecomunicaciones, les roban el dinero, les quitan sus acreditaciones: “Durante las seis horas de trayecto hacia el penal los policías nos bajaron una última vez para continuar con la golpiza. Al llegar al penal nos hicieron fila india para continuar con las agresiones, y dijeron: ‘Aquí vienen unos putitos de prensa para que les den chido’, entonces sí hubo una saña especial por el hecho de que somos periodistas”. (Nota de Emir Olivares Alonso, La Jornada, 14 de mayo de 2006).
Para ser justo, a los represores tampoco les simpatizan los otros oficios o profesiones; le dieron duro en la cabeza a los hombres, y en las nalgas a las mujeres, y todo por igual.
* * * ¿Por qué no se han dado las amplias movilizaciones ciudadanas que exigen las monstruosas violaciones a los derechos humanos en Atenco? Propongo algunas hipótesis:
— Todavía, y por desdicha, los que se manifiestan activamente en la denuncia por violaciones a los derechos humanos son los directamente afectados, sus familiares, y la gente de sus organizaciones o comunidades. En las demás, la preocupación no desemboca en el impulso participativo.
— El grupo de “los macheteros” de Atenco y su líder Ignacio del Valle han suscitado desde años una atención alarmada y una simpatía demasiado sectorial, por decir algo, y a esto han contribuido sus secuestros y la golpiza feroz a los policías en Texcoco. Así lo ocurrido en Atenco demanda una solidaridad que trasciende de inmediato la causa específica del señor Del Valle, se desconfía de ellos, y la duda o la antipatía influyen en la abstención política de muchísimos.
— No existen aún las redes sociales, más allá de las campañas inconstantes por internet, que convoquen a demostraciones de repudio, y toda la estrategia queda en manos de un sector y su discurso ideológico-político que expresa la posición de parte de los detenidos, pero no la del pueblo de Atenco en su conjunto, desbordante de posiciones antagónicas hoy unificadas por la represión.
* * * ¿Cómo se sitúan ante los derechos humanos los altos y los medianos funcionarios, los candidatos a la Presidencia y otros puestos humildes, los partidos, los obispos y cardenales, los jefes policiacos, los presidentes municipales, los gobernadores, los medios de comunicación? El balance es desolador.
En abstracto, la defensa de los derechos humanos obtiene declaraciones encendidas pero en lo específico reverberan el viejo estilo autoritario, el rencor por la disidencia, las campañas de odio, la insolencia, la intolerancia.
En el panorama del 2006, la extrema derecha, la única realmente existente, cree posible resolver las atrocidades cometidas con hipocresías, falsedades, calumnias grotescas (“fue AMLO”, dice Calderón) y ruindades pueriles. Pero los derechos humanos no admiten estas maniobras. La derecha ha exhibido, y con plenitud, su afán de manipulación y los acontecimientos de Atenco trascienden en demasía la defensa de la barbarie a cargo de los gobiernos, el PRI y el PAN.
Una razón mas que contundente para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.
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sábado, mayo 20, 2006
ATENCO Y SUS SECUELAS.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 3:51 p.m.
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