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jueves, septiembre 13, 2007

ESTEBAN GARÁIZ: HOMENAJE A XAVIER OVANDO

Nota original Público Milenio

Hace unos días, en un pueblo del norte de Michoacán llamado Penjamillo, se inauguró una calle o libramiento con el nombre de Francisco Xavier Ovando, quien el 2 de agosto de 1988 cayó arteramente asesinado junto con Román Gil Heráldez, en la ciudad de México, cuatro días antes de la jornada electoral.

Ellos dos eran los encargados de coordinar el cómputo electrónico propio que llevaría a cabo el Frente Democrático Nacional que postulaba al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, para saber con base en actas cuántos votos obtenía frente a Carlos Salinas.

No es extraño que, en el homenaje, el ingeniero Cárdenas haya llamado al asesinato de Ovando y Gil —que, claro, sigue sin aclararse— un “crimen de Estado”, y haya recordado en Penjamillo que este crimen se cuenta entre los 600 caídos —300 durante la Administración de Carlos Salinas y 300 más en la de Ernesto Zedillo— caídos en la lucha por la democracia en México.

Y yo me pregunto, una vez más, por qué a los llamados “violentos” les toca siempre poner los muertitos. Me sigo preguntando quiénes son los violentos.

En el homenaje estuvo también el ahora candidato al gobierno del estado de Michoacán, Leonel Godoy, igualmente gran amigo y compañero de luchas de Gil y Ovando.

El homenaje se llevó a cabo en el pueblo de Miguel Ángel Arellano Pulido, también amigo de Xavier Ovando, y cuyo hermano Daniel Arellano también murió asesinado.

Hoy, después del desaseo de la elección federal de 2006, de nuevo nos encontramos en un momento crítico. Ojalá pronto se recupere el rumbo democrático del país y se pueda acordar una auténtica reforma electoral convenida entre todas las partes interesadas en el arribo al poder político por la vía pacífica.

El fraude electoral se consumó en 1988, organizado claramente desde la Presidencia de la República. A causa de ese trascendental acontecimiento, todas las fuerzas políticas acordaron, unas con entusiasmo y otras a regañadientes, la importante reforma electoral de 1990 que culminó en 1996, con la constitución del Consejo General del IFE como órgano superior de dirección.

Siete años después, al conformarse en 2003 la nueva integración del Consejo General por sólo dos fuerzas políticas contendientes, quedó sembrado el germen de la discordia.

Es necesario repetir que se cumplió estrictamente con la ley, que establece una mayoría de dos tercios de los diputados para el nombramiento de los consejeros del IFE. Pero al no obtener el consenso, como sí se había logrado siete años antes, no se logró la aceptabilidad de la derrota. No hay que confundir aceptabilidad de la derrota electoral con aceptación de la derrota. Son dos cosas distintas. La aceptación de la derrota es precisamente establecer entre todos y de manera previa las condiciones que hagan ineludible la aceptación de la derrota. No es un asunto jurídico; es un asunto estrictamente político. Cualquier ley debe ser siempre producto de los acuerdos de la convivencia humana y no un ente sacramental. Luis Carlos Ugalde y algunos compañeros parece que no lo han entendido.

Ojalá sí lo tengan claro en todas las fracciones parlamentarias del Congreso de la Unión. Eso falló en 2006. No hubo aceptabilidad de la derrota electoral. Se violaron las reglas del juego impunemente. Tampoco hubo aceptación. Ojalá no se repita. Daríamos otro importante paso en el avance democrático.

Ahora uno de los consejeros del Consejo General del IFE, Marco Antonio Gómez Alcántar, declara textualmente: “Hay consejeros que defendieron en su momento los anuncios del Consejo Coordinador Empresarial y existimos otros que nos opusimos”.

Es claro que la urgente reforma electoral, que los legisladores llaman “de tercera generación”, requiere reglamentar las precampañas como procesos internos de cada partido, acortar las campañas, establecer sanciones severas y disuasivas a quienes violen la ley torciendo la voluntad ciudadana y desde luego reducir el dinero público gastado. Pero además es necesario designar un cuerpo arbitral consensuado por todos los contendientes, logrando la aceptabilidad de la derrota.

http://www.egaraiz.blogspot.com

Esteban Garaiz estuvo al frente del IFE en Jalisco. Sus críticos lo tachan de "properredista" y de ser el responsable directo de que Jalisco fuera el estado con más casillas consideradas en el recuento del TRIFE. Por supuesto, esos mismos críticos jamás tomaron en cuenta el efecto de ese nefasto rumor que cundió entre la población jaliciense, especialmente en la comunidad tapatía, de que AMLO les quitaría casas, televisiones y autos, básicamente, lo que los "cristianos" locales realmente adoran y alaban. Eso no afectó para nada la capacidad de la gente para hacer cuentas y no contar los votos de la gente que estábamos "equivocada" y votando por AMLO representamos un peligro para sus patrimonios, racionalizado como un "peligro para México".

Pero claro, esa misma telecracia que pudo minimizar el doble homicidio, que pudo borrar de la memoria colectiva a los más de 600 perredistas asesinados, para plantarles encima el mote de "violentos", esa misma telecracia es la que pelea su poder, como bien menciona Miguel Ángel Velázquez en su columna de ayer:

Ahora sí ya entendimos. La partidocracia es un peligro para México, por eso tenemos que entregar el país a la telecracia. Y eso, entendido desde la voz de los que pretenden ser los nuevos amos, es la verdadera y pura democracia. ¡Ya entendimos!

Claro, las voces de la tele contestan a coro: defendemos las libertades, defendemos la democracia. El dinero es lo menos importante. Por eso, no a la partidocracia. Que viva la telecracia. Ellos sí son legítimos. Qué bueno que ya lo vamos entendiendo.

En fin, ya entendimos. Las instituciones en las manos de los representantes de la gente sería un despropósito, un suicidio democrático, la muerte de las libertades, por eso, ya entendimos, el camino políticamente correcto es entregar las instituciones a la tele. Por fin ya nos cayó el veinte. ¡Qué ciegos fuimos! Los monopolios nos han mostrado el verdadero camino a la democracia y no nos queda más que gritar ¡que vivan los mnopolios!

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