04-01-2007
El árbol de Iraq no nos deja ver el bosque de Oriente Medio (Líbano) y Lejano (Irán). Y más ahora, cuando tenemos la ejecución de Sadam Husein como entretenimiento de masas y literario. Cuando el Grupo de Estudio sobre Iraq (GEI) hizo público su informe todo el mundo se las prometía muy felices sobre la retirada de las tropas de ocupación de Iraq. Y no. Ni antes (1), ni entonces, ni ahora cuando Bush se reúne con su séquito en su rancho y decide darse más tiempo para “reconducir el rumbo” de la guerra. Un tiempo que coincide, como si fuese por casualidad, con el que la nueva Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU concede a Irán para que ponga fin a su programa nuclear (2). Y en ambas situaciones existe el mismo hilo conductor: el petróleo.
El GEI hace 79 sugerencias al gobierno de Bush, pero merece la pena detenerse en tres de ellas y que ponen de manifiesto la razón principal de la invasión de Iraq. Son la 28, la 62 y la 63 y tienen un mismo común denominador: la privatización del petróleo. En Iraq se viene asistiendo a un paulatino incremento de la producción, modesto pero sostenido mes tras mes, de petróleo. La estrategia energética de Washington supone que a mediados de 2007 Iraq haya alcanzado los 2’8 millones de barriles diarios (ahora está en casi 2’1) y, así, garantizarse una importante baza de presión dentro de la OPEP para reducir el precio del barril de petróleo en una cifra cercana, por arriba o por abajo, a los 30 dólares. Hay que tener en cuenta que Iraq no participa de los compromisos de la OPEP para reajustar los precios según la evolución del mercado.
En estos momentos el precio está estabilizado en 61 dólares –llegó a los 74 durante la guerra de Israel contra Líbano del verano de 2006- tras la decisión de la OPEP, a iniciativa de Venezuela, de recortar la producción para impedir que los precios continuasen bajando. A ello hay que añadir el reciente ingreso de Angola a la OPEP, producido en la reunión celebrada el 14 de diciembre en Nigeria. Aparentemente este hecho no significa nada. Excepto para EEUU, que ve aumentar su dependencia inmediata del cártel petrolífero. The Financial Times lo ha reflejado a la perfección: “con el ingreso de Angola a la OPEP los EEUU han aumentado su nivel de dependencia hasta el nivel que tenían hace 15 años” (3). Según este diario, la entrada de Angola supone que la OPEP pasa a controlar el 54% del total de las importaciones de petróleo de los países industrializados, aunque esa entrada no se va a reflejar en un incremento del precio por el momento.
Como es sabido, el dólar es la moneda de transacción del petróleo. Hasta ahora. El pasado 18 de diciembre Irán anunció su decisión formal de adoptar el euro como moneda oficial de cambio, lo que implica que sus transacciones financieras internacionales se realizarán a partir de este momento en euros. Irán había venido anunciando a lo largo de todo el año 2006 su intención de poner en marcha una bolsa petrolera en euros (4), pero el paso dado va más allá. El efecto de esta medida no es inmediato. De hecho, Gholanhossein Nozari, director de la Compañía Nacional de Petróleo Iraní, estima que Irán recibirá en euros el 57% de sus exportaciones de petróleo. Como diría Chávez, “por ahora”.
¿Cómo hay que interpretar la decisión iraní? El país persa se justifica diciendo que el cambio de divisa significa que los países productores pierden menos dinero. El barril está en los 61 dólares, como se apuntaba más arriba, y ha estado en los 74. Pero si el precio hubiese sido reflejado en euros la fluctuación hubiese sido menor, de 48 a 58. “El dólar es débil y el euro fuerte”, dicen los iraníes, por lo que hay que comenzar a comerciar en una moneda fuerte como antes se hizo con el dólar tras el abandono del patrón oro, hace ya casi 40 años. Y se justifican diciendo que Rusia ya tiene la mitad de sus reservas económicas en euros y yenes y que los Emiratos Árabes Unidos habían anunciado que iban a convertir en euros el 8% del total de sus reservas monetarias, algo que se ha hecho efectivo el pasado 27 de diciembre (5). Añaden, además, que ya desde el mes de noviembre EEUU ha venido presionado a los bancos para que congelasen las cuentas iraníes por su supuesto “apoyo al terrorismo” (con mención expresa a Hizbulá y Hamás) y que como consecuencia de esta presión los europeos son cada vez más renuentes a tramitar las ventas iraníes en dólares o extender líneas de crédito en esta moneda. Hay al menos tres bancos que desde entonces retienen los activos iraníes: el Credit Suisse, el Credit Lyonnais y el HSCB.
La meta de cambio 1=1’50
Pero está claro que también es una medida política. Esta iniciativa de uno de los principales países productores de la OPEP significa un desafío sin precedentes a la economía estadounidense puesto que el comercio de petróleo es lo que sostiene el dólar.
No es la primera vez que ocurre, pues una medida similar ya puso en práctica Sadam Husein como gobernante de Iraq antes de la invasión, pero entonces la exportación de petróleo estaba sometida a un régimen de sanciones que, aunque se burlaba en ocasiones, era bastante eficaz y el precio estaba en los 30 dólares el barril. Una de las primeras medidas impuestas por los ocupantes a los colaboracionistas fue el retorno al patrón dólar en el comercio petrolífero, que se mantiene en la actualidad. La adopción del euro como moneda oficial de una nación productora de petróleo de la relevancia de Irán, con unos precios por encima de los 60 dólares, constituye una enorme amenaza estratégica para la economía de EEUU porque significa el principio del fin.
Los expertos economistas consideran que el colapso del dólar llegará cuando la tasa de cambio respecto al euro llegue al 1’50, aunque hay quien lo establece en 1’70. En estos momentos un euro equivale a 1’32 dólares. Veinte céntimos. Eso es lo que separa a EEUU del declive económico y el fin de su hegemonía como superpotencia. Por eso es importante la premura para imponer sanciones a Irán, amenazar con un plazo de 60 días para incrementar esas sanciones si este país no renuncia a su programa nuclear y enmarcar todo ello dentro del Capítulo VII de la Carta de la ONU, el que autoriza el uso de la fuerza. El déficit comercial de EEUU y el agujero sin fondo que supone Iraq obligan a la Administración Bush a reaccionar con fuerza frente a cualquier sugerencia, no ya constatación, de que los mercados internacionales pueden dejar de utilizar el dólar. La única solución sería recortar el gasto social, aumentar impuestos o ambos. Y en un año electoral como 2007 ninguna de estas medidas es popular.
En política internacional nada es por casualidad. Irán ha venido retrasando esta decisión todo lo que ha podido. Cuando ha tenido constancia de la resolución de la ONU ha sido cuando ha dado el paso. Una resolución que ha venido precedida de unas maniobras militares de EEUU, Gran Bretaña y algunos países árabes del Golfo; de las reuniones de los miembros de la Administración Bush con ocho países de la zona -Egipto, Jordania, Bahrein, Kuwait, Qatar, Omán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos – para sondear las posibilidades de crear un “baluarte suní” frente a Irán (6); del envío a la zona de una parte de la flota de guerra de EEUU, y de la declaración de Blair de que Irán es la principal amenaza para la paz y la estabilidad en Oriente Medio. Parece que el cerco se estrecha y que la guerra es inevitable.
Pero ¿lo es? Son muchos los intereses económicos en juego y una guerra contra Irán no se quedaría circunscrita únicamente al territorio de este país. Veamos algunos posibles escenarios.
En el ámbito económico, China, Rusia e India tienen intereses muy suculentos en Irán. Los chinos han firmado un acuerdo a 25 años para importar gas natural, los rusos apoyan el programa nuclear y han logrado que la planta de Busher no sea mencionada en la resolución de la ONU, los hindúes también han firmado contratos de suministro de gas y la construcción de un oleoducto conjunto Irán-Paquistán-India. A ello hay que añadir que en agosto de 2006 la Organización de Cooperación de Sanghai admitió a Irán como miembro en calidad de observador. El referente iraquí está muy presente para estos países. El gobierno de Sadam Husein firmó acuerdos comerciales con ellos y otros europeos, como Francia, que no fueron respetados por las potencias ocupantes tras la invasión de 2003 y temen que algo parecido ocurra en el caso de Irán.
En el ámbito militar, las instalaciones de petróleo y gas de los países del Golfo y Arabia Saudí son extremadamente vulnerables a un ataque de respuesta iraní si es atacado este país, lo que provocaría el pánico en los mercados financieros elevando el barril de petróleo a cifras cercanas a los 100 dólares. No hay que perder de vista, además, que en estos países el porcentaje de población shií no es nada despreciable: en Bahrein es del 80% (pese a que los suníes controlan el poder); en Kuwait es del 30%; Dubai - que se engloba en los Emiratos Árabes Unidos - es un centro de influencia iraní, donde se hacen negocios y viven 200.000 iraníes; Arabia Saudí tiene una minoría shií precisamente en la provincia donde se asientan las principales reservas de petróleo.
¿Qué queda, entonces? O bien una acción unilateral de Israel – y aquí hay que recoger lo que viene publicando la prensa israelí sobre la “falta de energía política de Bush para atacar a Irán, y un ataque americano a Irán es esencial para nuestra existencia” (7) y la necesidad de impulsar el lobby sionista en EEUU, especialmente dentro del Partido Demócrata para que apoye en público una acción militar contra Irán, aunque se termina diciendo que “si no actúan los americanos lo debemos hacer nosotros” – o bien la desestabilización interna, para lo que ya se está actuando en dos frentes: el occidental, con EEUU y Gran Bretaña a la cabeza, y el árabe, con los saudíes en el principal papel. Aquí los israelíes son muy claros: “debemos cooperar clandestinamente con Arabia Saudí de modo que persuada a EEUU para atacar a Irán” (8).
EEUU ya está manos a la obra en esta segunda opción. Ha instalado en Dubai su principal estación de espionaje (9) y se pretende influir en los residentes iraníes allí para que promuevan un cambio de régimen. Al hecho ya conocido de que el régimen de Bush incentiva la revuelta en Baluchistán, Azerbaiyán y Juzestán (10) se añade el contacto establecido con los kurdos iraníes, tal y como ha revelado Seymour Hersh (11). Pero el factor más importante es el enfrentamiento sectario, suníes contra shííes.
El pasado 12 de diciembre The New York Times informó que Arabia Saudí había hecho llegar a la Administración Bush un escrito con tres condiciones: que no se retirasen las tropas de Iraq antes del 2008, que no se iniciase ninguna negociación con Irán y que se reasumiesen “de inmediato” las negociaciones de paz entre Israel y la Autoridad Palestina para contrarrestar la creciente influencia de Irán en Hamás, cuyo primer ministro iba a viajar esos días a Teherán en busca de apoyo político y económico. Las tres condiciones se están cumpliendo a rajatabla.
El factor chino
La economía de EEUU es cada vez más vulnerable. Si la iniciativa de Irán se consolida será un golpe brutal, pero es China quien tiene la última palabra. Aunque no sea el momento de extenderse en ello, China vende una gran cantidad de productos a EEUU, proceso en el que acumulan dólares que luego prestan a los propios EEUU a cambio de bonos del Tesoro y hacen que EEUU se convierta, cada vez más, en el principal deudor de China. En el momento en que China corte el grifo, la crisis financiera será total. Una acción militar contra Irán de EEUU sería la señal para que ese momento hubiese llegado.
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(1) Alberto Cruz, “Muqtada al Sader, el verdadero problema de EEUU en Iraq” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=41022
(2) Resolución 1737 del 27 de diciembre de 2006.
(3) The Financial Times, 2 de enero de 2007.
(4) Alberto Cruz, “Irán, la crisis nuclear y la bolsa petrolera” http://www.igadi.org/index.html
(5) Bloomberg, 27 de diciembre de 2006.
(6) The Financial Times, 29 de noviembre de 2006.
(7) Yediot Aharonot, 30 de diciembre de 2006.
(8) Ibid.
(9) Times, 16 de noviembre de 2006.
(10)Alberto Cruz, “Irán, la crisis nuclear y la bolsa petrolera” http://www.igadi.org/index.html
(11)New Yorker, 21 de noviembre de 2006.
albercruz@eresmas.com
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