Tijuana no
cuauhtémoc arista
Llegarán los policías grises mirando con desconfianza a los policías azules y sin percatarse de que los vigilan los policías negros desde los helicópteros, mientras la multitud de soldados verdes y ocres se limita a hacer presencia, a ocupar las esquinas e invadir las banquetas, patrullar algunas azoteas y pararse notoriamente en los cruceros.
Sobrevolarán veintiún aviones muy ruidosos, pasarán decenas de carros blindados destrozando las canciones bizarras y los cables de luz. Las patrullas no tolerarán escupitajos de adolescentes. Tomarán fotos los gringos sin que se les pegue lo sospechoso de los batos. Una pareja de cincuentones será golpeada por oponerse a que los policías de cualquier color realicen una compleja investigación del contenido de sus carteras.
Cerrarán bares y table dances los oficiales, los pelones de pelo erizado, los de pelo cano, los de pelo escaso y los de medio pelo. Balas de alto calibre matarán a uno o dos chavos que llevaban mochilas repletas de hierba o de piedra, y sus restos serán encontrados por perspicaces soldados rasos siempre alertas que los sumarán a los bandidos abatidos. Más casos de violación y alguno de desaparición que difícilmente saldrá en los periódicos.
En una plaza pública de Nuevo León o de Chihuahua se enfrentarán pandilleros y, si resultan menos de tres muertos, se dirá que fue una vieja rencilla familiar, pero por si las dudas se firmará un tratado internorteño de seguridad, que será elogiado unánimemente en periódicos de sintaxis enrevesada y en un promocional de Gobernación con su astuto recuadro azul. O quizá el presidente de la legalidad a la mexicana decida pronunciar otro segmento de su monótono y monotemático discurso con esos medios de comunicación como trasfondo, a manera de periódico mural (ups).
Desde el mar, unos buques con el emblema presidencial (el color gris) bloquearán la entrada de paquetes sospechosos a la ciudad de Hank, impedirán la salida de oscuros personajes que lleven tatuajes y exhiban armamento de alto poder y arrastren botas de piel de víbora por las calles de la ciudad de Hank. Seguirán todas las pistas que las fuerzas de seguridad pública y nacional han acumulado en sexenios de investigación y catearán casas de los suburbios por donde suele pasar Hank cada mañana cuando acude al palacio municipal a gobernar, y custodiarán fuertemente pacas y tambaches y atados de sustancias prohibidas, lo mismo que fajos de billetes nacionales nuevos, auténticos o falsos, y de piedrólares que osadamente los malos iba a depositar en los bancos donde tiene Hank las cuentas del gobierno, y atraparán a un sujeto que entró al palenque una noche que Hank apareció de pronto y así de súbitamente se esfumó, y cerrarán un local de aquel centro comercial que inauguró Hank. Encontrarán un esqueleto femenino bajo el monumento a Hank, y uno que otro policía inspirado de tanto inspirar fuerte suspirará ante una sangrienta puesta de sol en Tijuana.
Oficiales tendrán que salir del hipódromo y las casas de apuestas en ropa de civil a ordenar que se escriban informes, que se avance en el relato de un caso, que se presente alguien que se deje atrapar pero con suficiente cara de malo, y se reunirán con funcionarios locales dispuestos a decir que sí cuando la prensa de sus compadres les pregunte si ha rendido fruto el apoyo empresarial al gobierno del orden y volverán a decir que sí, que es el fruto de la unidad y que con esas positivas fuerzas se invadirá pasado mañana Guerrero, luego Colima, Tamaulipas, donde quiera que una invasión logre acallar siquiera momentáneamente lo que antes se llamaba el tableteo de las ametralladoras y ahora se conoce como el mucho más letal aleteo de los billetes o más bien de las trasferencias electrónicas.
Y entonces se publicarán cifras para la historia: dos que iban “bien armados” al tambo, tres vendedores al menudeo, al tambo, tipos que rondaban el palacio y la residencia del alcalde, pero a los que el alcalde no conoce ni por su alias, todos cayeron ante el ataque; es decir, dice su inconciente, ante la ofensiva. Otros carros blindados, otros uniformes nuevos, auténticos o falsos como los billetes, seguirán cruzando las amplias planicies de otros estados mientras se enfrían la visita de los pelones de Tijuana o, al menos, hasta que el efecto cucaracha lleve a los pelones a pulular, como si investigaran, mero atrás de donde se cocina y se almacena lo que se supone que buscan.
En los alrededores, en los suburbios, en las pymes, pero no más allá porque se trata de cooperar y no de confrontarse con uno de los suyos, otro señor del orden, todo un tigre en eso de mantener la paz en su ciudad que no es La Paz, sino Tijuana. Hasta podrían dar un buen golpe los soldados y los policías multicolores en cualquier otra ciudad, digamos gobernada por el PRD, donde impere la coalición mafiosa del poder público de tercer nivel con el tráfico local de drogas. Tijuana no.
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