SERGIO RENÉ DE DIOS CORONA: CREDIBILIDAD Y MEDIOS
Nota original
Los medios informativos atravesaron una crisis de credibilidad durante 2006. En especial las empresas televisivas, pero sin quedar fuera electrónicas o impresas, quedaron mal paradas ante un considerable sector de la sociedad mexicana más politizado e informado. Unos más que otros, con escasas excepciones, los medios perdieron o disminuyeron el factor de mayor valía que pueden tener: que su público les crea la información y la visión que ofrecen.
Diversos factores influyeron en ese declive de confiabilidad informativa. Uno, que el propio país estuvo política y electoralmente dividido, tenso, jaloneado, durante las campañas, comicios, sobre todo los presidenciales, y las poscampañas. Las distintas y antagónicas visiones políticas se reflejaron en los diferentes y contrastantes tratamientos informativos de los acontecimientos en marcha. La información, al igual que las campañas, estuvo altamente politizada. Las descalificaciones, guerra sucia, intereses económicos y políticos, prejuicios, altanerías, llegaron también a las salas de redacción, que dejaron atrás la visión liberal de ser meras observadoras y relatoras de hechos.
Otro elemento es que la mayoría de los medios informativos tomaron partido. Adiós a la supuesta neutralidad. Se inclinaron, en los hechos, por alguno de los dos principales candidatos presidenciales: Felipe Calderón Hinojosa o Andrés Manuel López Obrador. Habría que precisarlo con cifras, pero fue notorio que la inmensa mayoría se inclinó por el primero, no necesariamente alabándolo o dedicándole más espacio o tiempo, sino por toda la caballería que lanzaron contra el segundo, tanto reporteros, conductores o columnistas. Eso sí, el Peje contribuyó con sus errores a también echarle gasolina a la leña que ardía a su alrededor.
Una variable que contribuyó a descreer de lo informado es que actualmente se puede obtener otra visión, contrastante, a través de diversos medios alternativos, en especial los que han tenido un rápido repunte en la Internet, aunque también mediante otros canales como radios, prensa escrita, videos, fotografías, teatro y otras expresiones culturales. El público que no necesariamente simpatiza con una u otra opción política, y que sí está interesado en conocer lo que sucede con más apego a la verdad periodística, sabe que requiere no conformarse con la información de los grandes medios sino que debe buscar información extra en los alternativos.
También influyó en la pérdida de credibilidad mediática que parte de los periodistas, medios, empresarios y políticos, entre ellos el anterior y el actual gabinete federal panista, desconocen, no comprenden o de plano aborrecen los movimientos sociales y políticos disidentes. En ese punto se unen los cuatro grupos anotados: los satanizan porque les resulta ajeno, los atacan sin rastro de sensibilidad social y humana, equivocadamente los consideran riesgosos, magnifican las acciones de los pequeños grupos radicales y crean el clima político para justificar la represión al conjunto.
Empresas mediáticas en general y programas, conductores y periodistas concretos perdieron credibilidad en 2006. Lo grave es que pareciera que esto seguirá igual o peor en 2007.
DAVID GÓMEZ ÁLVAREZ: DIPUTADOS QUE SALUDAN CON SOMBRERO AJENO
Nota original
Los diputados tienen la peor reputación de México, excepto por la de los policías. En efecto, el desprestigio de los diputados está por demás documentado: según todas las encuestas sobre corrupción, valores democráticos y cultura política de los últimos años, el diputado es la segunda figura pública en quien menos confía la gente, apenas por debajo del policía. Esta mala fama no es producto de la imaginación colectiva: es la percepción que tienen los mexicanos sobre sus representantes populares. Así, mientras que en ciertas democracias la figura del legislador goza de un enorme prestigio social, en nuestro país el diputado es sinónimo de abuso, influyentismo, corrupción.
Así lo revelan los sondeos de opinión (Encuesta de corrupción y buen gobierno, Transparencia Mexicana). De ahí que no sorprenda que la semana pasada, justo después de Navidad y en plenas vacaciones, los diputados del Congreso de Jalisco, salvo honrosas excepciones, se hayan autoentregado una “despensa navideña” en vales para una tienda de almacén y para otra de vinos y licores, que no es sino un bono de fin de año. Las cosas por su nombre.
No obstante la irritación social, para algunos el monto de la canasta no es cuestionable aunque pudo haber sido “más módico”, mientras que a otros simplemente les parece “excesivo llamarle bono” a un sobrepago, como si fuera algo completamente distinto a un bono. Para algunos más, la despensa navideña se justifica porque “los recursos del Congreso lo permiten”, como si no hubiera otras necesidades más apremiantes que gastar en licor para las posadas de los diputados. Para otros ya de plano se trata de una “tradición (navideña) de muchos años”, aunque se trate de un pago prohibido por la ley de servidores públicos, y tan transparente que tuvo que ser entregado en sobre cerrado, sin remitente ni acuse de recibo. Qué tristeza escuchar a los diputados y líderes de partido (nota: léase PAN) justificar lo injustificable.
Pero el fondo del asunto es aún más preocupante, y por desgracia no se termina con la Legislatura saliente. Tiene que ver con la concepción de la política que tienen los diputados y, en general, la clase política mexicana: una visión absolutamente patrimonialista de los asuntos públicos, de la política. En efecto, los políticos, particularmente los diputados, no conciben su función como árbitros garantes de las reglas del juego, sino como gestores de balones. No velan por el interés colectivo, sino por las necesidades inmediatas de sus bases de apoyo, electores cautivos, clientelas políticas.
Uno de los diputados que recibió los vales justificó el bono diciendo que no era para él, sino para comprar “cobijas y dulces” para regalar a sus electores (eso suponiendo que sea diputado de mayoría o de repechaje, pues a los plurinominales ni ese pretexto les alcanza). Otro diputado ofreció mostrar las supuestas “miles de peticiones, desde losa, tejas, despensas” que recibió de la gente, como si bastara una petición para justificar la entrega de recursos de forma discrecional, pues no todos los que piden reciben. Y los que reciben, quedan en deuda política, económica o moral. No se vale lucrar así.
Por eso lo reprobable del bono navideño —y de cualquier sobrepago disfrazado de graciosa dádiva—, no está en el destino cuanto en el origen de los recursos. Lo que es más, lo cuestionable no radica únicamente en el origen público de los recursos, sino en su uso clientelar. El problema de fondo radica en el entendimiento patrimonialista (los recursos públicos que se utilizan como si fueran propios) que tienen los diputados acerca de la política. “No es para un servidor, es para regalar cosas a la gente que lo necesita”, explicaba un legislador. Lo que no entienden o no quieren entender los diputados es que los regalos, sean dulces, cobijas, ladrillos o hasta botellas del Super La Playa, las pagamos los contribuyentes con nuestros impuestos, incluidos aquellos que reciben los regalos, por más pobres que sean. Otra cosa sería que lo pongan de su bolsa, pero mientras eso no suceda, mientras usen recursos públicos de forma patrimonialista y clientelar, es como saludar con sombreo ajeno. Qué desfachatez.
ROBERTO CASTELÁN RUEDA: NUEVOS MUNÍCIPES
Nota original
Algunos tienen cuentas pendientes con la justicia. Para otros, gracias al eficiente sistema judicial panista, estas cuentas ya fueron archivadas. Otros hasta bien intencionados son. Ya se enfrentarán a la realidad de sus líderes partidistas, quienes les cobrarán el favor y el apoyo en las campañas.
Lo bueno es que aprenderán pronto. Más temprano que tarde les oiremos improvisar hermosos galimatías cada vez que se les requiera sobre el destino de los dineros públicos o sobre el comportamiento de alguno de sus subordinados.
Gracias a su elevado nivel de educación y a su sólida formación escolar, los nuevos munícipes aprenderán muy pronto el arte de la transa y el reporte. Además se podrán jactar de que forman parte de la nueva generación de presidentes municipales que llegaron gracias al gobierno del cambio. Y a las manos limpias. Y a que derrotaron al peligro para México.
Se sabrán salvadores de la patria. Limpios y puros, derrocharán humildad y tendrán la oportunidad de mostrar su sincero afán de servicio.
Les espera la obra pública, el presente agradecido de quien los apoyó en la campaña, el agradecimiento sincero, puro y honesto de los habitantes de esas colonias populares a quienes ofrecieron llevar agua, drenaje y ponerles alguna escuela o centro de salud. Al fin y al cabo, el prometer no empobrece. Al contrario. Nuestros nuevos munícipes ya se pasean en sus camionetotas del año anunciando de qué tamaño será la corrupción y el nivel de envilecimiento de sus funcionarios.
Alejados de las grandes ciudades, ajenos al mundo y lejos de todo lo importante, los municipios jaliscienses reciben a sus nuevos señores (y algunas señoras) con la disposición con la que reciben los vasallos a su nuevo monarca.
Para la vida municipal, la modernidad ha sido la gran ausente. El municipio jalisciense es el fiel reflejo de la forma como los políticos de la metrópoli entienden a la función pública.
Gracias a sus dirigentes que hacen lo suyo en las grandes ciudades, nuestros nuevos presidentes municipales entienden el voto circunstancial de los ciudadanos, como una patente de corzo para enriquecerse y mostrarse autoritarios, y no como una responsabilidad de servir a un pueblo que tiene en el salario mínimo su único referente democrático.
Son tres años en los que, si se portan bien con los jefes de Guadalajara, al final podrán ser dignos candidatos a diputados. Para ello hay que talonearle duro. Cobrar bien las licencias municipales y los favores personales. Aprovechar al máximo los fondos municipales. Convencer a los jefes de que el nuestro es el municipio más pobre para recibir más recursos. Vender bien esos terrenos municipales tan codiciados por los ricos del pueblo.
¿Quién dijo que el municipio no es el alma de la vida política de México?
Con nuestros nuevos munícipes: feliz año nuevo. Aunque ya se está pareciendo mucho a otros.
JUAN JOSÉ DOÑÁN: PODAR AL CONGRESO (DE JALISCO)
Nota original
A punto de dejar el cargo, los diputados adictos a los bonos, sobre todo a los que se miden en grados Gay-Lussac, dicen no caber en la que durante 25 años ha sido la sede del Congreso de Jalisco, por lo que están en tratos para mercar un céntrico edificio, valuado en 52 millones de pesos, lo que ha dificultado su compra, pues los legisladores salientes ofrecen 35 millones. Común y corriente, pero sobre todo dispendioso, el caso de los integrantes de la actual Legislatura: no cuidan el dinero público, pues otra vez exhiben su vocación de manirrotos con lo que no es suyo; en lugar de racionar los espacios de una edificación que ha tenido ya más de una ampliación, principalmente hacia Independencia, la calle contraria a la del ingreso principal (Hidalgo), les ha dado por extenderse como las verdolagas, con una explosión demográfica de asesores, secretarias, secretarios y secretarios de los secretarios, que pulula a su alrededor.
El plan de los diputados que están por irse es mudar sus oficinas al edificio, más bien feo, que ha ocupado un consorcio bancario, en la esquina sureste de Corona y Juárez, y mantener en el Palacio Legislativo la biblioteca, la oficina del presidente del Congreso, así como las áreas de Servicios Generales y Comunicación. Se supone que también el Salón de Plenos, lo que obligaría a los peripatéticos legisladores a calentar suela por varias cuadras (nueve, sumando las de ida y vuelta, lo que no justificaría la utilización de vehículo), cada vez que hubiera que discutir o aprobar una iniciativa, o cuando se convocara a sesión plenaria, algo que representaría una pérdida de tiempo, lo que no es poca cosa, sobre todo si se considera que los diputados suelen ser de la especie de los pachorrudos mayores.
¿No sería mejor que los integrantes de la Legislatura que está a punto de ahuecar el ala le dejaran ese supuesto problema de espacio a quienes habrán de relevarlos en unos días, máxime cuando para entonces la mayoría de los claustrofóbicos diputados salientes tendrá, a su entera disposición, el ancho valle de Atemajac? ¿No sería posible que la próxima Legislatura acordara podar la tripulación del Congreso, limitando la cantidad de asesores y otra clase de ayudantes y, por qué no, pensando seriamente en la reducción del aparatoso número de diputaciones plurinominales? Así, no sólo desahogarían el Palacio Legislativo, sino que se harían un favor a sí mismos y se lo harían también a quienes dicen representar.
Nota original
Los medios informativos atravesaron una crisis de credibilidad durante 2006. En especial las empresas televisivas, pero sin quedar fuera electrónicas o impresas, quedaron mal paradas ante un considerable sector de la sociedad mexicana más politizado e informado. Unos más que otros, con escasas excepciones, los medios perdieron o disminuyeron el factor de mayor valía que pueden tener: que su público les crea la información y la visión que ofrecen.
Diversos factores influyeron en ese declive de confiabilidad informativa. Uno, que el propio país estuvo política y electoralmente dividido, tenso, jaloneado, durante las campañas, comicios, sobre todo los presidenciales, y las poscampañas. Las distintas y antagónicas visiones políticas se reflejaron en los diferentes y contrastantes tratamientos informativos de los acontecimientos en marcha. La información, al igual que las campañas, estuvo altamente politizada. Las descalificaciones, guerra sucia, intereses económicos y políticos, prejuicios, altanerías, llegaron también a las salas de redacción, que dejaron atrás la visión liberal de ser meras observadoras y relatoras de hechos.
Otro elemento es que la mayoría de los medios informativos tomaron partido. Adiós a la supuesta neutralidad. Se inclinaron, en los hechos, por alguno de los dos principales candidatos presidenciales: Felipe Calderón Hinojosa o Andrés Manuel López Obrador. Habría que precisarlo con cifras, pero fue notorio que la inmensa mayoría se inclinó por el primero, no necesariamente alabándolo o dedicándole más espacio o tiempo, sino por toda la caballería que lanzaron contra el segundo, tanto reporteros, conductores o columnistas. Eso sí, el Peje contribuyó con sus errores a también echarle gasolina a la leña que ardía a su alrededor.
Una variable que contribuyó a descreer de lo informado es que actualmente se puede obtener otra visión, contrastante, a través de diversos medios alternativos, en especial los que han tenido un rápido repunte en la Internet, aunque también mediante otros canales como radios, prensa escrita, videos, fotografías, teatro y otras expresiones culturales. El público que no necesariamente simpatiza con una u otra opción política, y que sí está interesado en conocer lo que sucede con más apego a la verdad periodística, sabe que requiere no conformarse con la información de los grandes medios sino que debe buscar información extra en los alternativos.
También influyó en la pérdida de credibilidad mediática que parte de los periodistas, medios, empresarios y políticos, entre ellos el anterior y el actual gabinete federal panista, desconocen, no comprenden o de plano aborrecen los movimientos sociales y políticos disidentes. En ese punto se unen los cuatro grupos anotados: los satanizan porque les resulta ajeno, los atacan sin rastro de sensibilidad social y humana, equivocadamente los consideran riesgosos, magnifican las acciones de los pequeños grupos radicales y crean el clima político para justificar la represión al conjunto.
Empresas mediáticas en general y programas, conductores y periodistas concretos perdieron credibilidad en 2006. Lo grave es que pareciera que esto seguirá igual o peor en 2007.
DAVID GÓMEZ ÁLVAREZ: DIPUTADOS QUE SALUDAN CON SOMBRERO AJENO
Nota original
Los diputados tienen la peor reputación de México, excepto por la de los policías. En efecto, el desprestigio de los diputados está por demás documentado: según todas las encuestas sobre corrupción, valores democráticos y cultura política de los últimos años, el diputado es la segunda figura pública en quien menos confía la gente, apenas por debajo del policía. Esta mala fama no es producto de la imaginación colectiva: es la percepción que tienen los mexicanos sobre sus representantes populares. Así, mientras que en ciertas democracias la figura del legislador goza de un enorme prestigio social, en nuestro país el diputado es sinónimo de abuso, influyentismo, corrupción.
Así lo revelan los sondeos de opinión (Encuesta de corrupción y buen gobierno, Transparencia Mexicana). De ahí que no sorprenda que la semana pasada, justo después de Navidad y en plenas vacaciones, los diputados del Congreso de Jalisco, salvo honrosas excepciones, se hayan autoentregado una “despensa navideña” en vales para una tienda de almacén y para otra de vinos y licores, que no es sino un bono de fin de año. Las cosas por su nombre.
No obstante la irritación social, para algunos el monto de la canasta no es cuestionable aunque pudo haber sido “más módico”, mientras que a otros simplemente les parece “excesivo llamarle bono” a un sobrepago, como si fuera algo completamente distinto a un bono. Para algunos más, la despensa navideña se justifica porque “los recursos del Congreso lo permiten”, como si no hubiera otras necesidades más apremiantes que gastar en licor para las posadas de los diputados. Para otros ya de plano se trata de una “tradición (navideña) de muchos años”, aunque se trate de un pago prohibido por la ley de servidores públicos, y tan transparente que tuvo que ser entregado en sobre cerrado, sin remitente ni acuse de recibo. Qué tristeza escuchar a los diputados y líderes de partido (nota: léase PAN) justificar lo injustificable.
Pero el fondo del asunto es aún más preocupante, y por desgracia no se termina con la Legislatura saliente. Tiene que ver con la concepción de la política que tienen los diputados y, en general, la clase política mexicana: una visión absolutamente patrimonialista de los asuntos públicos, de la política. En efecto, los políticos, particularmente los diputados, no conciben su función como árbitros garantes de las reglas del juego, sino como gestores de balones. No velan por el interés colectivo, sino por las necesidades inmediatas de sus bases de apoyo, electores cautivos, clientelas políticas.
Uno de los diputados que recibió los vales justificó el bono diciendo que no era para él, sino para comprar “cobijas y dulces” para regalar a sus electores (eso suponiendo que sea diputado de mayoría o de repechaje, pues a los plurinominales ni ese pretexto les alcanza). Otro diputado ofreció mostrar las supuestas “miles de peticiones, desde losa, tejas, despensas” que recibió de la gente, como si bastara una petición para justificar la entrega de recursos de forma discrecional, pues no todos los que piden reciben. Y los que reciben, quedan en deuda política, económica o moral. No se vale lucrar así.
Por eso lo reprobable del bono navideño —y de cualquier sobrepago disfrazado de graciosa dádiva—, no está en el destino cuanto en el origen de los recursos. Lo que es más, lo cuestionable no radica únicamente en el origen público de los recursos, sino en su uso clientelar. El problema de fondo radica en el entendimiento patrimonialista (los recursos públicos que se utilizan como si fueran propios) que tienen los diputados acerca de la política. “No es para un servidor, es para regalar cosas a la gente que lo necesita”, explicaba un legislador. Lo que no entienden o no quieren entender los diputados es que los regalos, sean dulces, cobijas, ladrillos o hasta botellas del Super La Playa, las pagamos los contribuyentes con nuestros impuestos, incluidos aquellos que reciben los regalos, por más pobres que sean. Otra cosa sería que lo pongan de su bolsa, pero mientras eso no suceda, mientras usen recursos públicos de forma patrimonialista y clientelar, es como saludar con sombreo ajeno. Qué desfachatez.
ROBERTO CASTELÁN RUEDA: NUEVOS MUNÍCIPES
Nota original
Algunos tienen cuentas pendientes con la justicia. Para otros, gracias al eficiente sistema judicial panista, estas cuentas ya fueron archivadas. Otros hasta bien intencionados son. Ya se enfrentarán a la realidad de sus líderes partidistas, quienes les cobrarán el favor y el apoyo en las campañas.
Lo bueno es que aprenderán pronto. Más temprano que tarde les oiremos improvisar hermosos galimatías cada vez que se les requiera sobre el destino de los dineros públicos o sobre el comportamiento de alguno de sus subordinados.
Gracias a su elevado nivel de educación y a su sólida formación escolar, los nuevos munícipes aprenderán muy pronto el arte de la transa y el reporte. Además se podrán jactar de que forman parte de la nueva generación de presidentes municipales que llegaron gracias al gobierno del cambio. Y a las manos limpias. Y a que derrotaron al peligro para México.
Se sabrán salvadores de la patria. Limpios y puros, derrocharán humildad y tendrán la oportunidad de mostrar su sincero afán de servicio.
Les espera la obra pública, el presente agradecido de quien los apoyó en la campaña, el agradecimiento sincero, puro y honesto de los habitantes de esas colonias populares a quienes ofrecieron llevar agua, drenaje y ponerles alguna escuela o centro de salud. Al fin y al cabo, el prometer no empobrece. Al contrario. Nuestros nuevos munícipes ya se pasean en sus camionetotas del año anunciando de qué tamaño será la corrupción y el nivel de envilecimiento de sus funcionarios.
Alejados de las grandes ciudades, ajenos al mundo y lejos de todo lo importante, los municipios jaliscienses reciben a sus nuevos señores (y algunas señoras) con la disposición con la que reciben los vasallos a su nuevo monarca.
Para la vida municipal, la modernidad ha sido la gran ausente. El municipio jalisciense es el fiel reflejo de la forma como los políticos de la metrópoli entienden a la función pública.
Gracias a sus dirigentes que hacen lo suyo en las grandes ciudades, nuestros nuevos presidentes municipales entienden el voto circunstancial de los ciudadanos, como una patente de corzo para enriquecerse y mostrarse autoritarios, y no como una responsabilidad de servir a un pueblo que tiene en el salario mínimo su único referente democrático.
Son tres años en los que, si se portan bien con los jefes de Guadalajara, al final podrán ser dignos candidatos a diputados. Para ello hay que talonearle duro. Cobrar bien las licencias municipales y los favores personales. Aprovechar al máximo los fondos municipales. Convencer a los jefes de que el nuestro es el municipio más pobre para recibir más recursos. Vender bien esos terrenos municipales tan codiciados por los ricos del pueblo.
¿Quién dijo que el municipio no es el alma de la vida política de México?
Con nuestros nuevos munícipes: feliz año nuevo. Aunque ya se está pareciendo mucho a otros.
JUAN JOSÉ DOÑÁN: PODAR AL CONGRESO (DE JALISCO)
Nota original
A punto de dejar el cargo, los diputados adictos a los bonos, sobre todo a los que se miden en grados Gay-Lussac, dicen no caber en la que durante 25 años ha sido la sede del Congreso de Jalisco, por lo que están en tratos para mercar un céntrico edificio, valuado en 52 millones de pesos, lo que ha dificultado su compra, pues los legisladores salientes ofrecen 35 millones. Común y corriente, pero sobre todo dispendioso, el caso de los integrantes de la actual Legislatura: no cuidan el dinero público, pues otra vez exhiben su vocación de manirrotos con lo que no es suyo; en lugar de racionar los espacios de una edificación que ha tenido ya más de una ampliación, principalmente hacia Independencia, la calle contraria a la del ingreso principal (Hidalgo), les ha dado por extenderse como las verdolagas, con una explosión demográfica de asesores, secretarias, secretarios y secretarios de los secretarios, que pulula a su alrededor.
El plan de los diputados que están por irse es mudar sus oficinas al edificio, más bien feo, que ha ocupado un consorcio bancario, en la esquina sureste de Corona y Juárez, y mantener en el Palacio Legislativo la biblioteca, la oficina del presidente del Congreso, así como las áreas de Servicios Generales y Comunicación. Se supone que también el Salón de Plenos, lo que obligaría a los peripatéticos legisladores a calentar suela por varias cuadras (nueve, sumando las de ida y vuelta, lo que no justificaría la utilización de vehículo), cada vez que hubiera que discutir o aprobar una iniciativa, o cuando se convocara a sesión plenaria, algo que representaría una pérdida de tiempo, lo que no es poca cosa, sobre todo si se considera que los diputados suelen ser de la especie de los pachorrudos mayores.
¿No sería mejor que los integrantes de la Legislatura que está a punto de ahuecar el ala le dejaran ese supuesto problema de espacio a quienes habrán de relevarlos en unos días, máxime cuando para entonces la mayoría de los claustrofóbicos diputados salientes tendrá, a su entera disposición, el ancho valle de Atemajac? ¿No sería posible que la próxima Legislatura acordara podar la tripulación del Congreso, limitando la cantidad de asesores y otra clase de ayudantes y, por qué no, pensando seriamente en la reducción del aparatoso número de diputaciones plurinominales? Así, no sólo desahogarían el Palacio Legislativo, sino que se harían un favor a sí mismos y se lo harían también a quienes dicen representar.
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