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sábado, julio 01, 2006

CAMBIO CON BIENESTAR SOCIAL.

Benedicto Ruiz Vargas escribe:

El voto por el cambio.

En memoria de mi amigo Gabriel Ramos.

Uno de los factores más sorprendentes y alentadores de nuestra democracia inmadura, es que en México existe y se ha ido consolidando con el tiempo una gran corriente social, política y cultural que se ha impuesto como meta el cambio, con todo lo ambivalente e incierto que significa este término.

A pesar de las oscilaciones y la fragmentación social e incluso a pesar de las enormes resistencias y mecanismos para desalentar este impulso, la aspiración de cambio no se ha apagado en amplias capas de la sociedad mexicana.

Para no remontarnos tan lejos en la historia del País, anotemos el gran impulso de cambio que significó el movimiento estudiantil de 1968, el cual no sólo debilitó las bases de legitimidad del viejo sistema político autoritario, sino que también representó una bocanada de aire fresco en una sociedad asfixiada por costumbres y hábitos almidonados, que impedían de alguna manera el ejercicio pleno de las libertades humanas, especialmente entre los jóvenes y las mujeres. El desenlace de este movimiento terminó en tragedia, pero la semilla del cambio quedó sembrada en la memoria de muchos mexicanos.

Después de ahí vinieron tiempos ominosos, porque el régimen calibró el movimiento juvenil como una primera llamada que amenazaba el ejercicio de su poder autoritario. En muchos casos se impuso la represión y la vigilancia política contra aquellos que mantuvieron vivos sus reclamos y sus demandas sociales, o que seguían buscando un cambio.

Sin embargo, era difícil sostener la rigidez de ese sistema, por lo que al final tuvo que hacer tibias reformas para dar cabida a las nuevas fuerzas políticas y construir una fachada de apertura y democratización.Se abrió un proceso tortuoso y lento hasta llegar a la década de los 80, especialmente a la elección de 1988, en la que de nuevo volvió a reaparecer con fuerza el espíritu de cambio.

Pero el régimen todavía no estaba dispuesto a permitirlo y fabricó en sus entrañas, por enésima vez, el fraude electoral. Los ánimos parecieron apagarse y a asumir que el cambio en México era una tarea cuesta arriba, hasta que se abrió la rendija del 2000 y los electores tuvieron la oportunidad de pasar la factura al partido casi único.

La derrota electoral del PRI en el 2000 instaló en México un renovado optimismo porque, en el mejor de los casos, se estaba ante la posibilidad de iniciar por fin un cambio.

Pasó un año y luego dos, y ya en el tercero la percepción general mostraba que no era ese el cambio que se esperaba. El nuevo Gobierno que llegó con la consigna del cambio pisó sobre las huellas del viejo régimen, manufacturó un nuevo discurso, desmontó las solemnidades del antiguo, pero se le olvidó la sustancia. Había en realidad un cambio de apariencias y lo nuevo era una continuidad de lo anterior.

El signo más importante de las elecciones de este año es que, de nuevo, la necesidad del cambio ha cobrado una gran vitalidad en amplios sectores de la población. Algunos piensan que en la gran masa de electores hay una distinción muy nítida de que la opción de cambio está representada por la izquierda, en contraposición a los proyectos que representan las fuerzas de la derecha.

Es probable que esto sea así en algunas corrientes del electorado (además de que la izquierda sí representa el cambio), pero en realidad para la gran mayoría de la gente el cambio no tiene un ropaje ideológico, sino una connotación de eficiencia y honestidad en los gobiernos.

Para una gran mayoría de mexicanos, el cambio significa mayores libertades en el campo de lo político y mayor igualdad en la aplicación de la ley, pero por encima de ello la fuerza del cambio radica en el ámbito de la justicia social, en la obtención de mejores oportunidades para construir un futuro y un presente menos azaroso y menos incierto como el que ahora se tiene.

El cambio está asociado al bienestar social y a la disminución de la desigualdad y la discriminación que se sufre actualmente. Por eso el cambio en México pasa necesariamente por una mayor igualdad.Como en un cruce de caminos, los electores buscan un Gobierno que les garantice este cambio; un gobierno más comprometido con sus intereses y necesidades, más atento a sus dolencias y sufrimientos, más eficaz en sus respuestas, más limpio y sincero en sus palabras y sus discursos.

Un Gobierno, en suma, que responda a las mayorías y no sólo a unos cuantos que amasan privilegios al amparo de su poder. Este es el sentido del cambio de una gran parte de los electores que se han decidido a participar durante los últimos 30 años en México.

Para otros, sin embargo, el cambio político y social en nuestro País significa una amenaza, una forma de perder privilegios y mecanismos de acceso a las altas esferas del poder político y económico. Es en este segmento de electores y mexicanos donde se localizan las mayores resistencias, las trabas más fuertes para que el país avance y pueda construir las bases de una sociedad más igualitaria. Su visión y resistencia ha polarizado a la sociedad en esta campaña, haciendo de la idea del cambio un peligro para el País. Pero serán de nuevo las urnas las que tendrán la última palabra. Votemos sin miedo a cambiar.

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