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domingo, enero 28, 2007

A.L.

Marcos Roitman Rosenmann

Prospectiva latinoamericana

Daniel Ortega, presidente de Nicaragua (derecha), y Paul Trivelli, embajador estadunidense, luego de una reunión del cuerpo diplomático acreditado en Managua con el también líder sandinista
Daniel Ortega, presidente de Nicaragua (derecha), y Paul Trivelli, embajador estadunidense, luego de una reunión del cuerpo diplomático acreditado en Managua con el también líder sandinista Foto: Ap

Los análisis que ven el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua como un varapalo al imperialismo confunden marketing electoral, voto de castigo y desesperanza con alternativa al neoliberalismo. Y no se trata del vaso medio lleno o medio vacío. El regreso del sandinismo forma parte del hastío de la población votante a seguir pagando los platos rotos de las privatizaciones: el aumento de la pobreza, el paro y el deterioro de las condiciones materiales de vida. Si extendemos este argumento hacia el conjunto de América Latina, podemos visualizar una coyuntura compleja y con opciones contrapuestas.

Durante las últimas décadas del siglo XX, el neoliberalismo pudo edificarse gracias a las teorías de un tiempo nuevo: la globalización que en América Latina se acompañó de una visión ad hoc: el fin de la utopía y la conclusión de las luchas anticapitalistas y antimperialistas. Hecho histórico que debía producir una modernización de la izquierda tras la caída del muro de Berlín. Este postulado se elevó a la categoría constituyente si se quería ser progresista. Los acuerdos entre una nueva izquierda dizque responsable y valedora de la democracia como las reglas del juego electoral concitaron el placer de la derecha vigilante. Siendo su mayor aval el anticomunismo y el rechazo a la revolución cubana. No más tomas del Palacio de Invierno ni del Estado ni del poder. La izquierda política se diluye, mientras la izquierda social queda huérfana clamando justicia social, libertad política y democracia. Cuando más se necesitó una propuesta alternativa, la izquierda política se jibarizó mentalmente y se precipitó hacia el haraquiri para pagar facturas reclamadas por el Pentágono y los ideólogos del neoliberalismo. Decidió jugar con la agenda del enemigo y seguir su itinerario. Mientras se construía el orden neooligárquico, los partidos políticos de izquierda con presencia en la lucha obrera urbana, rural, sindical, terminaron por perder protagonismo y no saber interpretar los cambios. No hubo tregua, la derecha se apoderó del espacio y los años 80 del siglo XX se constituyeron en campo abonado para realizar todas las reformas. En algunos países se hizo bajo el imperio de las fuerzas armadas, el asesinato, la tortura y el exilio. Pero en otros bastó un sistema de partidos políticos y de alianzas estables para garantizar los cambios. Como situación paradójica podemos recordar la desilusión que para millones de personas significó la salida de sus dictaduras. Muchos albergaron la esperanza de concluir un ciclo de políticas económicas y de represión. La sorpresa fue mayúscula cuando se mantuvo el proyecto económico neooligárquico de refundación del orden. Ni Alwyn en Chile, ni Sanguinetti en Uruguay, ni Alfonsín en Argentina, ni Paz Zamora en Bolivia, ni Collor de Melo en Brasil cambiaron el diseño del neoliberalismo. Y si hablamos de la región, salvo Cuba y Panamá con Torrijos, en el resto de países los planes tuvieron nombres y apellidos. En Venezuela el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, en México Miguel de la Madrid, en Perú los primeros pasos los da Alan García. Tampoco debemos olvidar que en Nicaragua el proceso lo inaugura Daniel Ortega (1989) aplicando los planes de ajuste del FMI, todo un récord. En otros países centroamericanos, en plena guerra de baja intensidad, las prácticas neoliberales se consolidan con la reforma del Estado. Es el caso de El Salvador con Napoleón Duarte y Guatemala con Vinicio Cerezo. En Costa Rica bajo el primer gobierno de Oscar Arias y en Honduras con Azcona Hoyo.

Si en el siglo XXI hay gobiernos con propuestas que frenan la vorágine neoliberal, se debe tener en cuenta dicha circunstancia. Sólo hay dos casos y constituyen una excepción. El Movimiento V República en Venezuela, liderado por Hugo Chávez que triunfa en 1998, consecuencia de la crisis del orden bipartidista del pacto fijo nacido en 1958, a la que se suma en 2005 el Movimiento al Socialismo en Bolivia con Evo Morales, donde emerge otro proyecto constituyente. En estos casos coinciden deslegitimación institucional y crisis orgánica acompañada de un proyecto alternativo gestado por años de movilización social y construcción de izquierda política. Por el contrario, en Brasil el triunfo en segunda vuelta de Lula; en Uruguay el gobierno de Tabaré y el Frente Amplio; en Argentina el gobierno peronista de Kirchner y ahora en Nicaragua el triunfo del FSLN sólo les une un nacionalismo vagamente antimperialista y un proceso de despolitización; no constituyen una propuesta anticapitalista. Ello no implica una crítica, sino una constatación. Enunciar un problema no conlleva asumir su enunciado. No son propuestas de refundación del orden en el contexto de una articulación política de ciudadanía participativa y democrática. Otro caso es Chile, donde los partidos de la concertación y el actual gobierno de Michelle Bachelet transitan hacia una moratoria democrática con tal de mantener el control del Ejecutivo. El pacto de no agresión con los violadores de los derechos humanos es un episodio de corrupción ética nunca visto en el quehacer de la política chilena. Ecuador constituye una salida atípica si triunfa Correa en la segunda vuelta. Su elección debe acompañarse de una propuesta constituyente, cuestión que se antoja aún en ciernes. México, por el contrario, entra en una situación difícil. Nos encontramos con la emergencia de un Estado paralelo. Por primera vez gobiernan mafias articuladas fuera del marco institucional-gubernativo. La política en México pasa poco por el poder formal. La privatización de lo político ha deslegitimado el sistema institucional vigente abriendo una crisis profunda del estado de derecho. La solución democrática supone contar con nuevos sujetos políticos, propuestas como la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y la emergencia de un gobierno alternativo, el de López Obrador, constituido tras el fraude electoral.

Hoy las divergencias en la región hacen pensar que no hay una pérdida de control neoliberal en países importantes del continente. Si añadimos Colombia y la propuesta de Estados Unidos para el hemisferio. Sin olvidarnos del Caribe. ¿Volverán los golpes de Estado? En esta coyuntura no todo lo que lucha contra el neoliberalismo es democrático, ni de izquierda, ni alternativo. Las alternativas no se improvisan ni se articulan en las urnas. Tampoco emergen con el nuevo sectarismo de negar la crítica ética como parte de una conspiración purista o de un discurso de traidores. Bajo esos argumentos alguien disparó a Roque Dalton.

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