NO ME DEFIENDAS COMPADRE.

No me defiendas, compadre

domingo, 11 de marzo de 2007

Por Pedro Díaz Arcia "Compañero: ¿Has soñado alguna vez con la gloria de los apóstatas? José Martí ¡Cuánta tranquilidad, qué sosiego para las mexicanas y los mexicanos: saber que en el país se han instalado poderosas fuerzas militares de los "aliados" norteamericanos! Es emocionante observar el continuo aterrizaje de sus potentes aviones y helicópteros rescatados de las mejores cintas de Hollywood, ocupando calles y ciudades, aeropuertos, y otros "objetivos sensibles"; el despliegue de sus Tropas Especiales, cual si fuesen "ninjas" o samurais; tan respetuosas, tan consideradas y consecuentes con la ciudadanía del país donde se emplazan, aunque sea de manera eventual. ¿Cómo agradecerles? ¡Quizá estén esperando una lluvia de flores...como en Irak! ¿Quién sabe? No hay que pensar en la triste e indignante historia de la guerra de rapiña contra la nación azteca; ni en el general y presidente Antonio López de Santa Anna; ni en la heroica defensa de la tierra que, con orgullo, venera el sagrado descanso de los muertos; y mucho menos en el oneroso Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, que "legalizó", con sello de corsarios, la usurpación del 55% del territorio de México. Es aconsejable recordar que lo cortés no quita lo valiente e invitarlos a un taco, bien cargadito de picante, con su tequilita reposado. ¡Y, que todo quede como en familia! Si están hoy junto a sus queridos vecinos, armados hasta los dientes, es debido a las incomprensiones de los extremistas y los nacionalistas a ultranza; para evitar el caos, que podrían promover aquellos que no se acostumbran a vivir en la miseria, que no es más que el resultado de su "habitual vagancia". Y, para impedir la levantisca de los agitadores siempre en busca de cualquier pretexto para sus injustas luchas por un mundo que reniega de la "democracia representativa" y los valores de la "sociedad del bienestar". ¡Por eso están allá los compadres! No hay de qué preocuparse, según cifras oficiales existen cerca de mil bases militares de Estados Unidos en otros países: con objetivos esencialmente humanitarios y para preservar la santa paz en esos remotos lugares. El general de división de la Infantería de Marina, Timothy Ghormley, ex comandante de las fuerzas estadounidenses en el Cuerno de Africa, al referirse a los proyectos "humanitarios" que desarrollan en la región, declaró hace algún tiempo: "Luchamos por la paz, y luchamos con tanto empeño como podemos". Según el altruista general la ayuda humanitaria "es como un arma vital contra el terrorismo". ¡No, si me emociono y todo...! De acuerdo a cínicas informaciones oficiales de instituciones militares estadounidenses, los soldados norteamericanos en Afganistán "pasan sus días de descanso ayudando a tratar pacientes quemados, en la clínica de la base". ¿Y quién los quema? ¡Que Dios perdone al látigo que nos desangra, mientras clama que nos cura! ¿O será mucho pedir que lo castigue? Hoy por hoy cientos de miles de niños mueren en el Tercer Mundo de enfermedades curables. ¡Una bomba atómica explota cada tres días entre los niños de los países subdesarrollados, y cobra tantas vidas en la población infantil como el total de víctimas de Hiroshima y Nagasaki. Es la bomba del hambre, de la desnutrición, de la falta de asistencia médica. En tanto no se resuelvan los problemas vitales que hoy enfrenta la humanidad no habrá paz y el planeta será el escenario de estallidos sociales acá y allá en busca de soluciones a los drásticos conflictos creados por el intervencionismo y sus secuelas naturales. ¡Ya están ahí los excelsos militares, a la vista de las mexicanas y los mexicanos, que no a su alcance; amurallados, camuflados; ocultos de la luz de los fieles! Están los honrosos soldados y oficiales para evitar con su didáctica labor social, que el pueblo se deje seducir por el terrorismo. Ante tanta deferencia hacia este pueblo mestizo y de "espaldas mojadas", es mejor que inspiren profundo para "abrir todo el pecho y echar este grito": ¡No me defiendas, compadre! Por eso, me sale del alma gritar con amor: ¡No me defiendas, compadre!