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martes, septiembre 19, 2006

INSTITUCIONES CADUCAS Y DESGASTADAS.

Instituciones.

Pablo Marentes.
19 de septiembre de 2006.

El origen y la transformación de las instituciones es tema principal de la investigación histórica. Las instituciones son controles sociales que hacen posible la convivencia durante largos periodos a lo largo de los cuales no han ocurrido alteraciones en el comportamiento familiar, el trabajo, el intercambio de bienes y servicios, el uso de la tierra, la conciliación de intereses en pugna, la aceptación de las decisiones y el reconocimiento de autoridades.

Las instituciones surgen de los encuentros entre individuos y grupos y de los acuerdos a que llegan para ordenar su ambiente físico, sacar provecho de él y compartir sus beneficios de manera ordenada. Evolucionan para dar paso a formas cada vez más complicadas de relación legítima y autorizada. Pero la autoridad no es eterna. Su eficacia la deterioran los inevitables cambios sociales. Los grupos presionan para cambiar autoridades y para que las nuevas instituciones ordenen mejor las complejas relaciones sociales.

En el ámbito político, el primer reconocimiento del advenimiento de nuevas instituciones -de nuevos modos de hacer las cosas- ocurrió en 1215 cuando el poder centralizado de Juan Sintierra -John Lackland- fue desafiado por los señores feudales, quienes habían tomado Londres el 19 de junio y le exigieron en la ciénaga de Runnymede firmar la Carta Magna, llamada también la Gran Cédula de las Libertades. Enseguida el mundo conoció nuevas filosofías y nuevas instituciones que encarnaron en organizaciones y leyes: en 1295 el Parlamento inglés, en 1378 el Cisma cuando dos Papas se enfrentaron en un conflicto de autoridad; en octubre de 1517 Lutero pegó en la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis condenatorias del tráfico de indulgencias, de las cuales el pueblo llano se enteró a pesar del analfabetismo y su precaria educación. Y la Iglesia universal dejó de serlo.

Siguieron más procesos de cambios institucionales: el edicto de Nantes, la caída de la Dinastía Ming, la Guerra Civil de Cromwell que terminó con la noción del origen divino de los reyes ingleses; el establecimiento de la República Holandesa.

No importan las denominaciones de personas y agrupamientos que emergieron el domingo 17 en el zócalo: presidente legítimo, coordinador de la resistencia civil pacífica, Frente Amplio Progresista. Eso es lo de menos.

Lo importante es el fenómeno de integración en un movimiento de oposición política de millones de adultos entre 25 y 45 años, quienes a lo largo de los últimos cuatro sexenios han vivido en el desempleo, los bajos salarios, la migración, el ambulantaje, el menudeo de estupefacientes, la explotación sexual, la devastación del campo y el deterioro de los bordes entre las regiones rurales y urbanas. Y no son atendidos por los ejecutivos locales y federal, ni sienten que sus intereses estén representados por diputados locales o federales, exclusivamente ocupados en aumentar sus influencias, sus negocios. Tampoco pueden defender sus derechos en los tribunales comunes ni en los superiores, y menos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que sólo funcionan para resolver controversias entre empresarios y familias adineradas. Estos mexicanos no sólo quieren votar. Quieren participar en las decisiones.

La crisis política no se resolverá con formalismos y exhortos inspiracionales. Deben cambiar las instituciones. Las caducas o desgastadas no sirven para ordenar el diario quehacer de más de 85 millones de habitantes en un territorio de dos millones de kilómetros cuadrados, que colinda con el país laboral y comercialmente más voraz de la tierra.

Profesor de la FCPyS de la UNAM

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