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sábado, septiembre 16, 2006

HOY,CAUCES PACÍFICOS Y MECANISMOS DE RESISTENCIA CIVIL.

La Convención Nacional Democrática.

Benedicto Ruiz Vargas.

Con el fraude electoral y la campaña de odio contra los sectores pobres de México o contra las fuerzas representativas de la izquierda, con la intervención facciosa de la presidencia, las cúpulas empresariales y el papel descarado de los medios a favor de un candidato y el papel vergonzante del IFE y del TEPJF, el país quedó partido en dos partes, conformando una división que difícilmente podrá resolverse en los próximos años.

La fractura, sin embargo, no es de ahora.
Lo que en realidad estamos viendo en esta coyuntura política y social es un país que se fue fragmentando durante los últimos 15 ó 20 años (si no es que antes) como resultado de las políticas neoliberales que, en lugar de traer beneficios para toda la población, polarizaron aún más a la sociedad creando enormes bolsones de pobreza por un lado y, por otro, una riqueza concentrada groseramente en unos cuantos.

Paralelamente a este proceso, el país ha vivido durante este tiempo otro fenómeno igual de perverso: la concentración del poder político en unas cuantas camarillas, unas incrustadas en los partidos políticos que entraron desde hace algunos años en el reparto pragmático de cargos y puestos en los gobiernos y los órganos legislativos; otras en los sindicatos más corruptos del país (cuyo ejemplo más notable es Elba Esther Gordillo), algunas más en las cúpulas de los organismos empresariales que tramitan concesiones favorables a sus intereses y, por último pero no al final, el papel despótico de los dueños de los medios de comunicación electrónicos.

Lo que generaron estos grupos de poder, además de las dirigencias pragmáticas de los partidos, fue una profunda fractura en la sociedad mexicana.

En un lado una elite rapaz en los puestos clave de las decisiones nacionales, con un control casi absoluto en el movimiento de las camarillas, y por otro una enorme masa de población excluida y sin acceso a los benefactores más básicos como la vivienda, el trabajo, la salud y la educación, esto para no hablar de los grupos más desprotegidos como los indígenas, los niños y los ancianos.La herida abierta por esta polarización pudo sobrellevarse sin muchos contratiempos o sin conflictos políticos mayores, porque todo el entramado de componendas e intereses formado por las elites, con sus grados de corrupción, tráfico de influencias e impunidad, fue aceitado perfectamente con el mecanismo de la “democracia electoral”, la participación en las urnas, las nuevas leyes electorales y órganos “independientes” en la calificación y escrutinio de los votos, pero también con el espejismo que ha representado hasta ahora la alternancia política.

La “transición a la democracia” como se dijo por muchas voces, había creado el marco indispensable para una disputa por el poder de manera civilizada y con reglas claras aceptadas por todos. Ya no había un partido único y hegemónico, sino varias fuerzas que competían de forma más o menos equitativa por los espacios del poder político. El camino estaba despejado para que fuera la voluntad de los ciudadanos la que decidiera la suerte de los partidos en cada elección; serían ellos y nadie más donde estaría depositado el poder real para decidir la suerte de México. El fraude o el engaño eran cosas del pasado.

Lo que fractura al país en esta elección, aparte de la campaña de odio, es que todo este entramado electoral, jurídico y político que sirvió para regular las elecciones y la lucha por el poder entre las elites, quedó desfondado con la intervención facciosa de los grupos, la presidencia, los medios y la actuación parcial de los instancias electorales; mostrando que lo que en realidad había era una democracia controlada y puesta al servicio de los intereses más poderosos del país.

Ante el inminente peligro de ser desplazados por una fuerza distinta que se atrevió a poner por delante las demandas y necesidades de los más pobres, las elites reaccionaron con violencia y no tuvieron ningún empacho en atropellar lo que ellas mismas habían puesto como ejemplo de civilidad y democracia.

Para una gran parte de la sociedad mexicana no es sólo el fraude electoral lo que ha generado indignación e impotencia, sino el haber descubierto que todo el orden institucional del país está construido para beneficiar sólo a algunos y oponerse a las demandas de la mayoría. Haber descubierto, en suma, que las incipientes ganas de creer en la democracia y en una mayor equidad en la conquista por el poder, fueron enlodadas sin pudor alguno por las mismas camarillas que han secuestrado al país desde hace años.

Este es realmente el saldo de la elección y el detonante de un movimiento social y político que tomará como su coordenada principal la premisa anterior.

Así lo señala ya el objetivo de la Convención Nacional Democrática a realizarse hoy sábado en la ciudad de México: “Sentar las bases para iniciar el proceso de construcción de una nueva República”, adoptando cauces pacíficos y mecanismos de resistencia civil.

En un país fracturado por las elites y el uso faccioso de su poder, surgirá seguramente, una nueva fuerza política que cuestione y se oponga de manera organizada al entramado institucional que aquellas han construido para su beneficio. Ya veremos.

Correo electrónico: benedicto@tij.uia.mx

El autor es analista político e investigador de la UIA Tijuana.

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