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miércoles, agosto 16, 2006

OTRA VEZ:LA SALUD DE LA REPUBLICA EN MANOS DEL TRIBUNAL.

Luis Linares Zapata.

Disonancia tramposa.

La información que circula, después del recuento de votos ordenado por el tribunal electoral, no puede ser más contrastante. En realidad la disonancia huele a trampa, a posturas irreconciliables donde alguna de las dos partes en conflicto miente de manera deliberada.

De un lado, la coalición Por el Bien de Todos se esfuerza por detallar lo que, a su parecer, se revela como la maquinación de un fraude notable a simple vista. Para sostener tan pesado concepto, vierte gran cantidad de cifras, en números absolutos y relativos que sus observadores en los 149 distritos les transmitieron de viva voz. Uno solo de los renglones de esas irregularidades mencionadas bastaría, si se anularan aquellas casillas donde sobran 45 mil boletas (seguro fraude), para dar un vuelco a la ventaja proclamada de Calderón.

Por el otro lado, los voceros del PAN, desde el mismo 9 de agosto en que arrancó el proceso de revisión, mantienen la misma postura valorativa: poco o nada sucedió, se contó bien desde el 2 de julio, ninguna diferencia significativa respecto de lo reportado por el Instituto Federal Electoral (IFE), equivocaciones numéricas fácilmente subsanables. En resumen, no se encontraron los votos faltantes que AMLO tan afanosamente busca, concluyen esos personajes, tan orondos como el aliñado niño Tarsicio antes de su inmolación en la Roma antigua.

Para algunos perspicaces y adelantados analistas de prensa y radio-televisión, cuyo número crece a medida que el triunfo de Calderón parece solidificarse, los juicios avanzados por los panistas son tomados como hechos definitivos. A pesar de no tener prueba alguna a la mano, el crédito es instantáneo. Les parece suficiente sustento y se lanzan a extraer conclusiones terminales o condenas flamígeras para con los revoltosos rivales. Para tales adalides de la verdad, la enseñanza del proceso no puede ser más evidente: López Obrador tiene que aceptar su derrota, respetar las instituciones que tanto denigra, levantar su plantón, renunciar a la protesta sin sentido que lleva a cabo y preparar a sus partidarios para una estrecha colaboración con el gobierno que encabezará Felipe para bien del país. Así de simple, así de directos, así de lógicos, así de positivos y torpes. Oponerse al designio de las urnas es contrariar a la democracia, trabajar en contra del perfeccionamiento de las instituciones nacionales, concluyen.

Hay que temer a lo que parece tan inevitable como cercano: la resolución del tribunal sin escarbar minuciosamente en los detalles de tan trascendente disputa por la verdad electoral. No es tarde para exigir una explicación detallada a los jueces.

Es indispensable que la sociedad se embarque en un proceso aclaratorio que, con toda la cautela y la solidez requerida para tan espinoso asunto, arroje luz, paso a paso, sobre los vericuetos procesales que se dieron durante la apertura de las doce mil urnas. No es conveniente para el tribunal saltar, imbuido por la maestría de sus jurisperitos, a un dictamen aprobatorio terminal, simple, general, de lo que los paquetes llevaban dentro.

Sería imposible que, sin dilatadas y comprensibles explicaciones al canto, se solicitara a los que protestan aceptar un dictado inapelable que sostuviera, sin los suficientes argumentos, que nada de lo encontrado en los paquetes afecta el resultado final de la elección. Más aún, que pueda reversar la ventaja hasta hoy dada como referencia entre Calderón y AMLO. Las opiniones de un triunfo impoluto, merecido y ganado dentro de las reglas establecidas no pueden caer, como denso fardo incontestable, sobre una sociedad ya tan escindida en sus creencias y posturas. La coincidencia infinitesimal, acabada y directa del tribunal con lo ya avanzado por los agoreros panistas, se vería como un llano acuerdo tras bambalinas.

Después de tan finalista e inconsulto dictamen del tribunal vendría el diluvio de las protestas continuas. La ferocidad de una sociedad dando rienda suelta a sus agravios, a su frustración, vagaría por calles, campos y recintos. La oscuridad a la que se relegaría a los opositores sería pesada, insoportable. La montaña de cifras que los asesores de AMLO difundieron a manera de hallazgos verificables quedaría flotando en el vacío de las discordancias necias sin que encontraran reposo o destino. Las personales certezas de atestiguar un proceso fraudulento tomarían forma y contornos seguros. La sospecha colectiva bajaría sobre amplias capas de la población ya acicateada por diversas causales y raspones anteriores, por historias molestas e ilegales que se dieron antes de las votaciones.

El ámbito público se llenaría así de voces altisonantes exigiendo precisiones, razones, detalles y no sólo juicios de valor. Hay necesidad de advertir que los roces entre conocidos, hermanos, primos y distantes pueden hacerse más ríspidos. No faltarán los conatos de violencia, los empujones y los golpes, algunos sólo afectivos, otros dados con los puños en alto, los más dirigidos contra las innumerables esperanzas frustradas que se multiplican por millares de rostros. Las pocas oportunidades entreabiertas se disiparían, veloces y esquivas para con los de abajo, de manera ya harto conocida.

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no puede actuar de manera irresponsable, menos aún en estas circunstancias, de por sí malhadadas. La valentía de sus integrantes para enfrentar el presente con acciones transparentes es materia indispensable para la salud democrática de la república.

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