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viernes, mayo 05, 2006

LAS "VERDADES" QUE VENDEN Y QUE NADIE COMPRA.

Don Rafael Segovia escribe en el Reforma:

Rafael Segovia.

Disparates.

No se puede decir a ciencia cierta si hay algo turbio o algo podrido en el reino de Anáhuac. Los cambios repentinos, instantáneos del electorado mexicano desconcertarían al psefólogo -experto en elecciones- más ducho de la Gran Bretaña que, según las universidades más acreditadas, suele tener los mejores.

Se sabe que el dinero cambia las orientaciones, no de las masas electorales, sino de las orientadas. Los orientadores no suelen estar siempre de acuerdo, en casos sorprendentes las distancias entre sus predicciones son abismales: todo depende del miedo de los señores del dinero, que, carentes de imaginación, confían ciegamente en las agencias que multiplican con gran facilidad cambios inverosímiles, únicos capaces de tranquilizarlos; a ellos y al presidente de la República, aunque a este último algo le debe reconcomer la conciencia, cuando se debe recorrer el periódico de arriba abajo para encontrar el castigo demencial impuesto -2 millones de pesos- a la periodista argentina y a la revista Proceso para satisfacer a la primera dama.

Cuando en una nación una sentencia judicial no convence a nadie y se piensa que ha sido dictada para mostrar que el Ejecutivo está por encima de todo, se advierte como el final de un régimen que se hunde en un descrédito absoluto. Algo que no pagará sólo el Ejecutivo, sino aquel a quien se declara de antemano vencedor de las elecciones.Los errores se acumulan. Tan es así que se prefiere ignorar el castigo, hacerse el desentendido, como si la cosa no fuera con ellos, con el Presidente y su protegido, el señor Calderón.

En Bolivia quizás se haya cometido un dislate con la nacionalización del petróleo. Pero se cometió otro con anterioridad al privatizarlo. Entramos en un juego donde nadie gana, donde se pretende actuar desde una racionalidad absoluta, que nos viene del fondo de los tiempos, porque se trata de quitarle a la verdad su carácter temporal, su historicidad. Se habla con una seguridad ajena a la duda: de ahí las sorpresas y las sandeces.

Si el señor Antoni Brufau se inconforma con una nacionalización anunciada antes de las elecciones, llevada sin embargo a cabo sin negociación de ningún orden, y se pretende acudir a una instancia capaz de encontrar una fórmula de avenimiento, se puede acudir a una multitud de instancias más o menos discutibles pero en ningún caso al Banco Mundial, dirigido por un neoconservador recalcitrante, uno de los principales autores de la guerra de Iraq.

¿Qué pretende el señor Brufau? ¿Una nueva intervención armada?

Gritar es la nueva racionalidad; repetir la mentira es el argumento que se pretende imponer. Cuando un señor forrado de millones exige que a los sindicatos se les meta en cintura, que se respete la ley, o sea que se considere a un desconocido secretario general de un sindicato porque así lo crea -es más, sería insultante suponer que lo cree- el secretario del Trabajo, porque a su vez así le han obligado a considerarlo, y esta serie de actos arbitrarios se llama el respeto de la ley, estamos ante un desafuero impuesto por quien en principio está obligado a respetar un orden legal que le es favorable, pero él quiere que sea absoluto e indiscutible.

La cerrilidad quieren convertirla en el principio de la legalidad.Es cierta la falta de respeto característica de los procesos electorales mexicanos. A fines del gobierno de Zedillo se tomó en serio el problema y Vicente Fox fue el elegido para llevar a cabo un gobierno desastroso. Una cosa no quita la otra: lo que se ganó en respeto por los procesos políticos se perdió en desgobierno, lo que se viene acelerando en las últimas semanas, desde la muerte de los mineros de Pasta de Conchos, cuando la protesta obrera se acelera y agudiza por culpa del secretario del Trabajo, si fue de él la brillante idea de nombrar a un nuevo secretario general hasta ese momento desconocido.

Cuando el secretario de Gobernación declara a la prensa que no hay por qué preocuparse pues se trata sólo de un problema social -un pueblo sublevado machetes en mano-, empezamos a preocuparnos en serio no por el levantamiento sino por las declaraciones del señor secretario.

Las vueltas y revueltas de cierta prensa para demostrar que el candidato del PAN sigue al frente por un 1 por ciento, nos hacen desconfiar de sus contenidos; y tienen la intención de engañar al lector, que se supone incauto y no lo es. Nos quieren mostrar victorias indiscutibles, consecuencia de un debate que no lo fue. Se olvida, eso sí, la audiencia -entre 3 y 5 por ciento-, se declara un vencedor llevado en andas por el pueblo convencido de las bondades de un hombre designado por Fox y la Providencia para guiar nuestra vidas en los próximos seis años.

Puede que triunfe en la elección presidencial de julio, pero no porque su victoria se deba a la agudeza ilimitada de las encuestas que sirven en primer lugar para intentar calmar el miedo pánico de los empresarios, organizaciones religiosas y otros yunques, sino porque domina un escepticismo total en una población hastiada, aburrida de las verdades a medias cuando no de las mentiras flagrantes.

Dentro de este desorden absoluto, un hecho resulta más amenazador que el resto de las invenciones: es la pérdida de credibilidad en un sistema del cual se ha abusado cínicamente, aunque en Los Pinos se insista en la honestidad de tan ilustre casa, y en las verdades que vende y ya nadie compra.


Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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