Artículo de Javier Sicilia publicado en Proceso:
Felipe Calderón y el católico hipócrita.
Javier Sicilia.
Me contaba mi padre, un hombre frente al cual se podía mirar la grandeza de ser católico, que un día el hermano del doctor Rojo de la Vega -el famoso médico de los toreros-, en la cantina donde éste departía con algunos amigos, irrumpió exclamando: "¡Católicos de mierda!". El doctor, indignado, se levantó y lo increpó: "Recuerda que tu padre y tu madre eran también católicos"; a lo que el hermano respondió: "Sí, pero de mierda". El doctor, de un golpe lo puso en el suelo. Desde allí, el hermano, señalándolo con el dedo, lo llamó "Caín".
La anécdota no dejaría de ser sólo una buena historia de sobremesa si no guardara una realidad espantosa. Ser, como mexicanamente se dice, "un mierda", es no valer nada humanamente; ser un católico así es peor: es haber llevado lo mejor de lo humano a lo peor, a su envilecimiento más atroz.
Alguna vez, al referirme a Santiago Creel, usé la palabra pudrimiento (Proceso 1500). Pero, lo que en Creel, que terminó concesionando casas de apuesta a Televisa, gastando 26 millones de pesos en una precampaña inútil y utilizando el poder para su provecho personal, fue una lenta degradación, en Felipe Calderón, Diego Fernández de Cevallos -ese encomendero extraviado en el tiempo-, Espino y la mayoría de la bancada panista es su producto.
Votar en favor de la Ley Televisa es no sólo haber golpeado la democracia y abierto las puertas al último de los totalitarismos -el más sutil de todos, porque se enmascara tras la apariencia de la libertad-, el del mercado y sus controles publicitarios, sino haber traicionado uno de los temas fundamentales del panismo y de la Doctrina Social de la Iglesia: la subsidiareidad, es decir, la no sustitución de los organismos pequeños por los grandes, y el apoyo del Estado para que aquéllos conquisten su plena libertad.
Con la Ley Televisa, aquellos que desde su laicismo dicen representar el espíritu católico han hecho de Mammón el Dios, y de los valores más extremos e inanes de la burguesía, las virtudes del cristianismo. Ellos, tan estúpidamente preocupados por la píldora del día siguiente, por el condón, por los homosexuales, por mirar la paja en el ojo ajeno, no se han inmutado un ápice por arrodillarse y arrodillar al país ante el gran capital y sus monopolios ni por lo que eso trae de humillación a uno de los más altos valores del cristianismo y de la vida democrática: la libertad.
Tras su puritanismo se esconde la hipocresía del libertino y del burgués, de aquellos que, arropados bajo el abriguito de la moral de las buenas conciencias, han hecho de los vicios privados virtudes públicas.
Felipe Calderón, quien, como alguna vez dijo Denise Dresser, significaba para el panismo el regreso a los principios, prefirió, frente a la brecha que le lleva López Obrador en la contienda electoral, traicionarlos y vender, como Esaú, su primogenitura por un plato de lentejas.
El asunto de su corrupción, sin embargo, viene de más lejos. Contra lo que su padre, Luis Calderón Vega, le enseñó del valor de la subsidiariedad que estaba en las bases del PAN -luchar "por crear una conciencia humanista, comunitaria, en los mexicanos, con el fin de hacerlos participar en los procesos políticos y satisfacer las exigencias del bien común" (Proceso 380)-, Felipe, ya desde su condición de dirigente del PAN, optó, al impulsar la creación del Fobaproa, por servir a una sola clase, la de los empresarios.
Desde entonces (el apoyo que le dio a la Ley Televisa lo constata de manera absoluta), no ha hecho más que arrastrarse ante los intereses legales más sucios y degradantes.Podrá objetarse, sin embargo, que, en el caso de la Ley Televisa, hizo lo mismo el PRI y, de una manera más sutil e hipócrita, el PRD.
Sin embargo, lo que indigna de Calderón y los panistas es que ellos lo han hecho con la hipocresía del saduceo. Del PRI y del PRD no se esperaba menos. Son hijos de la corrupción que trajo la realpolitik a la nobleza de la política. En cambio, de un hombre que significaba el retorno a los principios panistas, de un hombre que fue formado en los valores cristianos, de un hombre para el que la dignidad de la persona debía estar por encima de todo y a ella debía servir la vida política, es intolerable.
Su actitud, como la de todos esos que, llamándose católicos, lo han acompañado poniendo de rodillas al país ante los grandes monopolios, no sólo humilla a México, sino a aquellos que aún tenemos un alto sentido de lo que ser cristiano significa en un mundo como éste.Felipe y esos católicos que, con toda justicia, habría que llamar de mierda, al pugnar y aprobar la Ley Televisa, olvidaron que el diálogo a la altura del hombre cuesta menos caro que el evangelio de las religiones totalitarias -llámense marxismo, fascismo, mercado o ideología católica- monologado y dictado desde los solitarios púlpitos de los medios; olvidaron que, tanto en la familia como en la ciudad, el monólogo precede a la muerte; que los cristianos -no los rezanderos, como ellos-, por el simple hecho de anteponer al hombre por encima de todo, se comprometen a luchar contra la servidumbre, la mentira y la indignidad.
Ellos han renunciado a su primogenitura, por las migajas que los nuevos dioses, los de los totalitarismos mercantiles, les han dado haciéndoles creer que mercado y cristianismo son iguales; que los valores de la burguesía, a la que han decidido servir, son los mismos que mecieron la cuna del cristianismo.
Sus traiciones, sus corrupciones, no son más que la confirmación de la crítica que Emmanuel Mounier, tan caro a los fundadores del panismo, dirigió a la burguesía católica de principios del siglo XX, esa burguesía que, como ellos lo hacen ahora, había homologado los valores del mercado con los de la más alta tradición: "el desorden establecido del cristianismo", un desorden que en México hiede por todas partes.
¿Hay una manera de redimir toda esta basura? Sí: que Vicente Fox, quien también se dice católico, rechace desde su investidura presidencial la Ley Televisa, y que Felipe Calderón y las huestes del PAN vuelvan a los principios y sitúen su campaña, no en la denostación a López Obrador, sino en una propuesta política que reivindique lo que algún día le dio al panismo su mejor presencia.
Lo que sería un milagro porque, hasta ahora, Vicente Fox, Felipe Calderón y la mayor parte de las huestes panistas no se han distinguido de esos católicos que un día el hermano del doctor Rojo de la Vega definió con tanto acierto y de los que, para nuestra desgracia, sólo han sido odiosos representantes.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro.
Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.
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miércoles, abril 12, 2006
FELIPE CALDERON Y EL CATOLICO HIPOCRITA.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 7:23 p.m.
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