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lunes, marzo 27, 2006

ARRODILLAOS ANTE LA TELE.

Roberto Zamarripa en el Reforma:


Roberto Zamarripa.

Si quieren tele... arrodíllense.

Felipe no cautiva, era la angustia. Felipe es cautivo, era el engaño.La mediocre premisa empujó al liderazgo nacional panista a avalar la Ley Televisa.

Conforme la nota de la reportera Claudia Salazar, "(Manuel) Espino les dijo (a los senadores) que a cambio de su apoyo, Televisa ofreció privilegiar la imagen de (Felipe) Calderón por encima de la de Roberto Madrazo y sacrificar los segmentos de Andrés Manuel López Obrador en sus recorridos de campaña y propuestas", (Reforma, 24 de marzo 2006).

Simple disyuntiva. Simple para políticos simples: el candidato o los principios.

No es la primera vez que la televisión es definitoria en las campañas panistas.En 1988, Manuel Clouthier encabezó manifestaciones públicas para abrir espacios televisivos a su campaña electoral. Boicoteó el noticiario 24 Horas, abrió micrófonos, pero no se dobló.

En 2000, Vicente Fox soportó la censura de Televisa para difundir sus anuncios pagados. Entonces, Emilio Gamboa (quien representaba al priista Francisco Labastida y ahora dicta línea a los senadores blanquiazules) supervisaba -con la complacencia de la televisora- los spots antes de que fuesen difundidos para construir un antídoto. A pesar de eso, Fox ganó la elección.

Felipe Calderón ha asumido una condición de rehén y ha pagado un rescate que no lo libera del cautiverio. No. Porque el cautiverio no existe.La virtualidad del secuestro del candidato deriva de un engaño: Felipe no sube porque no está debidamente posicionado en la televisión.Falso. Porque Calderón es el que más tiempo está en la televisión y el que más ha (mal) gastado en spots televisivos.

La campaña no prende por el divorcio del candidato con los electores; por la contracampaña que ejerce la dirigencia de su partido; por la simpleza del contenido (a la carga contra El Peje); por no distinguirse del gobierno de Fox. Eso es lo que se ve diariamente en la televisión. Ahí está el daño. Mucha televisión y poco compromiso con la gente.

El chantaje, empero, se fincó en el acentuamiento de la histeria: "Felipe ya no está en la televisión desde ayer", alertó una asustada senadora panista durante la deliberación del pasado miércoles sobre la Ley Televisa. O votamos o lo borran.

La salvación: dejar que Televisa otorgue más programas para el candidato e incluso difunda encuestas a modo para aparentar movimiento en las preferencias. Eso le dijeron a los senadores.Algo así como que Bernardo Gómez se hace cargo de la campaña y Josefina Vázquez le sirve las cubas a la hora de los comerciales.O lo que es lo mismo: si quieren tele... arrodíllense.

Escribe Jean Baudrillard (Las estrategias fatales. El Rehén. Anagrama): "El chantaje es peor que la prohibición. La disuasión es peor que la sanción. En la disuasión ya no se dice: 'no harás eso' sino 'Si no haces eso...'. La eventualidad amenazadora se deja en suspenso. Todo el arte del chantaje y la manipulación reside en ese suspense, el suspense que es exactamente el del terror".

Los panistas fueron sujetos de una captura virtual. Felipe no estaba secuestrado. Había que aparentar un "secuestro" (desaparecerlo momentáneamente de las pantallas televisivas) para ejercer un chantaje (el voto por las reformas).

En esa virtualidad, los calderonistas optaron por el silencio, que es justamente el factor que hace posible la cadena del secuestro. No decir, no denunciar, para vivir... eternamente encadenado. No teníamos de otra, dicen.Sí tenían de otra.

El rehén es ambivalente. Como secuestrado es abolido y anónimo, pero a la vez es tan peligroso como su captor. Su denuncia delata la fechoría, crea anticuerpos sociales, provoca la solidaridad, invierte la presión.

Si Felipe Calderón hubiera denunciado ese intento de "secuestro", si hubiera hablado de cara a la sociedad y trazado una línea que no lo atara en compromisos con grandes emporios, habría encontrado un valioso resorte a su campaña, ahora carente de fuerza política y moral, aunque con mucho maquillaje televisivo.

(Se esmeró en difundir que plantaba a los banqueros en la Convención de Acapulco, porque "está harto" de ser identificado como su candidato. Pero rehuyó decir públicamente por qué pactó con las televisoras, de quien se ha convertido en su empleado).

La denuncia del intento de cautiverio hubiera derribado la virtualidad y habría evidenciado el chantaje. Lo hubiese contrastado frente a los otros candidatos. Sería un parteaguas de campaña incluso para negociar una auténtica Ley de Medios, moderna y democrática, que tanta falta hace al país. Era la oportunidad de acreditar el calibre de su "valor"; la fuerza de su "mano firme" y hasta dónde llegaba su "pasión por México".

No tuvo los tamaños. Y si no los tiene ahora, para qué quiere la Presidencia.


Una razón mas para votar por AMLO y la mayroría perredista al Congreso.

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