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sábado, marzo 10, 2007

ALIANZA PARA EL RETROCESO.

La Alianza para el Retroceso PDF Imprimir E-Mail
sábado, 10 de marzo de 2007

Por Pedro Díaz Arcia

En 1961, después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, intentona imperialista para liquidar a la Revolución cubana por la fuerza de las armas y crear muros de contención al movimiento insurgente en América Latina, surgió a bombo y platillo el proyecto de la administración yanqui de la época, la cacareada: Alianza para el Progreso.
El proyecto quizá estaba inspirado en el pensamiento de un astuto general prusiano, quien había dicho: si tiene que haber una revolución es mejor hacerla antes que sufrirla.
Pero, por supuesto, los Estados Unidos no tenían la menor intención de hacer la revolución, y mucho menos sufrirla.

La Alianza para el Progreso pretendía despertar en los latinoamericanos la esperanza hacia una "buena vecindad" que, como la de Franklin Delano Roosevelt, en 1933, pospusiera por otros cuarenta años las batallas decisivas por la liberación económica y política de América Latina.
Se inició así un proceso encaminado a abrir un cauce a los capitales hacia América Latina, bajo la égida de Norteamérica y con particular incentivo a la inversión privada.
La susodicha "Cruzada de Solidaridad" para contribuir al desarrollo socio-económico de la región, proyectó un nivel de 800 a 1,400 millones de dólares anuales. Mientras, crecía día a día la impagable deuda externa de nuestros pueblos.
En 1965, la brutal intervención militar de las tropas estadounidenses en Santo Domingo, para poner fin al levantamiento popular revolucionario en el hermano país caribeño, enterró el insepulto cadáver de la Alianza para el Progreso y, quitada la careta de nuevo, estableció un régimen de terror en América Latina.
En 1966 América Latina pagó sólo por concepto de utilidades de las inversiones, intereses y otros rubros, la cantidad de 2,140 millones de dólares.
La Alianza se fue, sin despedida de duelo.
En febrero de 1982, en su discurso ante la Organización de Estados Americanos (OEA), el presidente norteamericano Ronald Reagan lanzó la Iniciativa para la Cuenca del Caribe, basada en la aplicación de estímulos fiscales ventajosos para el capital privado y las oligarquías nativas y con el objetivo de atraer las inversiones de los pulpos transnacionales.
La oferta de una asignación complementaria de 350 millones de dólares para el ejercicio fiscal estadounidense de ese año tenía el propósito de "ayudar a los países que pasan vicisitudes económicas especialmente difíciles".
La asistencia económica de Estados Unidos perseguía el oculto fin de detener el proceso revolucionario en Centroamérica y tratar de integrar la economía de esta importante zona del Caribe cual si fuera un apéndice de la economía norteamericana, como un burdo calco del modelo colonial de Puerto Rico.
La Iniciativa siguió a los esfuerzos del llamado Grupo de Nassau que, en el verano de 1981, se había convocado con el objetivo de proyectar un plan de ayuda al Caribe y Centroamérica. El programa de "asistencia" fue conocido también, a disgusto de sus gestores, como Plan Mini-Marshall.
La plataforma ideológica del Grupo de Santa Fe II, trazó una "estrategia para América Latina en la década del 90', según la cual Estados Unidos debía prepararse para enfrentar: más hostilidad en las actitudes latinoamericanas; mayores peligros para el sistema financiero internacional; más delito y narcotráfico engendrado por la subversión; mayor cantidad de olas migratorias y más probabilidad de participación militar por parte de Estados Unidos, entre otros truculentos fines.
A tenor con este altruista programa, los Estados Unidos debían conducir a las sociedades latinoamericanas, como Atreo a su corderillo de oro, nada menos que: "hacia el capitalismo democrático", sistema de libre empresa y mercados nacionales de capitales.
Los ideólogos del controvertido programa proponían extender hasta el año 2000 la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, de manera que los latinoamericanos tuvieran más dinero "para comprar productos de Estados Unidos".
En un típico ataque de altanería y desprecio hacia nuestros pueblos, los autores de los documentos de Santa Fe II recomendaban a los elaboradores de política estadounidenses que debían transmitir el mensaje para que se oiga bien: "el buen vecino está de vuelta y ha regresado para quedarse".
¡Eso, si lo dejamos!
Se comenta que Mr. Bush viaja en su maletín con unos 1,470 millones de dólares anuales para América Latina. ¡Ni aunque se multiplicara la cifra!
¿Quiere, como otrora sus antecesores, crear muros de contención al descontento y a los movimientos progresistas y de izquierda en la inquieta región latinoamericana?
No olvidemos que sólo la empresa de Halliburton (ojo con Dick Cheney), se benefició con 2,700 millones de dólares como resultado del malgasto de unos 10 mil millones de dólares en la "ayuda" para la reconstrucción de Irak y que se fueron por el vertedero de la corrupción, según las denuncias del controlador general de la Oficina de Supervisión del Gobierno (GAO) de los Estados Unidos.
Desde niño, mi padre me enseñó que no debemos sufrir por quien no nos quiere y menos honrar la mano que nos humilla.
¿Qué trae "Dirty Bush", en las manos, para América Latina?
¡Una Alianza para el Retroceso!

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