14-01-2007
Richard Peet (y colaboradores), La maldita trinidad. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Editorial Laetoli, Pamplona 2004. Traductor de María Luisa Mazza y revisión técnica de Henrike Galarza, 311 páginas.
Las políticas que surgen del FMI sobre la base de una singular mezcla de ideología y mala economía presentan una arista dogmática que pretende ocultar intereses especiales. El FMI ha fracasado en su misión debido a que ha supuesto -o ha deseado suponer-, y ello es un error no secundario, que lo que es bueno para la comunidad financiera internacional es bueno también para la economía mundial y para los ciudadanos del mundo. De tal forma que, si en el antiguo Imperio romano sólo votaban los romanos, en el actual capitalismo internacional votan básicamente los agentes financiero del nuevo Imperio.
El autor de este diagnóstico no es ningún miembro destacado de la izquierda “alocada” del movimiento alterglobalizador sino el mismísimo Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, ex-asesor de Bill Clinton y ex-economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial. La parte final del párrafo se deduce de unas declaraciones de 2002 de alguien tan poco sospechoso de heterodoxia anticapitalista como el alto financiero especulativo popperiano Geoge Soros.
Pues bien, al análisis del FMI, del BM y de la Organización Mundial de Comercio está dedicado este ensayo de título nada eufemístico La maldita trinidad. El adjetivo no es ningún exabrupto: como se señala en la contraportada del volumen, se calcula que unos seis millones de niños africanos, asiáticos y latinoamericanos -repárese en un número que recuerda otros infiernos no olvidables- mueren anualmente por causa de los efectos del ajuste estructural que el FMI exige e impone a la mayor parte de los países en desarrollo si quieren seguir recibiendo sus créditos. Durante la década de los ochenta, cuando gran parte de los países africanos cayeron bajo la tutela -o las garras, como se prefiera- de BM y del FMI, el ingreso por habitante disminuyó un 25% en la mayor parte del África subsahariana.
En el prólogo que el autor, Richard Peet, ha escrito para la edición española da cuenta del esquema central de su trabajo con toda la claridad exigible y sin abuso de retórica ocultadora: 1. Se analiza en primer lugar cómo un pequeño grupo de expertos de economía, “una disciplina completamente tendenciosa” (p. 7), concentrados en Washington, puedan controlar la vida (y la muerte) de millones de personas. 2. Se esboza un mapa institucional de los centros de poder y de la locura imperante en el centro del sistema: “las decisiones económicas que matan a millones de niños al año pueden propagarse como si fueran consecuencia de los mejores pensamientos que jamás haya tenido la humanidad“ (p. 7). 3. Se analiza, y disuelve, la presuposición de que tales creencias son científica y eternamente válidas. 4. Se prueba que el objetivo del polo neoliberal del Imperio es aniquilar a todos aquellos que se atrevan a disentir del sueño (pesadilla) americano. Todo ello, con una actitud epistémica y política que debería ser retenida: “sólo a través de lo democracia directa y abierta puede expresarse algo parecido a la verdad, algo que es frágil y transitorio, que sólo existirá hasta que el mundo cambie de nuevo y trastoque todo lo que alguna vez creíamos saber” (p. 7).
En medio, el autor, los autores, anotan definiciones de interés: democracia de mercado, es decir, la supuesta capacidad de comprar todo lo que se desea; escritura democrática: escribir de forma que cualquiera que se esfuerce pueda comprender. Y cuando es necesario, claridad y rotundidad en las posiciones: “Bajo la dirección de Michael “Mike” Moore, la OMC se convirtió en una organización reaccionaria que recurría al ataque personal contra quienes discrepaban de sus posiciones y tácticas... Sin estos cambios [comercio justo, presencia de movimientos sociales] la OMC es una nueva y peligrosa forma de gobierno mundial... ¡que debe desaparecer” (pp. 249-250).
El balance de la investigación está expuesto nítidamente en los pasajes finales de su ensayo y no parece que existan muchos argumentos consistentes que viajen en dirección opuesta: “En lugar de actuar como agentes de una globalización más pareja y equitativa, las instituciones que hemos analizado -el FMI, el Banco Mundial y la OMC- han caído presas de una ideología neoliberal y se han situado del lado de aquéllos que tienen tanto dinero que ya no saben qué hacer con él. La globalización debe transformarse en algo mejor a través de una alianza democrática de movimientos sociales que se oponga a la alianza de los ricos, los famosos y los filántropos sin fundamentos“ (p. 279). Es decir, como señalan con certeza Peet y sus colaboradores, los verdaderos realistas en la actual situación son los llamados “críticos idealistas”, no las agrupaciones de expertos que dirigen el mundo y cuidan su apetito insaciable entre sofisticados cálculos sin piedad de círculos excluyentes de poder. O, si se prefiere, como se señalaba en el Manifiesto, permaneciendo siempre en el estanque helado de cálculos egoístas.
En consistencia con su posición epistémica, de hecho, éste es un libro colectivo. La relación de los estudiantes -en su mayor parte alumnos de doctorado de la Universidad de Clark, Worcester (Massachusetts, EE.UU.)- que han colaborado en él figuran en la página 4 del ensayo. También a ellos hay que agradecer su esfuerzo, su nada acomodaticia posición política, su claridad y su eficacia investigadora. Otro libro, pues, para tener a mano y para figurar en un estante de biblioteca que lleve por etiqueta: “Otro mundo es posible y necesario”.
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