REFORMA.
Denise Dresser.
Punto final.
Un arranque atribulado. Una toma de protesta accidentada. Un gobierno que se abre camino entre vallas y gritos y protestas y reclamos. Una transmisión truculenta de poder que la televisión ignora y los conductores insisten en maquillar. Un país donde 42 por ciento de la población piensa que hubo fraude y 66 por ciento ve a México estancado o en retroceso. Donde el triunfalismo de unos coexiste con el agravio de otros. Ante esa realidad que será necesario reconocer en lugar de minimizar, Felipe Calderón ofrece "poner punto final a los desencuentros".
Y qué bueno que lo haga, pero habrá que exigirle más porque México necesita algo mejor.Para gobernar con éxito y sin dobleces, el nuevo Presidente deberá encarar el origen de esos desencuentros: las razones por las cuales México ha sido un país tan mal gobernado durante tanto tiempo. Tan mal lidereado a lo largo de demasiadas décadas. Tan mal administrado por quienes se llaman representantes de la población, pero se dedican a ordeñarla.
A eso habrá que ponerle punto final; al gobierno como botín compartido por quienes aterrizan en él y lo comparten con sus cuates; al gobierno como circulación de élites que promueven intereses particulares por encima del interés público.
Punto final a aquello que Pedro Ángel Palou advierte en su luminosa novela sobre Emiliano Zapata: "la ignominia de quienes teniéndolo todo no pueden permitir que quienes no tienen nada vivan un poco mejor".
Punto final al gobierno que ha permitido la concentración de la riqueza y no ha procurado, de manera decidida, distribuirla mejor. Al gobierno que ha mantenido reglas del juego económico en beneficio de pocos y en perjuicio de muchos.
Punto final, sí, al capitalismo de terreno desnivelado que ha producido más multimillonarios en México que en Suiza: 10 según la lista más reciente de la revista Forbes. Al privilegio de las "posiciones dominantes" en el mercado con cargos desorbitados para el consumidor. A quienes han construido sus fortunas en sectores donde la competencia es baja o inexistente. A quienes han sido rescatados por el gobierno, pero no le han pagado los impuestos que les correspondería.
Punto final a quienes, como el señor Slim, se erigen como "campeones nacionales" de la economía, pero en realidad obstaculizan su modernización.
Punto final al gobierno cómplice, al gobierno comparsa, al gobierno que gobierna chantajeado por los medios y no vigilado por ellos.
Punto final al gobierno que da "decretazos", eliminando el 12.5 por ciento del tiempo oficial de acceso gubernamental al espectro radioeléctrico, en beneficio de las televisoras.
Punto final al gobierno que guarda silencio ante la toma del Canal 40 por parte de TV Azteca, y cierra los ojos ante las múltiples ilegalidades incurridas por su dueño, Ricardo Salinas Pliego.
Punto final a la práctica de aprobar leyes a modo, en cinco minutos, con cero votos en contra, cero abstenciones, como se aprobó la Ley de Radio y Televisión.
Punto final a senadores panistas que se doblegan ante las televisoras en vez de regularlas mejor. Y sí, punto final al gobierno que contribuye a crear monstruos para después acabar acorralado por ellos.
Punto final a la complicidad de funcionarios públicos que en vez de desmantelar ese andamiaje de privilegios y amparos y protección y discreción, lo hacen posible. Como Pedro Cerisola -ex empleado de Telmex- que según un reportaje de The Economist, le pasa los planes de negocios de la competencia a su antiguos jefes. Como Héctor Osuna -nuevo presidente de la Cofetel- que cabildea la Ley Televisa para después ser recompensado con su puesto por ello. Como Emilio Gamboa y su iniciativa -largamente platicada con Kamel Nacif- para "hacer el juego" desde el Hipódromo.
Punto final a los puestos públicos como asientos para la acumulación privada; como curules para el clientelismo; como recintos para la rapacidad.
Punto final al gobierno que solapa la impunidad en lugar de erradicarla. Que tolera la corrupción en vez de combatirla. Que permite el tráfico de influencias en vez de exigir su eliminación. Que deja a la deriva asuntos como Amigos de Fox y Pemexgate y Arturo Montiel y Carlos Romero Deschamps y los bonos sexenales a los sindicatos y muchos más. Que permite todo aquello que se le atribuye a los hijos de la señora Sahagún: las licitaciones amañadas, los contratos obtenidos, las aduanas arregladas, los negocios hechos bajo la protección del poder.
Punto final a quienes entran al gobierno y aprovechan su paso para enriquecerse con él.
Punto final al gobierno que usa mano firme en Oaxaca pero la dobla ante los criminales de cuello blanco. Ese gobierno que habla del Estado de Derecho como si existiera, pero sólo lo defiende de manera discrecional. Ese gobierno que instrumentaliza las leyes conforme a criterios políticos y las ignora cuando le conviene hacerlo. Ese gobierno que promueve medidas tan contraproducentes como el desafuero y desatiende violaciones a la Constitución tan evidentes como los monopolios.
Punto final a las instituciones que se vanaglorian del Estado de Derecho mientras al mismo tiempo lo manosean.
Punto final, pues, al gobierno que no actúa como tal. A quienes gobiernan en nuestro nombre pero en realidad lo hacen para bien del suyo. Que no hablan por nosotros sino por ellos. Que no legislan para beneficiar a las grandes mayorías sino para subsidiar a las atrincheradas minorías. Que crean fideicomisos para ocultar lo que tienen la obligación ética de revelar. Que privatizan bienes públicos sin regular de manera eficaz cómo serán utilizados por concesionarios privados.
Punto final a esas prácticas reiteradas, a esas reglas equívocas, a esa forma de ejercer el poder que lo deslegitima.
Punto final a esa manera de gobernar que en lugar de unir al país, acrecienta su división.Y México sólo será un país ganador -como promete Felipe Calderón- cuando en él haya menos perdedores. Menos personas "hartas de estar hartas" como dice el Zapata de Palou. Menos mexicanos obligados a diluir la esperanza, a cruzar la frontera, a marchar en las calles, a vivir con la palma extendida, a gritar porque piensan que nadie en el gobierno los escucha. Para que eso ocurra va a hacer falta que las personas más conscientes dejen de ser las más corrompidas. Va a hacer falta que el gobierno entienda la tarea fiduciaria que le toca: no defender a los "pacíficos" de los "violentos", sino defender a los ciudadanos de quienes son sus verdaderos enemigos: los políticos y los empresarios y los funcionarios que exprimen al país y contribuyen a frenarlo. Ante ellos va a hacer falta un imperioso "punto final".
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lunes, diciembre 04, 2006
LA DRESSER A VECES AMANECE DESPEJADA.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 10:09 a.m.
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