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miércoles, agosto 23, 2006

LAS REFORMAS QUE HACEN FALTA, YA LAS PLANTEÓ EL PEJE.

La lección de Chiapas.

josé gil olmos
México, D.F., 23 de agosto (apro).-


La pasada elección a gobernador en Chiapas podría ser tomada en cuenta como el ejemplo claro de la descomposición de la política nacional y el cambio que urge realizar para que los partidos y los funcionarios de gobierno sean verdaderos representantes ciudadanos. Hasta este momento, Juan Sabines Guerrero, hijo del exgobernador con el mismo nombre y sobrino del poeta Jaime Sabines, se perfilaba como el ganador de la contienda realizada el pasado domingo 20.

Pero en realidad en Chiapas nadie ganó, todos de alguna manera perdieron.

Ninguno de los partidos que postularon candidatos puede sentirse triunfador de un proceso electoral manchado por una serie de irregularidades muy similares a las que se denunciaron el 2 de julio y otras peores.Francisco Rojas, al ceder su candidatura del PAN al aspirante del PRI, José Antonio Aguilar Bodegas, perdió toda credibilidad, pues capituló los principios del blanquiazul de jamás aliarse con el partido al que históricamente han considerado su enemigo, por la corrupción que ha procreado desde su origen.

El PRI, por su parte, perdió doblemente. Primero al hacer alianza con el partido de la derecha, con el que dijeron nunca harían una coalición porque se trataba de su enemigo ideológico natural. Y segundo, perdieron al dejar libre a Juan Sabines, valorado como el personaje más identificado con los chiapanecos, y elegir al senador Aguilar Bodegas, quien recibió la candidatura como un favor por el apoyo que dio a la “ley Televisa” en el Senado.

El exconsejero electoral Emilio Zebadúa es también uno de los grandes perdedores. Su ambición por alcanzar la candidatura le ganó y no le importó cambiar el prestigio que había ganado en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en su breve carrera en el PRD, al aceptar ser el abanderado del Panal, el partido creado y organizado por otra chiapaneca, Elba Esther Gordillo, uno de los símbolos del viejo sistema político tricolor.

Por su parte Sabines también pierde aunque gane la elección. Pierde porque no presenta una coherencia política e ideológica, al pasarse de un día para otro del PRI al PRD, en una decisión pragmática por conseguir la candidatura a gobernador a como diera lugar. Un gobernador sin esos asideros navega siempre en la indefinición, y eso se refleja de inmediato a la hora de tomar decisiones como mandatario.

La descomposición política que hemos visto a nivel federal en los últimos años, en Chiapas se ha concentrado de manera preocupante. Si el 2 de julio pasado vimos que las fuerzas más arcaicas del sistema –la maestra Gordillo, los 17 gobernadores del PRI, la derecha reaccionaria, los empresarios más conservadores y los principales dueños de los medios-- se unieron para vencer al candidato de la izquierda, en esta entidad sureña las alianzas dejaron atrás todo viso ideológico y de principios, en aras de alcanzar sus objetivos.

Pragmatismo descarado.
La elección de Chiapas nos muestra que la crisis de los partidos y de las instituciones está tocando fondo. Si a los partidos no les importó faltarle el respeto a su propia militancia para seguir con sus estrategias electorales, al gobierno de la entidad, como lo fue Vicente Fox con Felipe Calderón, tampoco le importó poner al servicio de su candidato el aparato oficial con tal de protegerse hacia el futuro.Las acusaciones de PAN y PRI en contra del gobernador Pablo Salazar Mendiguchía, de controlar al Instituto y al Tribunal Electoral Estatal, de usar recursos públicos en la campaña de su candidato Sabines, eran muy similares a las que a nivel federal hizo el PRD a Vicente Fox por favorecer a Calderón.

A pesar de las pruebas que en ambos casos se presentaron, las autoridades electorales no actuaron conforme le demanda la propia ley, y la máxima autoridad estatal, el gobernador, y nacional, el presidente de la República, salieron manchados en sus respectivos procesos electorales.

Como en el 94, Chiapas nos deja nuevamente una lección importante: el sistema político nacional integrado por partidos, instituciones, leyes, funcionarios públicos y representantes gubernamentales está en franca decadencia y urge una renovación.

Los cambios irían por la ruta pacifica a través de profundas reformas a las leyes y a las propias instituciones, para lo cual se necesitaría de la voluntad de los principales actores políticos. O por la vía violenta, mediante movilizaciones civiles y hasta armadas, a través de las guerrillas, que empujen las transformaciones a la cuales se oponen precisamente partidos y gobernantes.

Lamentablemente por lo que se observa hasta el momento, todo parece indicar que la segunda opción es la que se está imponiendo, con el grave riesgo de que los focos rojos encendidos en Oaxaca y el Distrito Federal, se enciendan en otros lugares y se genere un clima de inestabilidad o de ingobernabilidad para el próximo sexenio.

Comento: Esto último que señala el columnista se puede evitar si el tribunal electoral hace bien su chamba.

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