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domingo, junio 25, 2006

PALABRAS vs. IMAGENES

Carlos Monsivais escribe en el Universal:

Si me ves me crees.
No creo cierto así nomás que en América Latina la opinión pública sea una sucursal de la opinión y evaluación de los medios electrónicos. Así oculten los hechos o impongan durante un tiempo valoraciones falsas, los medios no disponen de fuerza semejante y su credibilidad se acorta desde el surgimiento de internet.

Hoy le es imposible a la prensa (por su fragmentación) y a la información televisiva (por la desconfianza que provoca la confianza que se atribuye) orientar y/o imponer el sistema de interpretaciones, todavía dependiente de factores muy diversos.

A contracorriente, la información colectiva proviene de la experiencia personal, la selección de los datos de los medios; el nivel educativo promedio, la renovación de las tradiciones y el desplome de los liderazgos conocidos.
Los medios electrónicos divulgan una vertiente de la información, la más ubicua y poderosa, pero nunca superior a los acontecimientos que afectan las vidas de modo determinante, con todo e interpretaciones creadas sobre la marcha.

La prueba máxima es el fracaso del control informativo durante la invasión de Irak, y la emergencia en internet de la red de la sociedad civil global. Así también, y por ejemplo en momentos climáticos de la historia mexicana desde la década de 1960, la opinión pública se aparta de la suma de juicios vertidos desde la prensa, de la radio y la televisión, y procede con grados notables de autonomía.

Verbigracia: el movimiento estudiantil del 68, los días del terremoto de 1985, la emergencia de la sociedad civil de izquierda o derecha en el proceso electoral de 1988, el impacto del EZLN y el discurso del subcomandante Marcos (de 1994 a 2001, luego la presencia de Marcos en Televisa actúa en su contra), la campaña del desafuero de López Obrador. En estos casos, la opinión pública, en forma mayoritaria, ha rechazado las versiones oficiales.
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Más que una dictadura incontestada de los medios, advierto en América Latina un duelo de interpretaciones, muy extremo en los casos de Venezuela y Bolivia, y de características muy onerosas en lo económico en el caso de México. Se produce el juego de espejos. Los políticos viven pendientes de los medios y de las encuestas (la sustitución tajante de la intuición como síntesis de la experiencia, la abolición de los procesos del conocimiento personal), y los medios hacen ver que sin ellos los políticos no dialogan con nadie.

El resultado: los políticos se dirigen a los medios rogándoles de diversas maneras que traduzcan a la nación lo que ellos les confían a las cámaras, los micrófonos y las grabadoras. En rigor, los medios no son intermediarios sino concentradores de la información que reparten a su leal saber y cobrar. Y los políticos son el público más fiel de las imágenes que les prueban a diario su existencia. (Hablo de imágenes, porque es claro que los políticos por lo general ya no leen periódicos sino, en todo caso, servicios de prensa, y dialogan con esas publicaciones del porvenir inmediato, las encuestas, donde cada cifra aspira a la categoría de epitafio o de acta de nacimiento).
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Es incuestionable el poderío de los medios electrónicos, que desplazan todo proyecto de ágora ateniense, monopolizan la atención (sólo 6.5% lee periódicos en casi toda América Latina), y aclaran casi en cada elección el nombre del vencedor genuino: la televisión misma.

Los "arquitectos de imagen", comunicólogos en su mayor parte, son la guía de la élite protagónica. Se vive la agonía de las personalidades "naturales" por así decirlo, y la televisión le impone a los políticos el maquillaje real, virtual, ideológico, lingüístico. "Sonríe, promete con dureza, suaviza la expresión, ataca como si despedazaras en tiempo real a tu adversario, mira a los ojos de la cámara como hechizando a la gente, exhibe tu sarcasmo al galope, y concéntrate en la personalidad, que sólo es tuya porque ha costado mucho dinero construirla".

A unos, por ejemplo, se les despoja de su atmósfera de escritorio, tan sectorial, y les insiste: "Tu imagen es franca, entrona y positiva. Si tuteas al universo le darás palmaditas en el hombro al espectador". A otros, los asesores les rediseñan todo, menos el ánimo, tan hecho de impulsos desmemoriados.

Por lo común los candidatos cancelan o quieren cancelar su apariencia de políticos tradicionales y les preocupa globalizarse, memorizar el lenguaje único. Un político es ahora una imagen, una sonrisa, un gesto de odio, una preocupación por la fotogenia, la telegenia y la mercadotecnia, un idioma especializado en catchy phrases o frases prensiles que ya no deben abandonar al espectador globalizado, que quiso ser ciudadano.

Los medios, al reemplazar al político tradicional con el de ambiciones telegénicas, trastocan el modelo propuesto de democracia, por inasible o remoto que fuese. Ahora, en la práctica partidista de casi todos los países latinoamericanos, democracia es el derroche de recursos que busca legitimar el proceso que permite seguir hablando de democracia.
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¿Cuál es la participación democrática real? Por lo pronto, el juego de sombras donde el que paga obedece, y el que cobra se las arregla para extraer de la obediencia una rendición cada vez mayor (Venezuela es una excepción beligerante, sin que eso señale un proceso realmente democrático). Es una minoría menos que significativa la de los ciudadanos con verdadero acceso a los medios, o que a través de ellos se expresen. Está desapareciendo incluso el periodismo totémico, el que se compra y rara vez se lee, y que ratifica un hecho consolador: "No sólo yo sostengo estos puntos de vista". Y los pocos ciudadanos que intervienen en los medios podrían equipararse a los muy escasos con acceso real a las decisiones políticas.

Los políticos suelen enumerar los movimientos de un medio electrónico: informa, opina, juzga y condena. Sin duda, es tal el número de variantes que viene a menos el énfasis de la descripción. Falta señalar en toda América Latina el modo en que las noticias se amoldan a los pactos económicos de los dueños de los medios y su ideología neoliberal, la manera en que la jerarquización noticiosa se guía por el muy reducido tiempo de atención concedido a cada hecho.

Y algo fundamental, falta anotar el analfabetismo jurídico, financiero y económico de las sociedades, la ignorancia que diluye o desaparece los grandes fraudes y las maniobras legislativas más burdas. Los medios, en efecto, informan, opinan, juzgan y condenan, pero y pido perdón a las excepciones, informan muy mal y reiterativamente, opinan con gran deficiencia y en bloques verbales, y juzgan y condenan para sentar fama de intransigentes o, más seguramente, con tal de convertir los linchamientos morales en sellos esporádicos de la casa.
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La globalización trae consigo numerosas supersticiones envueltas en la convicción repentina: los medios son los dadores de los lenguajes nacionales. Por eso, lo que ocurre en los medios es para casi todos los políticos la realidad terminal, y esto explica su celo devoto por ellos.

Lo que no pasa por televisión no existe, es la nueva creencia que arrincona a la prensa y la hace sentirse en desventaja. En el duelo palabras versus imágenes, el jurado es el analfabetismo funcional. Y eso conduce a creer que la politización de la sociedad depende de los poseedores del pizarrón electrónico. Esto, sobra decirlo, no es así.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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