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viernes, junio 23, 2006

EL VIEJO PAN CONVERTIDO EN UN GUIÑAPO, POR EL YUNQUE.

Rafael Segovia escribe en el Reforma:


Último acto.
Vivimos una situación anticlimática. Parece como si las elecciones ya no le interesaran a nadie. La prensa no se preocupa, como si todo estuviera decidido: los hombres y mujeres del voto duro esperan cumplir con su deber, con su costumbre y sus tradiciones; los indecisos ya tomaron su decisión; los abstencionistas se confirmaron en su abstención y los del voto dividido hicieron sus sabios repartos.

De hecho, nadie cree en nada ni en nadie: la salvación no está al alcance de la mano. Después del engaño monumental de Fox, de la estafa panista, con sus promesas ante las que se dudaba dada la escasa envergadura del individuo y la naturaleza del partido, no queda sino la resignación y la espera de las noticias acostumbradas.

El Presidente ni siquiera lee ya los informes de sus secretarios de Estado.Los ricos seguirán siendo ricos o aun más ricos, con la mirada puesta en un futuro Presidente y en sus amigos y cuñados, en sus agnados y cognados, por donde puede llegar una fortuna de hecho no esperada. Más aún si tiene un nombre de sumo y santo pontífice.

Las quinielas, pese a todo, tienen más posibilidades de enriquecer a cualquier mexicano que un experto en computadoras; más en negocios que en computadoras.

Ricos o pobres lo que no se encuentra por ningún lado es la capacidad para despertar al electorado. La izquierda, aunque de manera confusa, siente la elección ganada. Sus preocupaciones se orientan hacia otro campo: los primeros meses postelectorales, los archiconocidos 100 días, que según se miren fueron el regreso de Napoleón de la Isla de Elba -y su desastre en Waterloo- o los 100 primeros días de gobierno del presidente Roosevelt.

El trimestre tiene preocupados a los directivos del PRD, pero a los hombres de la iniciativa privada los tiene enfermos. No comprenden que en una elección se puede acabar con el discurso monótono y repetitivo -por lo demás transparente e inoperante- de los 71 años de los gobiernos priistas.

Industriales, banqueros, a la parte importante de los profesionales no les cabe en la cabeza que la patria -es escandaloso cuando se refieren a ella- les retira su confianza. Quieren, desean de la manera más ardiente, que la democracia no pase de ser un susto, una forma de gobierno discutida en las universidades, pero no en las reuniones serias de los empresarios, donde los temas son otros, que van desde las exportaciones y las inversiones extranjeras, hasta el campeonato de futbol, nunca de un posible, siempre mencionado y nunca aplicado, poder popular en el que la gente de razón no cree, empezando por su candidato, don Felipe Calderón.

Circula por autobuses, cafés y supermercados la idea de que una derrota -como ha acontecido- de la Selección Nacional de futbol sería un fracaso para Calderón. Tanto él como el Presidente se han exhibido con camisetas verdes, han metido el tema en sus discursos, se han identificado con temas populistas, su odio fundamental y amasijo de ideas que les quita el sueño.

Han logrado encontrar y han intentado difundir una unidad nacional donde no hay ni ricos ni pobres, no hay más que un latido del cual son beneficiarios exclusivos por expresar un deseo y una voluntad capaces de borrar todo aquello que divide a la sociedad mexicana.

Lo malo, lo desesperante es saber que fue el PRI el partido capaz de usufructuar el mito de la unidad nacional durante décadas, mientras ellos amasaban sus fortunas y lograban incluso un lugar preponderante en la sociedad, sin poder abrirle paso a una sola de sus confusas y torpes ideas.

Presentarse como los creadores de una patria común, compartida desde la alegría y la generosidad no ha sido aceptado por el pueblo, el de los salarios roñosos y los rencores más que justificados. El problema ya desesperado para Felipe Calderón y sus secuaces es dar con la manera de empatar con López Obrador. Han recurrido a las armas del tabasqueño para encontrarse con la inutilidad de éstas cuando están en sus manos. Si para el panista el cuñado peor que inoportuno fue un golpe mortal de necesidad, andan buscándole tres pies al gato con el hermano de López Obrador, pero no han conmovido a nadie, ni a Espino, cuya mano se adivina tras alguno de los enjuagues de última hora.

Recuerda a un conocido ministro francés que en 1940 cuando el ejército alemán ya había entrado en París, decía: tenemos que hacer algo, aunque sea una estupidez, pero algo.No se puede pensar que una campaña política no es más que una serie de actos de creencia. Y cuando lo son, cuando se buscan exclusivamente actos de creencia, no se puede luchar rodeado de personas de la calaña de Espino, hombre aborrecido por todos aquellos que no pertenecen al Yunque.

No haber podido eliminarlo de su equipo, cargar con ese peso muerto ha sido la prueba fehaciente de la falta de decisión y de autoridad de Calderón. Ha dado pruebas de la antipatía que este hombre le provoca, pero al limitarse a mostrar su irritación, al no poder sacudírselo, confesaba todas sus debilidades, todas las que no puede ni debe tener un Presidente. El grupo de Manuel Espino, el Yunque, logró imponerse. Ha sido un triunfo convertido en un desastre: el viejo PAN convertido en un guiñapo por obra y gracia de un grupo sin calidad política y menos aun humana.

Son tan intolerables como quien fue su auténtico candidato, Santiago Creel, aun más endeble que el propio Calderón y por lo mismo el hombre ideal de un grupo de extrema derecha que se desvive por llegar al poder e imponer su ausencia de ideas, substituida por un rencor que viene de su desastre del siglo XIX. Todos somos responsables no sólo de nuestro presente, sino también de nuestro pasado.


Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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