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viernes, mayo 12, 2006

LA ILUSIÓN NO DURÓ MUCHO.

Rafael Segovia en el Reforma:


Rafael Segovia.

Los usos de la verdad.
Algo no funciona en la candidatura de Felipe Calderón. No es él ni es su equipo, es un conjunto el que no anda bien. Después de haber recurrido a intentar convencer a los medios -y que los medios hayan aceptado desempeñar un papel secundario en el que no creyeron- han buscado los hombres de Calderón, no los panistas, convencernos de lo que ellos mismos no creen.

Del cielo les bajó aquello de "Cállate, chachalaca". ¿Cómo era posible que se le faltara al respeto al Presidente, un hombre siempre atento a decir la verdad, venerado por el pueblo, tanto como su mujer?Como campaña, una vez más, se advirtió la agudeza y el arte de ingenio del grupo, empezando por los magos de Park Avenue, dueños de una sutileza que convenció a la mayoría del pueblo norteamericano de que el porvenir estaba en Bush y su equipo, como se ha visto.

La ilusión no duró mucho. Se recurrió al Presidente, se buscó convencer a los intelectuales que no creían en Calderón ni poco, ni mucho, ni nada, que sólo habían visto en él un hombre sin presencia, sin discurso y sin ideas; dispuesto a prometer en el más puro estilo foxista, pero que en el fondo de sus promesas sólo se hallaba un polvo tecnocrático -no de competencia, que jamás ha sido un bien de nuestros tecnócratas- sino de admiración por quienes habían estudiado en Estados Unidos y mostraban una obediencia ciega por los empresarios, o más bien, por sus dueños, antiguos propietarios de las empresas mexicanas, ya vendidas.Todo esto no funcionó.

El Presidente fue a Europa a convencer a aquellos jefes de Estado y de gobierno de que él no es Evo Morales, entre otras cosas por no tener qué vender. Lo privatizable, los energéticos, no se pueden tocar sin jugarse la cabellera. A esto se añade un problema casi insoluble: los Estados europeos suelen tener cuerpos diplomáticos casi siempre serios, profesionales, dueños de plumas terribles cuando escriben sobre el estado de la nación ante la cual están acreditados.

Si estos diplomáticos dieran a conocer sus pareceres y evaluaciones, qué piensan del señor Fox o de su señora, del jefe de su diplomacia, de su secretario del Trabajo, de su portavoz, etcétera, etcétera, es más que probable que el señor Presidente se hubiera ahorrado el viaje. Lo mismo puede decirse de la opinión que les merece a los embajadores, ministros y a otros funcionarios latinoamericanos. Corramos un tupido velo sobre las perversas ideas de estos hombres rotundamente envidiosos.

Todo esto no cuenta en Los Pinos: allá domina ya un pesimismo del 1 por ciento y la inadmisible incredulidad de un cuerpo electoral que no confía en cuanto sale de las oficinas del señor Muñoz y otras agencias encargadas de convencer a un pueblo díscolo que se niega a ver la verdad que sale del coro panista, pese a que toda la campaña está calculada con una precisión matemática.

No han recurrido todavía a los decimales, pero no tardan en dar a conocer una encuesta donde Calderón va delante por el 0,0061 por ciento y Andrés Manuel López Obrador cae en 137.55 por ciento, en menos de 22 días. Vale, pues, siempre más redondear las cifras y no mencionar aquellas totalmente adversas.La manipulación o el intento de manipulación se ha llevado a unos extremos tales que ya no se presta atención a la campaña electoral en sí.

El hecho de que los candidatos se sientan obligados a hacer una promesa diaria que termina por ser cualquier cosa: una escuela o empleos para todos, hospitales o carreteras, nadie cree en lo que se ha dicho el día anterior y de antemano se sabe que es falso lo que se ofrecerá al día siguiente. Sería interesante conocer cómo se llegó a un acuerdo sobre el costo y la duración de las campañas electorales, sobre el espíritu enfermizo que pensó que debía ser más costosa para México una campaña electoral que para Alemania.

Pero lo más sorprendente de todo es la aceptación general de la mentira como fundamento no de las campañas, sino de la vida política en sí. Sólo un desprecio absoluto por el ciudadano común y corriente permite alcanzar estas muestras de cinismo.

No debemos pues sorprendernos cuando nos encontramos con quienes nos encontramos para formar una comisión para evaluar a los derechos humanos o cuando miramos la clase de broma siniestra que es el tratado sobre la no proliferación de armas atómicas.

Sólo falta el filósofo del siglo XX capaz de explicar de manera convincente la necesidad de la mentira para mantener una sociedad democrática y ordenada, donde el peligro de enfrentamientos quede eliminado para siempre.Leer y releer a los clásicos no sirve para nada, da lo mismo si se trata de Tucídides, Maquiavelo o Gracián.

Al final nos encontramos con alguien convencido del deber de usar unas mentiras o unas verdades amañadas para evitar males mayores. Contar unos embustes escandalosos sobre los Evangelios nos puede ayudar a vender 40 millones de ejemplares de un libro estúpido a más no poder, pero aceptar la santidad de José María Escrivá de Balaguer con ayuda de unos milagros que no se creen ni los más numerarios del Opus Dei, se supone que es una manera de defender a la Iglesia.

O al menos eso piensan algunos. En última instancia, lo mejor es callarse.Si algo estamos aprendiendo o debemos aprender en los días que nos faltan para la elección, es a acortar las campañas, imponer unos gastos reducidísimos a las candidaturas y, después de las elecciones, mandar a la cárcel a quienes prometen en falso, aunque sepamos que los de esta calaña siempre estarán presentes. En primer lugar los defensores de los mineros... desde la capital de la República.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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