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lunes, octubre 23, 2006

¿Y LOS NIÑOS?

Niños indefensos.

Gabriel Székely.
23 de octubre de 2006.

Es sorprendente que un diario de circulación nacional despliegue una contradicción tan grande como la que ocurrió la semana anterior; quizá se deba a que el tema que nos ocupa no se ha querido discutir a fondo en México, a pesar de que el país ha sido severamente criticado por excesos registrados. La noticia fue el abuso sexual de un niño de tres años por parte de Joaquín Mondragón, ex profesor de deportes en el Colegio Oxford; los padres de la criatura acudieron a las autoridades de la escuela, quienes al principio se mostraron dispuestas a cooperar a fondo para castigar al violador. Cuando la actitud cambió, la opción fue ir a la prensa para exhibir las posibles complicidades.

No es entendible entonces que el mismo diario publicara este sábado un artículo con gran visibilidad, que está en la línea de rehabilitar socialmente a Gloria Trevi, involucrada como estuvo en una escandalosa historia de violaciones y abusos a jovencitas para deleite de Sergio Andrade. La señora podrá ser una buena cantante, y tendrá derecho a una nueva oportunidad en la vida, pero me parece funesto que los medios se la den para volver a tener la visibilidad que tuvo antes, cuando abusó de su posición para cometer delitos que marcarán a varias personas de por vida.

En el caso del profesor en el Colegio Oxford, fundado en 1939, destaca que 40 años más tarde fuera adquirido por los Legionarios de Cristo. Es conocido el triste episodio de Marcial Maciel, fundador de esa orden, a quien finalmente este año el papa Benedicto XVI conminara a retirarse a una vida de oración y a no ejercer más ninguna función en la Iglesia. El proceso tardó años, por la protección de que gozó Maciel por parte de Juan Pablo II. En México, los seguidores de los Legionarios aún protestan de la manera más inverosímil por el hecho, a pesar de que ha sido documentado en libros y reportajes.

Cuando han estado involucrados de manera directa sacerdotes católicos, preocupa que la reacción social inmediata haya sido la protección que ofrecen los propios fieles, sin preguntarse cuál es su obligación social y moral ante los pequeños que han sido perjudicados. Como alguien que asistió a una escuela católica, puedo afirmar que las que están bajo responsabilidad de otras órdenes religiosas han sufrido problemas similares y que varias tampoco loshan resuelto. Es probable que los Legionarios atrajeran tanta atención por ser su fundador un mexicano, y por el mal manejo al intentar explicar lo inexplicable.

The New York Times acusa en un artículo de James McKinley el sábado que los curas pederastas encuentran en México un paraíso de impunidad, pues los jueces temen retar a la Iglesia católica y a los clérigos de alto nivel que intentan esconder estos escándalos. Hay un sacerdote perseguido por acusaciones que algunos obispos han negado; me refiero al caso de Nicolás Aguilar, acusado de 86 casos de abuso sexual, quien goza de libertad bajo fianza.

El problema no se circunscribe de ninguna manera a México. En Estados Unidos tiene lugar en este mismo momento un megaescándalo, y es sólo uno de muchos que han involucrado en los últimos años a arzobispos católicos que han dado protección a sacerdotes pederastas. Se trata de la reciente renuncia del líder republicano Mark Foley, quien al verse acusado por un joven por avances sexuales, dejó saber que su culpa se origina en su propia experiencia a manos del sacerdote Anthony Mercieca, hoy de 72 años de edad, y a quien la Arquidiócesis de Miami por fin ha prohibido ejercer sus funciones, varias décadas más tarde. Los republicanos temen perder las elecciones legislativas en noviembre por una combinación de factores, entre los que se encuentra el escándalo mencionado.

¿Quién va a levantar la voz de manera contundente en favor de los pequeños? Aquí hay sin duda un escabroso tema al que la nueva sociedad mexicana, tan libre ya para discutir otros asuntos, le debe entrar de frente y establecer sin equívocos que los violadores serán sujetos al peso de la ley, sin miramientos. No deben caber intereses de orden religioso, sino una moralidad sana y bien entendida que impida la impunidad de un tipo de criminales especialmente nefastos.

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