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lunes, septiembre 04, 2006

INICIÓ CON UN CRUCIFIJO EN LA MANO Y TERMINÓ CON UN SPOT DE T.V.

REFORMA.

Roberto Zamarripa.

Vacío.

Involución o estertor. Presenciamos el retroceso o la agonía. Aquellos de estirpe antipresidencialista, los panistas, ahora enaltecieron al presidencialismo autoritario marchito. Aquellos de estirpe reformista, los perredistas venidos de la izquierda, quienes en las últimas tres décadas han peleado por la transformación gradual de la política y la sociedad, ahora invocan al desconocimiento de las instituciones existentes.

De sacrosanta a maltrecha. De sacralizada a ninguneada. Esta Presidencia, la de Vicente Fox, inició con un crucifijo en la mano y terminó con un spot de televisión. Qué quiso ser, nunca se supo. La ambivalencia con que fue utilizada la Presidencia por su titular en este sexenio no podía dar lugar más que a enconos y preocupantes vacíos de poder.

No había Presidencia para litigar con el Congreso las reformas legislativas propuestas. Ahí era una Presidencia humildemente acotada. Ahí convenían los contrapesos, eran reconocidos porque eran usados de pretexto para justificar la oxidación de la institución.Cuando decidió enfrentar a un adversario político que amenazó el poder de su facción, el Presidente no tuvo reparo en ejercer la Presidencia. Ahí sí existió la institución presidencial. Ahí, aunque rechinara, había uso de recursos presupuestales, y hasta se intervino ilegalmente en la elección federal.

La caricatura de esa ambivalencia fue proyectada el viernes bajo un argumento ampliamente estudiado desde Los Pinos. Había que provocar que los opositores en el Congreso ahogaran la sesión de instalación de la legislatura e hicieran imposible la lectura del último Informe gubernamental.

La Presidencia no se preparó para encarar el momento político más delicado que enfrenta el sexenio. La coartada para eludirlo fue puesta amablemente en la mesa por la tozudez perredista hija de esa provocación.El despechado Presidente que aparece en la televisión para montar su autoelogio expresa la involución política. O quizás del estertor de una figura y una institución que, como tal, es anacrónica en el ejercicio de un sistema auténticamente democrático, con división de poderes y pluralidad política.

Los primeros de septiembre del siglo pasado eran pródigos en elogios al Presidente en turno. Sobraban voluntarios. La épica venía con la catarata de aplausos y en la respuesta del presidente del Congreso y usaban la cadena nacional radiotelevisiva para inflamar a la nación.El pasado viernes hubo un regreso a esas épocas. El Presidente como figura máxima, como poder absoluto, transitando por un segmento de la ciudad blindado con militares en las calles, de nuevo en cadena nacional, de nuevo denostando a quienes le estorban.

El Presidente por encima del Congreso.Involución o estertor. Tres décadas de reformismo topan ahora con un discurso de ruptura. La izquierda mexicana, cuya expresión política partidista más decantada conforma el PRD, tiene la encrucijada de tensar más la cuerda en el desconocimiento de las instituciones en las que ha participado o insistir, desde la oposición más fuerte que ha tenido, en su reforma.

En la toma de la tribuna parlamentaria, el pasado viernes, los perredistas manifestaron sus propios límites. Si bien encontraron una coartada lógica -la ocupación policiaca-militar del Palacio Legislativo y sus alrededores- también extremaron su reclamo al grado de impedir el mensaje político del presidente de la República.Tampoco es de festejarse que desde la oposición se impida el funcionamiento del Congreso. Era el día del Congreso y no el del Presidente.

La izquierda perredista ha llamado a la realización de una Convención Nacional Democrática (CND), una suerte de asamblea masiva, de representación varia, que se constituirá en la última tabla para salir del atolladero.O dicha convención le otorga un programa de largo alcance al movimiento popular del lópezobradorismo -y por tanto, le enmarca un camino de reformas políticas a conseguir con movilizaciones, con ejercicios de gobiernos electos y con promoción de legislaciones en el Congreso- o convoca a una ruptura con todo, hasta con ellos mismos.Gobierno, panistas y perredistas parecen involucionar en su historia y sustituyen con la espectacularidad la carencia de argumentos.

El Presidente necesitaba del espectáculo del despecho en San Lázaro porque su mensaje a la nación nada tenía que decir. Fue más la imagen que su dicho y en términos retóricos crispó más una frase dicha desde el Zócalo -"¡al diablo con sus instituciones!"- que el mensaje televisivo del Presidente.Lo que se vive es un dramático vacío institucional vitoreado por quienes lo provocan. ¿Puede festejarse que el Congreso no sesione y que el Presidente no funcione? ¿Puede festejarse una bravata política y un anodino discurso presidencial?

No. Nada hay que festejar cuando se hace el vacío.

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