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viernes, abril 28, 2006

MENTIR O ESCONDER LA VERDAD AL PUEBLO, NO SIRVE.

Rafael Segovia escribe en el Reforma:

Rafael Segovia.
La presencia de Patricia Mercado.

Pocas presidencias han terminado en México en peores condiciones que la presente. No queda sino esperar que el tiempo se vaya de prisa para evitar una catástrofe absoluta. Si al presidente Fox le angustia qué van a pensar los mexicanos de su gobierno, si espera dejar tras él una idea positiva, al menos bien intencionada, debe olvidarse de seguir interviniendo en la política nacional, tanto en la sucesión como en la cotidiana.

Sus tan traídas y llevadas reformas que harían del país algo nuevo, liquidarían un pasado considerado punto menos que infame y establecerían una democracia ejemplar, han terminado en un fiasco absoluto, no imaginado ni por sus más fervorosos partidarios, que vieron en él a un nuevo redentor, antes de darle la espalda y renegar de cuanto decía y emprendía.

No se hubiera podido pensar hace cinco años que terminaría enviando a su policía para romper una huelga por él provocada. Fue una maniobra donde apareció una vez más su incompetencia política pero, ante todo, su falta de carácter, reforzada en este caso por su manera escurridiza de quererse escapar de sus errores, de su pavor ante la responsabilidad.

El quedar aún en pie unas cuantas instituciones le ha evitado perder la sombra de poder que se deja manejar con ayuda de un portavoz también asustado por la necesidad de defender una conducta que, en el fondo, reprueba, como todo el país. El Presidente está sumido en una soledad de vértigo.

Su angustia debe multiplicarse al advertir cómo no sólo perdió su Presidencia al no hacer nada, sino que con ella se fue la posibilidad de dejar algo, así no fuera más allá de una intención. No sólo perdió, sino que entre las espuelas se llevó a su posible sucesor, al que nunca quiso, sea dicho sin paréntesis.

Para Vicente Fox resulta inadmisible encontrarse con un sucesor originado y apoyado por la izquierda nacional. Todo está permitido con tal de eliminarlo. Se recurrió al desafuero, operación tan riesgosa como desconsiderada por los gobiernos extranjeros, después se han ido buscando elementos adversos hasta dar con el populismo, por un lado, y con las intenciones divisionistas, por otro.

Los conocimientos políticos del presidente de la República son cero: de eso tenemos prueba fehaciente cada vez que abre la boca. No se ha enterado aún de que la política divide, separa, opone a los individuos de una nación.

La unidad de todos los hombres y mujeres eliminaría a la política: todos los intereses coincidirían, habría una sola ideología, dispuesta y alimentada por quien fuera dueño del poder y representante de todas las corrientes de pensamiento, amo y señor de la administración. Ése es el ideal de quien dispone de las encuestas de opinión y de intención de voto y aspira a una reforma racional que le permita deslindar el bien del mal, qué debe reformarse, qué debe eliminarse y qué debe mantenerse. Todo pues dependerá de su decisión, o se va o se va, pero antes intentará señalar a quien le sucederá.

Jamás ha tenido México un Presidente con sus características, con su falta de cultura e incluso de ortografía, incapaz de nombrar una sola obra del escritor más importante de México en el siglo XX: no digo el mejor, eso queda en manos del secretario de Gobernación, del presente y de su antecesor.

Olvidemos los problemas mayores como el empleo, los salarios y temas menores que, de acuerdo con el pensamiento de Fox, dividen a los mexicanos, más unidos que nunca hasta que alguien eligió a López Obrador jefe de Gobierno del Distrito Federal.

En el debate llevado a cabo por los candidatos a la Presidencia de la República, sólo Calderón, y de mala gana, le mencionó. Hay un deseo que se está haciendo explícito de que termine este periodo presidencial lamentable.No se le mencionó porque era condenarse: bastó que gesticularan algunos de manera desesperada.

Los millones que pagan a sus asesores norteamericanos no sirven para nada. En primer lugar porque se advierte la lección mal aprendida. Cualquiera que se haya presentado más de dos veces por televisión sabe de la necesidad de no enseñar las manos ni los brazos en la pantalla, de mover la cabeza lo menos posible, de hablar pero no deletrear.

De poco les sirvió el dinero: Calderón mostró más profesionalismo que Madrazo y Campa, que gesticularon y gritaron como condenados ante un tribunal. Terminaron por generar mera antipatía entre quienes vimos un espectáculo en sí insoportable por la falta de oficio y de presencia de los tres malditos: la señora se los llevó de calle: no sólo a los presentes sino al ausente, que debe llevar tres días maldiciendo a quien le aconsejó no presentarse.

Políticos sin oficio y sin originalidad. A Patricia Mercado le bastó aparecer para acabar con el cuadro. Tiene presencia y simpatía; responde al famoso dicho de Rafael Guerra, Guerrita, de que para ser torero lo primero es parecerlo: la presencia de Patricia Mercado es indiscutible. Y la inteligencia, y la malicia y todo lo demás. Llenó el espacio que le correspondía a López Obrador en un dos por tres: al terminar la muy tediosa presentación pocos nos acordamos de él.

Pensar que el elector medio es un buen señor o una buena señora, que se tragan sin juicio cuanto les dice la televisión o el periódico o la radio, sin siquiera una reacción, es confiar en el poder de quien lo pierde si lo administra mal. Mentirle o esconderle la verdad no sirve.

Fue la gran equivocación de Calderón: no tuvo valor para decir: yo soy un hombre de derechas, católico, ultraconservador y decidido a apoyar al empresariado en cualquier circunstancia. Que Patricia Mercado haya defendido a las mujeres de cualquier condición, defendido la libertad de abortar, se haya lanzado a defender a los sindicatos, a los gobiernos de izquierda y se haya declarado ella misma una candidata de izquierda, la situó de inmediato por encima de los presentes y de los ausentes. Fox era el otro.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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