Benedicto Ruiz Vargas
La pregunta es incómoda para mucha gente y en especial para la derecha mexicana, pero es una pregunta necesaria incluso para los que creen que la respuesta es afirmativa. Por más que se quiera hacer creer que todo lo que está ocurriendo en el país es normal, o que en todo caso es resultado de pequeños grupos de inconformes que no han terminado por aceptar la derrota electoral del pasado 2 de julio, la verdad es que estamos ante una situación inédita y en cierto sentido peligrosa.
Un dato contundente que se ha querido minimizar por los medios y la clase política es que, después de la poco transparente decisión del Tribunal Electoral (TEPJF), Felipe Calderón ha recorrido parte del país y el extranjero a salto de malta. Durante todo este tiempo sólo se ha reunido con grupos empresariales, con legisladores y miembros de su partido, con los gobernadores, etcétera, pero Calderón no ha podido tener una reunión abierta con la población, en la calle o en un lugar público. Salvo estos grupos, que fueron en realidad su sostén electoral, Calderón como presidente electo no ha tenido contacto con la población, y ha vivido secuestrado por los miembros del Estado Mayor Presidencial.
Quizás para la derecha mexicana y los medios de comunicación proclives a esa corriente lo anterior no tenga trascendencia; pues todo puede ser explicado simple y sencillamente porque venimos de una elección competida en la que una fuerza, la de la izquierda por supuesto, no ha sabido perder y no quiere ponerse de lado de las instituciones. Esto es lo que dicen los voceros oficiales del PAN y los grupos empresariales, pero también algunos editorialistas sin ética e independencia intelectual que martillan todos los días con lo mismo.
Para ellos, que Felipe Calderón ande a salto de mata y requiera ser protegido por un cuerpo militar a cada lugar que asiste dentro o fuera del país, no tiene ninguna importancia porque ello no pone en duda su viabilidad política ni tampoco vulnera su gobierno. Esos brotes de grupos inconformes que le salen al paso a Calderón en cualquier lugar ahora, pasarán pronto, diluyéndose a medida que su gobierno avance y muestre resultados. Así lo piensan, algunos sinceramente.
Sin embargo, para desgracia de Calderón no es así. Lo que tenemos después de la elección del 2 de julio no es una inconformidad aislada o dispersa, localizada sólo en pequeños grupos de un sector de la población. Lo que existe, o está en ciernes de generarse, es un amplio movimiento social y político que impugna y seguirá impugnando la presidencia de Calderón.
No será un movimiento, o varios movimientos, que hagan el centro de su lucha y su participación política el bloqueo del gobierno de Calderón, como lo supone la derecha simplista, buscando debilitarlo hasta provocar su renuncia en un marco de aguda crisis política.
Esta perspectiva existe por supuesto en algunas agrupaciones de izquierda y es probable que tienda a exacerbarse más adelante. Pero no es, desde mi punto de vista, la idea central que tienen las fuerzas que se están agrupando bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador y el Frente Amplio Progresista.
La perspectiva de estas fuerzas, a mi juicio, es no sólo impugnar la presidencia de Calderón sino también establecer los cimientos para construir un contrapeso real, efectivo, que al tiempo que confronta con propuestas distintas a un poder ejecutivo cuestionado, construye una fuerza de largo aliento para disputar en otro contexto el poder político.
La derecha y sus epígonos se equivocan si creen que lo que habría durante el gobierno de Calderón, sería un movimiento contestatario, alentado por un liderazgo debilitado y sin posibilidades de crecer.
Si este movimiento crece y se fortalece, y todo indica que esa va a ser la tendencia, Calderón tendrá un contrapeso real en una parte significativa de la sociedad, algo que detestan los gobiernos, pero más aquellos que están necesitados de legitimidad y confianza por parte de la población.
Calderón, a diferencia de los últimos presidentes, no sólo tendrá un contrapeso real en el poder legislativo, sino también y de manera más importante en ese grupo de fuerzas que se entrelazarán para oponerse a su gobierno, y para disputar el poder en otras condiciones.
La crítica y preocupación de la derecha sobre el papel y el liderazgo que tiene en todo este proceso López Obrador, no radica en la existencia de una fuerza opositora, sino en la existencia de una fuerza que no está dispuesta a negociaciones cupulares entre la clase política; una fuerza que no busca a través de su lucha un puesto en el gobierno o un espacio en la estructura de poder.
Tanto el PAN como el PRI, para no incluir los más obvios como son los empresarios, no saben tratar con una fuerza política cuyas aspiraciones no sean el dinero o un hueso en el gobierno. Por eso añoran la izquierda domesticada y por eso su constante contrapunto.
Entonces, si Calderón y sus seguidores no entienden que si una parte significativa de la sociedad no le reconoce legitimidad como presidente, y que para sostenerse necesitará sistemáticamente de la fuerza pública, pues entonces es necesario preguntarse si podrá gobernar. Creo que esta pregunta es más relevante que lo que pueda ocurrir el 1 de diciembre.
Correo electrónico: benedicto@tij.uia.mx
El autor es analista político e investigador de la UIA Tijuana.
La pregunta es incómoda para mucha gente y en especial para la derecha mexicana, pero es una pregunta necesaria incluso para los que creen que la respuesta es afirmativa. Por más que se quiera hacer creer que todo lo que está ocurriendo en el país es normal, o que en todo caso es resultado de pequeños grupos de inconformes que no han terminado por aceptar la derrota electoral del pasado 2 de julio, la verdad es que estamos ante una situación inédita y en cierto sentido peligrosa.
Un dato contundente que se ha querido minimizar por los medios y la clase política es que, después de la poco transparente decisión del Tribunal Electoral (TEPJF), Felipe Calderón ha recorrido parte del país y el extranjero a salto de malta. Durante todo este tiempo sólo se ha reunido con grupos empresariales, con legisladores y miembros de su partido, con los gobernadores, etcétera, pero Calderón no ha podido tener una reunión abierta con la población, en la calle o en un lugar público. Salvo estos grupos, que fueron en realidad su sostén electoral, Calderón como presidente electo no ha tenido contacto con la población, y ha vivido secuestrado por los miembros del Estado Mayor Presidencial.
Quizás para la derecha mexicana y los medios de comunicación proclives a esa corriente lo anterior no tenga trascendencia; pues todo puede ser explicado simple y sencillamente porque venimos de una elección competida en la que una fuerza, la de la izquierda por supuesto, no ha sabido perder y no quiere ponerse de lado de las instituciones. Esto es lo que dicen los voceros oficiales del PAN y los grupos empresariales, pero también algunos editorialistas sin ética e independencia intelectual que martillan todos los días con lo mismo.
Para ellos, que Felipe Calderón ande a salto de mata y requiera ser protegido por un cuerpo militar a cada lugar que asiste dentro o fuera del país, no tiene ninguna importancia porque ello no pone en duda su viabilidad política ni tampoco vulnera su gobierno. Esos brotes de grupos inconformes que le salen al paso a Calderón en cualquier lugar ahora, pasarán pronto, diluyéndose a medida que su gobierno avance y muestre resultados. Así lo piensan, algunos sinceramente.
Sin embargo, para desgracia de Calderón no es así. Lo que tenemos después de la elección del 2 de julio no es una inconformidad aislada o dispersa, localizada sólo en pequeños grupos de un sector de la población. Lo que existe, o está en ciernes de generarse, es un amplio movimiento social y político que impugna y seguirá impugnando la presidencia de Calderón.
No será un movimiento, o varios movimientos, que hagan el centro de su lucha y su participación política el bloqueo del gobierno de Calderón, como lo supone la derecha simplista, buscando debilitarlo hasta provocar su renuncia en un marco de aguda crisis política.
Esta perspectiva existe por supuesto en algunas agrupaciones de izquierda y es probable que tienda a exacerbarse más adelante. Pero no es, desde mi punto de vista, la idea central que tienen las fuerzas que se están agrupando bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador y el Frente Amplio Progresista.
La perspectiva de estas fuerzas, a mi juicio, es no sólo impugnar la presidencia de Calderón sino también establecer los cimientos para construir un contrapeso real, efectivo, que al tiempo que confronta con propuestas distintas a un poder ejecutivo cuestionado, construye una fuerza de largo aliento para disputar en otro contexto el poder político.
La derecha y sus epígonos se equivocan si creen que lo que habría durante el gobierno de Calderón, sería un movimiento contestatario, alentado por un liderazgo debilitado y sin posibilidades de crecer.
Si este movimiento crece y se fortalece, y todo indica que esa va a ser la tendencia, Calderón tendrá un contrapeso real en una parte significativa de la sociedad, algo que detestan los gobiernos, pero más aquellos que están necesitados de legitimidad y confianza por parte de la población.
Calderón, a diferencia de los últimos presidentes, no sólo tendrá un contrapeso real en el poder legislativo, sino también y de manera más importante en ese grupo de fuerzas que se entrelazarán para oponerse a su gobierno, y para disputar el poder en otras condiciones.
La crítica y preocupación de la derecha sobre el papel y el liderazgo que tiene en todo este proceso López Obrador, no radica en la existencia de una fuerza opositora, sino en la existencia de una fuerza que no está dispuesta a negociaciones cupulares entre la clase política; una fuerza que no busca a través de su lucha un puesto en el gobierno o un espacio en la estructura de poder.
Tanto el PAN como el PRI, para no incluir los más obvios como son los empresarios, no saben tratar con una fuerza política cuyas aspiraciones no sean el dinero o un hueso en el gobierno. Por eso añoran la izquierda domesticada y por eso su constante contrapunto.
Entonces, si Calderón y sus seguidores no entienden que si una parte significativa de la sociedad no le reconoce legitimidad como presidente, y que para sostenerse necesitará sistemáticamente de la fuerza pública, pues entonces es necesario preguntarse si podrá gobernar. Creo que esta pregunta es más relevante que lo que pueda ocurrir el 1 de diciembre.
Correo electrónico: benedicto@tij.uia.mx
El autor es analista político e investigador de la UIA Tijuana.
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