por Béla Braun
Felipe Calderón Hinojosa fue electo presidente de México por un estrecho margen de votos y en medio de una campaña de desprestigio contra su principal contrincante, Andrés Manuel López Obrador, quien estuvo al frente de las preferencias electorales durante años.
Calderón recibió el poder en el contexto de un país fuertemente fracturado y, ciertamente, su gobierno requería de un proceso rápido de legitimación para disponer de la simpatía popular y obtener su respaldo para impulsar reformas legislativas.
Resulta evidente que para Calderón, la vía más sencilla para posicionarse como un presidente bien visto por su pueblo era enfrentar con políticas de mano dura al crimen organizado, que desde el sexenio de su predecesor, Vicente Fox Quesada, se hallaba en una guerra sanguinaria por el control de las rutas y los territorios de tráfico de drogas.
Ante la evidente falta de confianza en las instituciones policiales recién creadas por el gobierno federal, la AFI y la PFP, Calderón debió echar mano del Ejercito que, pese a su negra historia durante la guerra sucia y las noticias de generales antidrogas encarcelados por contravenir sus funciones, gozaba y goza aún de mayor credibilidad entre la ciudadanía, poco reflexiva y sin conciencia histórica.
Pero para molestia de Calderón, la nueva “guerra contra las drogas” emprendida por el Estado mexicano no fructificó más que en sangre: ejecuciones diarias, periodistas asesinados y, como cereza en el pastel, una familia acribillada en un retén militar.
Ante la serie reiterada de fracasos y el baño de sangre creciendo rápidamente, Calderón y sus asesores se han visto en la necesidad de emprender una campaña mediática agresiva para convencer a la ciudadanía de que el combate armado al narcotráfico es la única alternativa moralmente aceptable.
Para ello, han debido lanzar al aire numerosos spots publicitarios en los que se narra una fábula caricaturizada de la influencia de los narcotraficantes en la vida de los ciudadanos.
Los mensajes han ido creciendo en intensidad y dramatismo, y han ido cayendo en seriedad. Cada vez son más absurdos e insultantes para la inteligencia de los ciudadanos, al menos de aquellos ciudadanos que acostumbran emplear la inteligencia para algo más que predecir la alineación con que la Selección de futbol saltará al campo en su próximo encuentro.
Es obvio que la campaña mediática firmada por la PGR tiene la intención de mantener y aumentar el respaldo popular a las políticas públicas contra las drogas. Y es evidente, asimismo, que dichos esfuerzos están encaminados a contrarrestar a las cada vez más numerosas y abiertas voces que se expresan por lo que a todas luces representa la única solución a mediano plazo contra los poderosos cárteles de las drogas: la legalización.
En los últimos días han aparecido spots televisivos que narran todo un círculo vicioso cuyas víctimas principales son los niños y adolescentes. Lo que dice es más o menos esto:
Un delincuente (asesino de niños) se gana la confianza de “nuestros hijos”, les regala droga (en las imágenes es cocaína) para volverlos adictos, luego éstos tienen que robarles a sus padres para comprar más droga (solución muy fácil para los propagandistas, pues resulta inverosímil que un niño tenga suficiente dinero para comprar dosis de cocaína de a 150 pesos el gramo), luego, cuando el robo familiar no es suficiente, los niños y jóvenes salen a la calle a asaltar o comienzan a vender droga y así se convierten en “asesinos de niños”, con lo que el círculo se cierra y perpetúa.
Podría pensarse que la Procuraduría General de la República peca de inocente cuando narra una historieta tan trillada y absurda. Pero la verdad es que no hay un ápice de inocencia en los mensajes televisivos. El procurador general sabe perfectamente que los niños y los adolescentes de México no son el mercado objetivo de las bandas de narcotraficantes. Aunque actualmente se realizan poderosos esfuerzos por demostrar que el consumo de drogas en México se ha elevado a escaños peligrosos, basta leer cualquier informe sobre drogas de la ONU para ver que el principal mercado de los psicoactivos ilícitos sigue siendo Estados Unidos.
Pero, suponiendo que sí, que efectivamente hay un nuevo mercado en expansión dentro de nuestras fronteras, es obvio que dicho mercado no son los niños (menos aún esos niños de clase media que aparecen en los spots de la PGR, goteando sangre de la nariz), sino los adultos jóvenes mayores de edad. Tanto aquí como en cualquier otro lugar del mundo, el principal mercado de las drogas ilegales se encuentra justo en el grupo de edad que le sigue a los adolescentes. En el caso de la cocaína, que aún se consume mucho menos que la mariguana (totalmente inocua, por cierto), se trata de una droga cara, relacionada con ambientes muy específicos, y preferida por un público cuya posición económica le permite acceder a ella.
La usan los policías judiciales, los “artistas” de televisión, los empresarios, los políticos y los deportistas; las prostitutas, los taxistas y los señores de la noche: se trata de una droga que maximiza la resistencia física, quita el sueño y el cansancio y favorece estados anímicos de agresividad, autoconfianza y energía. Es ideal para gente cuyo estilo de vida demanda pocas horas de sueño y mucha agudeza mental y resistencia física.
A todas luces, se trata de una droga poco afín al estilo de vida de un niño o de un adolescente. Claro está, algunos niños y adolescentes son susceptibles al embrujo de esa y otras drogas, aunque por lo general prefieren el alcohol, el tabaco, la mariguana y los solventes inhalables. Cabe señalar que ninguna sustancia es tan adictiva al corto plazo como para que sea rentable a los traficantes regalarla o venderla barata al principio, con la promesa de que el nuevo usuario se volverá dependiente. Una adicción es un proceso largo y complejo, en el que están implicadas otras variables, no sólo la sustancia: la estructura psíquica del individuo, su entorno social y familiar, su proclividad genética y otras.
Con la burda y ofensiva patraña publicitaria de la PGR, el gobierno federal intenta, a la vez, desviar la atención ciudadana sobre temas que verdaderamente constituyen un problema para el bienestar de los mexicanos: la pobreza, la desigualdad, la corrupción, la debilidad institucional (potenciada y canalizada por el narcotráfico) y la falta de educación.
A título personal, encuentro muy grave que el gobierno federal esté invirtiendo recursos públicos en mentirle al pueblo. Es ofensivo, contraproducente e ilegítimo.
Por este medio, hago un exhorto a la ciudadanía a expresarse abiertamente sobre el tema; a circular datos estadísticos que demuestren que las políticas públicas antidrogas no han hecho mella ni el en narcotráfico ni en el nivel de consumo de drogas. Pero, sobre todo, hago un llamado a los ciudadanos informados a conversar con toda la gente posible sobre este tema, en especial aquellos que sí creen en las patrañas que el gobierno difunde. Lo he dicho muchas veces: el consumo de drogas no es un problema grave de salud pública, al menos no en México. En cambio, el narcotráfico, cuyo mercado está principalmente al norte de nuestro país, es un lastre peligrosísimo: penetra las instituciones públicas, debilita al Estado, asesina, silencia periodistas y corrompe a la clase empresarial (¿en dónde creen ustedes que se “lava” el dinero que proviene del crimen organizado?) .
Es responsabilidad ciudadana contrarrestar la propaganda masiva, promoviendo el diálogo y la información seria.
Nota: para abreviar este pequeño comunicado omití datos duros, pero poseo estadísticas, testimonios y documentos que avalan cada una de mis palabras. Si alguien las requiere, puede pedírmelas directamente a esta dirección de corre electrónico: belabraun@yahoo. com
SÍ a una campaña basada en la comunicación
En las escuelas de los Estados Unidos se está experimentando con esta política, a pesar del hecho de que 83% de la población estuvo en desacuerdo con la realización de pruebas de consumo de drogas en escuelas públicas. 20
Examinen ustedes la evidencia y encontrarán que el antidoping aleatorio de estudiantes es costoso, ineficaz, contraproducente, invasivo y poco fiable.
o El antidoping es ineficaz. El mayor estudio jamás conducido en los Estados Unidos encontró que las pruebas de consumo de drogas no son efectivas para reducir el uso de drogas entre estudiantes. Ningún estudio confiable a la fecha ha logrado probar que el antidoping previene o reduce el uso de drogas por parte de los estudiantes.
Por una relación menos violenta,
más responsable y saludable
de nuestras comunidades con las drogas
Ricardo Sala
Convivencia y espacio público AC
Drogas México - un banco de textos sobre las que ponen
Biblioteca Cannábica - todas las drogas en seis sedes (Ciudad de México)
Convivencia y espacio público AC
La vida es un acto de equilibrio
(52) (55) 5543-6043
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