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miércoles, febrero 21, 2007

MORIR EN VANO.

Morir en vano PDF Imprimir E-Mail
martes, 20 de febrero de 2007
Juan R. Menéndez Rodríguez
La estafeta de hoy

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás,
se ve la senda que nunca
se ha de pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar...
Antonio Machado
A partir de 1884, año en que la compañía Sabinas Coal Mines abrió la primera mina coahuilense de carbón en San Felipe, entonces enclavada en el municipio de Juárez, comenzó una historia de riqueza jalonada de tragedias. Desde entonces, amable y estimado lector, en el riñón hullero del noble y hermoso Estado de Coahuila se han amasado enormes fortunas, pero también se han derramado ríos de lágrimas.
Los mineros del carbón bajan a los tiros, conscientes de los riesgos que aguardan en las profundidades de la tierra. "En las noches de los túneles, el minero llama a las puertas de Satanás", advierte una antigua sentencia acuñada por carboneros. Abajo, en ocasiones a cientos de metros de la superficie, acecha sigiloso, incoloro, inodoro y traicionero, el grisú, gas metano que, al combinarse con el oxígeno, es capaz de provocar explosiones devastadoras. "El vaho del diablo", lo llaman en Austria. Un vaho que, convertido en voraz lengua de fuego, avanza por las galerías tragando la vida de los hombres.
El pasado lunes, 19 de febrero, se cumplió el primer aniversario luctuoso del más reciente zarpazo del "vaho del diablo" en tierras coahuilenses.
En cuestión de segundos, la explosión dejó sepultados a sesenta y cinco mineros en Pasta de Conchos. Una más en el largo rosario de tragedias. Negra saga que arranca en territorio nacional el 31 de enero de 1901, hace ciento seis años. El ingeniero e historiador Ramiro Flores Morales reconstruye aquella jornada fatídica, anuncio de otra aún más pavorosa. "Fue en el tiro 5 -de la mina de Hondo, casi en la ribera del río Sabinas- donde se efectuó la explosión, pequeña en su intensidad. Parecía que la mina ya ensayaba sus terribles planes... En esta tragedia, perecieron tres mineros y resultaron heridos veinticinco más. El desconcierto y temor al gas grisú aparecieron y empezaron a formar parte de su lenguaje cotidiano y de su miedo".
Pasó un año. Un año exacto. Ni un día más ni un día menos. La tarde del viernes 31 de enero de 1902, "un tenue silencio deambulaba entre el caserío de madera" de Hondo. "De pronto, el silencio fue rasgado por un fuerte estallido. El suelo se cimbró. Los amarillentos cuadros de las paredes cayeron... La bocamina del tiro número 6 eructaba una bocanada de humo negro". En su interior quedó, para siempre, un número no determinado de mineros. La cifra oficial fue de ciento seis. Versiones periodísticas hablaban de doscientos.
Por su parte, la gente hacía llegar a más de trescientos el número de los desaparecidos.
El nombre de Hondo, al igual que ocurriera hace un año con el de Pasta de Conchos, dio la vuelta al mundo a través de los periódicos. Un político coahuilense llamado Venustiano Carranza Garza se conmovió, como tantos, al conocer la magnitud de la tragedia y el desamparo de las viudas y huérfanos. Pasados once años; en 1913, ya como Gobernador de su Estado, Carranza Garza promulgaría una vanguardista Ley de Accidentes. El objetivo era frenar los abusos de las compañías y proteger a los trabajadores y sus familias.
A noventa y cuatro años de la promulgación de la ley de Carranza Garza, todavía estamos muy lejos de alcanzar las metas que él se proponía conseguir. Porque si bien la extracción del carbón es en cualquier parte del mundo una tarea plagada de riesgos, resulta imperdonable que a ello se sumen la negligencia y la corrupción. Ahora, corresponde a las autoridades judiciales señalar y juzgar a quienes no cumplieron sus obligaciones de vigilancia -en el caso de los funcionarios de la Secretaría del Trabajo- o quienes hayan pasado por alto algunas de las normas de seguridad en el interior de la mina, que sería el caso de los directivos de la explotación y los propietarios de la empresa.
No se trata de tapar el pozo después del niño ahogado, como reza la frase coloquial. La obligación es evitar que la tragedia de Pasta de Conchos y la muerte de los sesenta y cinco mineros quede sólo como un dato más en la sangrienta lista de accidentes fatales ocurridos en la región carbonífera de Coahuila. Es la oportunidad de puntualizar, con máxima precisión, las pautas de seguridad en las minas y exigir con mayor rigor su observancia.
No es posible volver a la vida a los sesenta y cinco mineros desaparecidos hace un año en Pasta de Conchos, pero sí está, en nuestras manos, impedir que su temprana muerte haya sido en vano.
Así que, amable y estimado lector, es hora de poner en marcha los pies y de hacer camino con buena gramática, esa que se escribe despacito y con buena letra, con todos los puntos sobre las íes y sus acentos; es hora de andar el camino de los saberes y deberes que reclama nuestra amada Patria, basamento generoso y macizo que nos brinda la oportunidad de vivir dignamente un saludable Clima y Ambiente como aquel que, con verdadera pasión, se desea al andar... Caminante, no hay más camino que el de la Verdad.

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** Esta colaboración se benefició del libro intitulado San Felipe y Hondo, cuna de la Región Carbonífera de Coahuila, escrito por el ingeniero e historiador Ramiro Flores Morales.

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