REFORMA.
Lorenzo Meyer.
Uno punto dos.
Estados Unidos vira hacia la derecha. La decisión de construir un muro coincide con la política de persecución de presuntos terroristas, en el marco de la defensa ante las amenazas externas. ¿O puede ser expresión de algo más grave?
Una cifra y varias interpretaciones.
El título de este artículo puede referirse, desde luego, a los miles de millones de dólares que va a costarle a Estados Unidos la primera etapa del gran muro que acaba de autorizar su Congreso para separar aún más el sur de la América del Norte.
Se trata de aislar física y parcialmente a México de Estados Unidos y Canadá para, se supone, regular mejor el gran flujo de refugiados económicos que buscan su salvación al norte del Río Bravo.
Claro que igual podría referirse la cifra a la longitud del muro -en miles de kilómetros a las 700 millas de barda y obstáculos que se erigirán-.
También podría ser una medida de la desconfianza -1.2 años luz, por ejemplo- que separa a las dos sociedades que comparten esa frontera o la distancia que aparta a sus respectivos proyectos nacionales, pues a pesar de siglos de vecindad, o justo por eso, México y Estados Unidos no han encontrado la manera de superar sus grandes abismos en materia de poder, riqueza, origen étnico y cultura.
La construcción del muro, aprobada tras grandes debates entre los congresistas norteamericanos, equivale a un quinto de la Gran Muralla China y tiene un objetivo no muy diferente al de los emperadores de las dinastías Qin a la Ming: mantener fuera a los bárbaros.
Se le puede concebir como una nueva -y tres veces mayor- Línea Maginot sin los búnkers o artillería de aquélla pero con cámaras, sensores y aviones no tripulados y custodiada por miles de efectivos de la Patrulla Fronteriza y la Guardia Nacional. La "Maginot Norteamericana" no pretende evitar la invasión de una nueva Wehrmacht, sino otra.
El muro por venir busca detener una intrusión masiva pero pacífica que hoy experimentan lo mismo Europa que Estados Unidos o partes de Asia: la irrupción de un ejército de pobres que no pretende destruir ni tomar nada sino ofrecer su trabajo a cambio de una remuneración menos mala de la que obtienen en su país de origen.
Si acaso estos invasores intentan alguna conquista, es la de su propio destino. Este proletariado sin papeles, producto no deseado pero engendrado por la globalización, se propone arrancar al mercado mundial un poco de dignidad material pero pagándola con un trabajo duro, inseguro y mal remunerado. Es difícil negar la legitimidad de tal empeño, pero no hay ninguna sociedad rica que hoy esté dispuesta a aceptarlo en condiciones que no sean las propias.
Coincidencia que quizá no sea tanto.
La aprobación por parte del Legislativo norteamericano del proyecto para reforzar los obstáculos que separan a México de Estados Unidos se produjo inmediatamente después de que esa misma institución aceptara convertir en ley una iniciativa del presidente George W. Bush que demandaba autoridad para ordenar el arresto, dentro o fuera del territorio norteamericano, de toda persona que en su opinión sea un "combatiente enemigo ilegal" (terrorista) o un auxiliar de éste.
Tras el arresto, ya es legal someter al detenido a interrogación de manera distinta -más dura- a como se debería hacer con un ciudadano con plenos derechos y, finalmente, confinarlo en prisiones especiales por tiempo indefinido y juzgarlo en tribunales también especiales sin que ninguna otra corte pueda intervenir.
¿Aparecen juntos por mera coincidencia muro y persecución de presuntos terroristas dentro de un marco legal hecho exclusivamente por los norteamericanos o son expresión de algo más importante e inquietante?
Ambas decisiones pueden verse como elementos del gran viraje norteamericano hacia la derecha. De ser éste el caso, debemos prepararnos para vivir en un entorno internacional en el que los valores y las políticas conservadoras de la única potencia global -el gran imperio- vayan al alza y donde, inevitablemente, los actores y fuerzas locales que se identifiquen con esos valores y políticas tendrán mayores posibilidades de recibir el beneplácito y el apoyo de Washington.
Por la misma razón, se dificultará el camino de las sociedades que en uso de su soberanía -una soberanía siempre limitada por las acciones unilaterales de la gran potencia global- elijan una ruta diferente: la que busque moderar la inequidad del mercado en su papel de principal mecanismo de asignación de recursos, la que conduzca a una mayor autonomía nacional y, en fin, la que ponga más énfasis en la pluralidad y libertad de acción que en el control y la disciplina.
El temor a la agudización del conservadurismo norteamericano -y por ende mundial- y al aumento de su desconfianza y miedo hacia "el otro", no es mera sospecha o imaginación desbordada, sino una posibilidad basada en ciertos hechos.
Desde hace tiempo hay una pérdida de empuje de los sectores más liberales y progresistas de Estados Unidos. Aunque el gobierno de nuestro vecino del norte sostiene que en nuestra región las fronteras deben servir de canales de unión, de integración y no de segregación, el hecho real es que los legisladores en Washington, y antes de irse a sus respectivas campañas electorales, se negaron a tomar una posición de signo más positivo en torno a las políticas hacia México y hacia los 12 millones de extranjeros -en buena medida, de origen mexicano- que viven sin documentos pero integrados a la economía del otro lado del Bravo, como eran la amnistía y un programa de trabajadores temporales.
Pareciera que una parte importante del público norteamericano se ha enamorado de las soluciones simples y drásticas de los conservadores y las prefiere sobre las más complejas, sofisticadas y benévolas de los liberales.
Aparentemente, lo que hoy más reditúa como instrumento electoral en nuestro vecino del norte es un discurso que define al mundo externo como un espacio donde abunda lo sórdido, corrupto y peligroso, y donde, como ya recomendaba el primero de los Roosevelt, "hay que hablar quedo, pero siempre llevar un gran garrote" pues "el otro" entiende básicamente a golpes.
La dureza política norteamericana ante el resto del mundo proviene de los ideólogos de la derecha dura (los ultras o "Vulcanos") y de los republicanos, pero ya anida en un buen número de demócratas.
Por ejemplo, los políticos demócratas han descubierto, en relación a los trabajadores indocumentados, la ventaja del "nacionalismo laboral" y han decidido culpar a esos indocumentados y no al modelo económico global de ser la causa de los bajos salarios en regiones deprimidas.
Así, por ejemplo, el candidato demócrata a senador por Virginia, James Webb, declaró: "Considero que debemos recuperar el control de nuestras fronteras y también creo que debemos de controlar la forma en que nuestras corporaciones hacen uso del trabajo [barato] de los ilegales. Este problema [el de los migrantes indocumentados] y la guerra en Iraq, son los dos grandes fracasos de esta administración".
Obviamente la senadora Hillary Clinton, aspirante demócrata a la Presidencia, también votó a favor del muro.
¿Qué hacer? .
Afirmar desde nuestro lado que la "Línea Maginot Norteamericana" no va a funcionar es una salida falsa. Para México lo importante no es lograr que los norteamericanos "no cierren del todo" su frontera sino enfrentar las causas profundas de esa salida masiva de trabajadores sin documentos.
Nosotros tenemos que hacer algo con nuestro lado del problema.
México, según la ONU, es el país que tiene el primer lugar en expulsión de sus trabajadores: 400 mil al año. China, con una población 15 veces mayor, sólo llega a los 390 mil. Mientras exista un diferencial de salarios significativo con Estados Unidos es imposible una "solución mexicana" del problema.
Lo ideal sería que Adam Smith y sus discípulos neoliberales realmente triunfaran y lograran una libre circulación de mercancías, capitales y trabajadores entre México y Estados Unidos.Ahora bien, como por factores extraeconómicos esto no es posible, habría que levantar en nuestro lado el equivalente a un muro, una contra-barda no material sino política.
Una que lograse revitalizar el mercado interno -llevar a cabo una reforma fiscal, redistribuir el ingreso, volver a hacer de la inversión pública un instrumento central del desarrollo, favorecer el gasto en educación, ciencia y tecnología, alentar sólo la inversión externa que genere empleo, acabar con los monopolios internos, apoyar a los productores locales, etcétera- y volver a crecer con base en nosotros mismos.
Ello implicaría ser capaces de diseñar un proyecto nacional y una política de fondo frente a Estados Unidos que sustituyan a los últimos que se intentaron -los elaborados por Carlos Salinas y sus neoliberales- y que fracasaron casi en su inicio. ¿Será posible?
Justo esto último es lo que pretende nuestro presidente légitimo Andrés Manuel Lopez Obrador con su proyecto alternativo de Nación. Ahora nadamás a apoyarlo para que fructifique.
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jueves, octubre 05, 2006
LA CONTRA BARDA.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 2:31 p.m.
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