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sábado, octubre 07, 2006

BIENVENIDO EL MURO, CHINSUMÁ EL IMPERIO.

REFORMA.
Rafael Ruiz Harrell.

Bienvenido el muro.

Sea en largos meses, sea en breves años, es probable que termine por construirse un muro que divida al continente en la frontera entre México y Estados Unidos. No lo lamento porque, aun siendo un insulto -es, como la de China, una muralla para dejar fuera a los bárbaros-, nos ofrece la oportunidad extraordinaria de enfrentar, al fin, la realidad histórica y superar las falsas esperanzas y las falsas excusas que hemos venido alimentando para rehuir nuestras responsabilidades.

Desde la Independencia estamos presos en el mismo conflicto: ¿qué somos, cómo nos definimos frente al imperio? Los liberales y los conservadores del XIX, los revolucionarios y los reaccionarios del XX, al igual que las izquierdas y derechas que tienen hoy al país dividido -añádasele comillas a cada uno-, han seguido caminos y adoptado estilos diferentes para dar la misma respuesta contradictoria: queremos el progreso estadounidense, pero sin ser como ellos; queremos ser gringos, pero sin dejar de ser lo que somos.

Las respuestas son tan incongruentes que no extraña que se entrelacen y hoy se presente como de "izquierda" lo que antes fue propio de los "conservadores", o se juzgue "derechistas" ideas que les costaron la vida a "liberales" de antaño. La confusión es irrelevante porque unos y otros quieren imposibles. Recuérdese la propuesta de López Obrador: vamos a acabar con la pobreza y lograr el progreso "recuperando" algo que llamó "nuestra esencia". O en otras palabras: el medio para alcanzar el bienestar material es aferrarnos a los que somos; para llegar a tener lo que tienen los gringos tenemos que ser más mexicanos.

En la ideología que defiende Calderón el problema es más sencillo: si todos somos hijos de Dios, entonces no somos distintos a los estadounidenses -¡aleluya: ya somos gringos! La diferencia está en que ellos van adelante en eso del desarrollo, mas para alcanzarlos no es necesario cambiar porque, a fin de cuentas, todos somos iguales ¿o no?

Ambas visiones parten de una convicción mitológica que heredamos de los criollos que consumaron la Independencia: somos mejores que los demás. Apretada o diluida, la creencia es común a Hispanoamérica -Brasil comparte el defecto, pero la historia es distinta. Damos así por supuesto que nosotros somos idealistas, mientras los estadounidenses son pragmáticos; nosotros somos inventivos y sagaces, ellos bobos; a ellos nada los mueve sino el interés material, nosotros somos generosos. Y somos también más machos, tenemos las mujeres más bonitas y los más lindos países. ¡Caramba, si como México no hay dos!

La convicción es un medio de escape para hurtarle el bulto a nuestra responsabilidad y, además, es el pie de cría de una larga y acariciada excusa. La pregunta es obvia: si somos mejores que los gringos ¿por qué no estamos mejor que ellos? Y la respuesta también: porque Estados Unidos nos lo ha impedido. No hemos progresado porque somos sus víctimas. Estados Unidos, y con él los países industrializados, se han conjurado para impedir el desarrollo de América Latina. Nos quieren pobres y desvalidos porque así es más fácil explotarnos.

Sólo que, momento: ¿en verdad será más fácil explotar a un país en el cual los trabajadores no saben trabajar y en el que imperan la corrupción, el desorden, el incumplimiento y la inseguridad? ¿Qué no seremos nosotros los verdaderos responsables de la apatía, la ineptitud y la ignorancia que predomina en nuestros pueblos? Si no lo hacemos nosotros ¿quién va a curarnos del mal gobierno?

De una manera u otra, nos explica Edmundo O'Gorman en su magnífico México, el trauma de su historia (UNAM, 1977), siempre hemos estado dispuestos a recurrir a la perversidad imperialista para explicar fallas y deficiencias que nos pertenecen. Sin necesidad de analizarlo o decirlo, admitimos que Estados Unidos es uno de los culpables mayores de nuestras desgracias. "Y mientras más inmenso el poderío del 'verdadero' culpable", añade O'Gorman, "más heroica la víctima y más desobligada respecto a las causas de las desgracias que la afligen".

No se trata de negar el hecho evidente de que Estados Unidos es una potencia imperial, ni tampoco que explota a quien pueda y se deje puesto que para eso es un imperio, pero el punto que interesa es otro. Sea EU lo que haya sido en relación a nosotros, es suicida seguirlo tomando de excusa para no hacer lo que tenemos que hacer o de pretexto para enfrentar a nuestro sur con nuestro norte, a nuestros supuestos liberales con nuestros muy reales conservadores.

Celebro la construcción del muro porque nos obliga a entender -¡al fin!- que Estados Unidos no nos quiere de amigos, ni de socios, ni siquiera de trabajadores migratorios -a menos que sea en sus condiciones.

En el mundo globalizado de nuestro tiempo, construir un muro de mil 300 kilómetros al borde de una frontera equivale a un divorcio.

Para nosotros implica hacer algo que nunca hemos hecho: dejar de definirnos en relación a EU; reconocernos cabalmente como latinoamericanos; dejar de estar absortos ante lo que haga o deje de hacer el imperio y abrirnos a la modernidad y al mundo.

Es absurdo que sigamos empeñados en volver a ser lo que nunca fuimos.

Correo electrónico: ruizharrell@gmail.com

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