-¡Vamos a McDonals Papá!- oímos pedir a nuestros hijos víctimas de la comercialización de la consecuencia de nosotros. Hay que darle una cajita feliz para que dentro de ella tratemos de que encuentren la felicidad que a veces les negamos por “falta de tiempo o dinero”.
Y entonces nuestros hijos o hermanitos sacan un juguete que viene acompañando a una escueta hamburguesa y a unas papas de harina. Ese juguete de moda que no ha sido sólo tocado por nuestros pequeños sino que han pasado por la mano de niños de entre 12 y 17 años que manufacturan esclavizadamente en China estos artefactos provocadores de felicidad.
Estos niños que provienen de poblaciones sumamente pequeñas y pobres se encuentran empaquetando los juguetitos durante una jornada que va de 14 a 18 horas con recesos de 15 minutos para comer. Muchos de ellos obtienen vivienda ahí en alguna planta alta de la fábrica, lo que da oportunidad a que alarguen más sus horas de trabajo.
Ya muchas denuncias se han realizado en torno a este tipo de transnacionales que operan en varias partes del mundo y que gozan de una notable popularidad entre las familias no sólo por sus artículos y promociones sino que incluso por sus “actividades filantrópicas” que, aparte de limpiar su imagen, les reditúa en evasiones de impuestos estratosféricos.
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