La campaña de la derecha
Está en discusión, en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, una reforma legal que despenaliza el aborto. Hay numerosos antecedentes que han puesto el asunto a debate. Numerosos abortos clandestinos, de los cuales un buen número se traduce en problemas para la salud e inclusive para la vida de la embarazada y, en su caso, del bebé. Casos como el de la niña violada y, como resultado, embarazada, que en Baja California fue obligada a tener el bebé no deseado. Múltiples casos de niños no planeados que carecen de la atención y los cuidados que son necesarios.
Distingue a este proceso legal, de muchos otros, la campaña en su contra que han emprendido funcionarios clericales, grupos político-religiosos de ultraderecha e inclusive el que ha sido designado como Presidente luego de un proceso electoral más que impugnado. Se trata de presionar a los legisladores capitalinos, y también a las mujeres involuntariamente embarazadas, hasta con la amenaza del infierno.
También ha surgido, contra esta campaña, una respuesta organizada de declaraciones y protestas para cuestionar a quienes -en muchos casos interviniendo ilegalmente en asuntos políticos del Distrito Federal- tratan de evitar por todos los medios a su alcance la reforma legal.
Es un elemento importante el que se pretenda imponer creencias religiosas para frenar decisiones políticas de un organismo legislativo electo democráticamente. Acaba de pasar el aniversario del natalicio de Benito Juárez, y una de las conquistas de su gobierno fue la separación Iglesia-Estado. La historia demuestra que, siempre que se ha pretendido colocar cuestiones religiosas como guías de la política, el resultado ha sido muy negativo. Vamos a citar el ejemplo de las Cruzadas (guerras que toman su nombre por haberse realizado en nombre de la cruz, símbolo religioso), a las que la propaganda derechista ha presentado como símbolo de gloria.
Las Cruzadas fueron guerras en las que el enemigo central de los católicos europeos eran al principio los turcos selyúcidas (sunitas), que avanzaban conquistando partes del imperio bizantino en lo que ahora son Turquía y otros países. Como estos turcos eran musulmanes, se planteaba la guerra como un imperativo de fe, en ocasiones las religiones cristianas (incluyendo la ortodoxa) contra la musulmana. La idea era también sumar a los principales ejércitos de Europa occidental.
La primera Cruzada, iniciada a fines del siglo XI, avanzó hacia Medio Oriente y logró conquistar Antioquía. Jerusalén había sido ocupada por otros musulmanes (chiítas, rivales de los sunitas turcos e iraquíes), provenientes de Egipto. Los cruzados, ya con su ejército disminuido por anteriores batallas y muy desgastado por tres años de guerra lejos de sus países, lograron la rendición de Jerusalén, ciudad que ocuparon y en la que llevaron a cabo una matanza de civiles musulmanes y judíos.
Los refuerzos egipcios fueron conquistando Palestina, y una parte de los cruzados, considerando la misión cumplida, regresaron a casa. Ante el evidente debilitamiento de los cruzados desde Europa se enviaron refuerzos, parte de los cuales quedaron en el camino. Los cruzados fundaron estados en el Cercano Oriente. Sus enemigos crecían: desde Mosul (ahora en Irak) y Damasco (hoy capital de Siria), entre otras ciudades, se preparaban ejércitos en su contra. Y empezó a surgir, ante la guerra religiosa de la cruz, la Jihad o guerra sagrada musulmana. Los hasta entonces enemigos entre sí, iban siendo unidos por los cruzados, en su contra, por supuesto.
En este contexto se lanza la segunda Cruzada. Si la primera fue encabezada por príncipes, la segunda lo fue por reyes. Se reunió un ejército enorme. Los cruzados sitiaron Damasco, pero otro ejército musulmán se les acercaba. Los cruzados, antes de verse copados entre dos fuegos, huyeron mientras pudieron hacerlo. Poco después se empezaron a retirar a Europa poniendo fin a esta cruzada.
El gobernante egipcio, Saladino, declaró la Jihad y encabezó la contraofensiva. Un numeroso ejército de cruzados, incluyendo caballería pesada, fue aplastado por el ejército de Saladino en 1187, casi un siglo después del inicio de las Cruzadas. Jerusalén y otras ciudades cayeron fácilmente en manos de los musulmanes. Saladino permitió la salida de los habitantes previo pago de una multa.
La tercera Cruzada empieza a mostrar signos de descomposición, cuando "por el camino" los cruzados arrebatan Chipre a sus antiguos aliados, los bizantinos. Intentaron en vano recuperar Jerusalén, y el botín obtenido lo fue a costa de otros cristianos. En la cuarta Cruzada, la descomposición es mayor. Para completar el dinero para la paga de los cruzados se invade la ciudad húngara de Zara, otra ciudad cristiana. Por si fuera poco, y en vista de que los cruzados veían que ir otra vez a Jerusalén era repetir la derrota, siguieron atacando a sus antiguos aliados, ahora Constantinopla. No sólo fue un golpe de ambición, sino de torpeza. Al acabar de liquidar al antiguo imperio bizantino, facilitaron la expansión del imperio turco en Europa oriental.
La quinta Cruzada se propuso atacar El Cairo, centro del enemigo. Pero tuvieron que retirarse ante una inundación del río Nilo. Hubo, en otra Cruzada, un segundo ataque contra Egipto, aprovechando las divisiones dentro del grupo gobernante. Pero la discordia entre los cruzados también creció. La llegada al poder en Egipto de una nueva dinastía, los mamelucos, permitió que éstos arrasaran con las ciudades que tenían los cruzados.
La octava Cruzada no llegó a Medio Oriente. Prefirieron ir a Túnez, en Africa, y volver al camino del saqueo fácil. Pero Africa los recibió con una epidemia, que acabó inclusive con quienes encabezaban la expedición. Ya no hubo más Cruzadas. Como vemos en este ejemplo, la intromisión de cuestiones religiosas en la política puede tener consecuencias desastrosas. De ahí la justificación de quienes se han opuesto a la actual campaña de la derecha.
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