Ricardo Raphael escribe hoy en el Universal:
Ricardo Raphael
31 de marzo de 2006
Monopolios
EN México padecemos una desigualdad persistente. No es sólo que en nuestro país una gran cantidad de personas viva en estado de pobreza. Este hecho es un síntoma de algo más grave: nuestra economía está estructurada de tal manera que las oportunidades que el país ofrece sólo pueden aprovecharse por unos cuantos.
La apuesta neoliberal para el desarrollo mexicano se ha basado en la idea de que basta con asegurarnos de una buena tasa de crecimiento económico para que la población más pobre abandone las injusticias a las que está sometida.
Hoy es posible afirmar que ha sido precisamente el fracaso de esta apuesta lo que ha desacreditado al neoliberalismo.
México está entre una de las 15 economías más poderosas del mundo y también es uno de los 10 países con mejores ingresos producto de las exportaciones y, sin embargo, seguimos siendo profundamente desiguales en el ofrecimiento de las oportunidades para nuestra población.
Antes éramos proteccionistas, ahora no lo somos. Antes teníamos una economía cerrada, ahora estamos abiertos al mundo. Antes protegíamos a nuestra industria, ahora la hemos dejado librada a los vaivenes de la globalización.
Antes queríamos valernos por nosotros mismos, ahora dependemos mucho de lo que hagan nuestros socios económicos. En efecto, en los últimos 20 años hemos dado un vuelco radical.
Y sin embargo, la distribución del ingreso en nuestro país apenas se ha modificado. Tanto antes como ahora en la desigualdad seguimos siendo lo mismo: neciamente inequitativos.
Ayer como hoy, por cada peso de ingreso que se produce en México, 80 centavos van a dar al bolsillo de 15% de la población más rica, mientras que el resto de la población se ha de conformar con repartirse los 20 centavos que restan.
Ni la medicina proteccionista ni tampoco la neoliberal pudieron resolver el principal de nuestros problemas: la desigualdad.
En este punto hemos comenzado el siglo XXI casi en el mismo lugar donde estuvimos parados la mayor parte del siglo pasado. De muy poco nos han servido las inmensas disputas por uno u otro modelo económico, en el pasado como en el presente la sociedad mexicana continúa teniendo forma de embudo.
Hace dos semanas, el reputadísimo economista de la globalidad, Joseph Stiglitz vino a México a poner el dedo en la llaga. Hay una razón incontestable por la que nuestro país no puede crecer más, la misma que lo hace poco competitivo y también la misma que lo hace ser profundamente desigual: la economía mexicana es pequeña porque está constituida por mercados monopólicos.
El 90% del las telecomunicaciones está en manos de una sola empresa: Telmex. El 80% del mercado televisivo está concentrado en otra empresa privilegiada: Televisa. Cosa similar ocurre con los energéticos, con el vidrio, con el transporte, con el cemento, con los fertilizantes, con el abasto, con la construcción de obra pública, en fin, con todo un largo etcétera.
A estos monopolios económicos ha de añadirse el hecho de que la representación sindical también esté concentrada en unos cuantos líderes que manipulan los derechos de todos los trabajadores mexicanos para su solo y muy particular interés.
El problema de la necia desigualdad que vive nuestro país y también de su incapacidad para crecer a las tasas que el país realmente requiere está en esta explicación.
Antes, como ahora, México ha sido un paraíso para crear y sostener insanas prácticas monopólicas. Y este ya no es un problema solamente económico. Es, en la realidad, un serio problema político. Bajo cualquiera de sus expresiones, el Estado mexicano ha sido incapaz de enfrentar políticamente a quienes concentran y acaparan la riqueza de la nación.
Ni siquiera los neoliberales, quienes supuestamente tenían a la libertad de mercado como su premisa básica, pudieron ser consistentes con sus convicciones.
La libertad del mercado mexicano está fuertemente limitada por los grandes capitales nacionales. Son ellos los que fijan los precios, son ellos quienes determinan el rumbo de la producción, son ellos quienes ahogan la iniciativa de los medianos y pequeños inversionistas, son ellos quienes generan condiciones de incertidumbre en la economía, son ellos quienes fijan el nivel del empleo, son ellos quienes nos tienen condenados a sus muy particulares y limitadas expectativas de desarrollo.
Y frente a ellos, el Estado no ha sido ni tampoco quiere ser un brazo fuerte para la regulación. Peor aún, los actores políticos formados en la era del monopolio partidista han hecho todo lo posible por seguir manteniendo al país en un estado de embudo permanente.
Un país que no apuesta por la libertad de sus ciudadanos, por la libertad de sus consumidores, por la libertad de sus pequeños inversionistas, por la libertad de los medianos generadores de empleo formal, es un país condenado a la pequeñez.
Es tiempo de tomar conciencia de que no es con más reformas económicas como vamos a salir del pantano de la desigualdad. Es la reforma a la sociedad que produce riqueza la que nos ha quedado pendiente. Una reforma que tiene todas las características de una reforma política.
Nos urge un Estado capaz de enfrentar a quienes no quieren experimentar la sana competencia. Un Estado robusto para apostar por las múltiples iniciativas y no por el imperio de las pocas voluntades.
Tengo para mí que, para crear ese Estado, es antes que todo indispensable expatriar de los espacios de poder a los pusilánimes que le gobiernan. A los cómplices de la visión monopólica que ayer como hoy siguen sirviendo de empleados al servicio de los poderosos dueños de nuestro país.
La reforma política no estará terminada hasta que junto con la reducción de la hegemonía priísta no ocurra una sincera disminución de la hegemonía económica que acompañó al viejo régimen.
Profesor del ITESM
Yo nadamás la agregaría "hegemonía prianista", porque en este sexenio y más ahorita en el procerso electoral ha sido mas que reveladora esa alianza, ya lo vimos ayer en la votación de la ley televisa.
Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.
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viernes, marzo 31, 2006
EL DEDO EN LA LLAGA.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 11:32 a.m.
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