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viernes, febrero 15, 2008

Origen mafioso de los "Legionarios de Cristo" y sin Máiz no hay País

Maciel para principiantes
Por: Carlos Fazio (LA JORNADA)
Fecha publicación: 14/02/2008

Alejandro Espinosa entró a la Legión de Cristo en 1950, a los 12 años. Marcial Maciel lo había reclutado para su 'servicio secreto privado' en Chavinda, Michoacán. Después se lo llevó a Santander, al otro lado del Atlántico, y lo fue modelando poco a poco. Cuando se dio cuenta, Alejandro ya formaba parte del 'harén de efebos' del fundador de la congregación religiosa.

Espinosa afirma haber sido testigo directo de varias 'bacanales hedonistas' y de las 'borracheras de morfina' que dejaban tirado a Maciel en 'un charco de baba'. Sostiene también que Maciel utilizaba jóvenes seminaristas para 'contrabandear cocaína' y 'lavar' dinero de país en país. 'Narcotráfico de sotana' en los años 50. Espinosa conoció las frecuentes giras del jefe legionario por Solares, la Costa Azul, Génova, Ceuta, Tánger, Marruecos, Melilla, escenarios todos de la famosa conexión francesa en la ruta mediterránea de la droga hacia mediados del siglo pasado.

Asimismo, estuvo al tanto de las idas de Maciel a La Habana en la época de la dictadura de Fulgencio Batista, cuando la isla caribeña era un gran casino prostibulario al servicio de los capos de la mafia ítalo-estadunidense, antes de que Fidel Castro y los barbudos bajaran de la Sierra Maestra. La Cuba de Batista era una gran 'lavandería' al servicio de los gángsteres del crimen organizado, que habían invertido millones en la 'industria recreativa' de la isla, lo que generaba enormes ganancias en hoteles, casinos, agiotismo y prostitución. Asegura Espinosa que de allí trajo Maciel cuantiosas sumas de dinero para la 'obra' y que, curiosamente, los 'benefactores' se terminaron, igual que los viajes de Maciel a Cuba, cuando cayó la dictadura batistiana, en enero de 1959. Según su versión, 'los posibles tratos' de Maciel con Lucky Luciano, 'rey del narco en el hotel Habana Club', aseguraron a la Legión de Cristo 'filones de oro' a cambio 'de conexiones, servicios informativos, transferencias y acarreos'.

Le consta, también, que cuando viajaba a Nueva York el joven sacerdote Maciel solía alojarse en el Waldorf Astoria, donde se le conocía con familiaridad bajo el seudónimo de Mario. Eran los días en que Luciano reinaba en la ciudad de los rascacielos y en ese mismo hotel sobre la Quinta Avenida el capo di tutti capi celebraba los concilios de la Cosa Nostra antes de ser detenido y desterrado a Italia. Intuye por eso Espinosa que el gran poder financiero que ostenta hoy la Legión de Cristo tiene pies de barro: ¡un origen mafioso! Que la gran multinacional religiosa-educativa fue levantada con las limosnas y donativos del crimen organizado y con base en operaciones de lavado de dinero a cambio de servicios ilícitos, para lo cual utilizaba a los jóvenes legionarios como 'mulas'.

Dos. Otro aspecto muy comentado en los círculos de ex legionarios que cuestionan la 'aureola de santidad' que rodea a Marcial Maciel es su germanofilia. José Barba, Alexandre Pomposo y Espinosa destacan su 'vocación nazi'. Tanto fue así, afirman, que el saludo de los jóvenes seminaristas, hasta hace relativamente poco tiempo, era '¡Heil Christus!' Como Hitler y Mussolini –dice Pomposo–, Maciel hacía uso de la hipnosis y trataba a la masa como 'rebaño'; utilizaba una mecánica que en siquiatría se conoce como 'histeria conversiva'. A su vez, Espinosa hace referencia a los 'métodos nazis' practicados por este 'führer clerical' con el objetivo de 'alucinar mentes infantiles, predisponiéndolas a la obediencia ciega y al fanatismo ofuscado'.

Según Barba, durante su adolescencia Maciel se nutrió del espíritu bélico y del conservadurismo estructuralmente católico como ideología dominante clasista de la época. En su familia había calado fuerte el sentimiento cristero de la derrotada guerrilla popular católica de Cristo Rey, que enfrentó por la vía armada a los primeros gobiernos de la Revolución Mexicana y al Estado secular en el Bajío, a finales de los años 20. En forma paralela irrumpían en España el nacionalcatolicismo y el falangismo con su espíritu de cruzada y sus gritos frenéticos de '¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!' El duce Benito Mussolini ya había consolidado el fascismo en Italia y en Alemania, con el apoyo de la gran industria, se producía el irresistible ascenso de Adolfo Hitler, con sus camisas pardas y la pesadilla nacionalsocialista. Esas ideologías cruzaron el Atlántico y en México surgirían movimientos de masas de tipo totalitario como el sinarquismo, un 'fascismo musoliniano o falangista español a la mexicana', según ha denominado Jean Meyer.

Barba asegura que durante su estancia en el seminario Maciel tuvo acceso a algunas lecturas y películas que lo marcarían para siempre. Por ejemplo, El triunfo de la voluntad (1934), el famoso filme documental de Leni Riefenstahl, la 'cineasta maldita' que ingresó a la historia como la directora favorita del Tercer Reich. La cinta sobre las concentraciones hitlerianas exhibe la perfecta sincronía de las masas nazis saludando a su paso al 'salvador', el 'amado führer'; es una glorificación del hombre-héroe, en un ambiente marcial imponente creado por Albert Speer, el arquitecto de Hitler. Pero en particular, un librito parece haber influido en Maciel: Mi lucha, la obra del agitador Hitler, el gran simplificador que le decía exactamente a la 'masa' lo que ésta quería oír. En el plano simbólico, Espinosa recuerda que la fecha de fundación de la orden, el 3 de enero de 1941, guarda simetría con el holocausto judío y es una prueba de la ascendencia que tenía el fundador del Tercer Reich sobre el jefe legionario. 'Dos años antes, el 3 de enero de 1939, Hitler firmó el documento que condenaba al pueblo judío al holocausto. ¿Mero azar o analogía de antisemitismo con el admirado führer?', cuestiona Espinosa.

En peligro, el maíz mexicano
Por: Patricio Cortés (FORUM)
Fecha publicación: 14/02/2008

Es más que sabido que la base de la alimentación del pueblo mexicano es el maíz y el sustento de millones. Hoy todo ello queda en riesgo con la apertura total de nuestras fronteras a granos extranjeros, por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), aunque muchas voces lo nieguen.

El discurso oficial sostiene que no hay ningún problema con esto e incluso beneficiará a los consumidores y afectará muy poco a los productores. Las protestas de los campesinos no son en vano y los especialistas advierten sobre los riesgos.

La etnóloga Ana Maria Salazar, integrante del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la máxima casa de estudios, advierte: “Urge la defensa del maíz para la sustentabilidad nacional. Científicos constataron que el origen del maíz es mexicano, el cual estamos perdiendo a través de los transgénicos. Le da su valoración e identidad al pueblo mexicano, no sólo en sus múltiples formas de consumo y de intercambio, sino también con la posibilidad de ser sustentable. La producción de maíz refuerza un elemento de identidad”.

En contraparte, muchas voces de esas que se hacen llamar “líderes de opinión” afirman, sobre todo en la televisión, que no hay problema, que hay demasiada demanda, que es una estrategia de los dirigentes campesinos para sacar provecho económico, que nos engañan quienes lo defienden, etcétera. La gran mayoría de los espacios de opinión del duopolio televisivo y el oligopolio radiofónico apoyan los argumentos del gobierno de Felipe Calderón.

Sin embargo, la especialista en economía del sector primario Patricia Sosa difiere y alerta a través de Forum del inminente riesgo: “Están simplificando el problema. Nosotros tenemos diferentes tipos de productores, los grandes productores de Sinaloa que tienen altas ganancias que pueden exportar y tenemos productores medianos y muy pequeños productores que no están en capacidad de competencia. Ellos no producen para competir, sino para que sus familias y comunidades sigan existiendo”.

Aclara que cuando se dice que se produce para “autoconsumo” como lo hacen ocho de cada 10 campesinos, no significa que ellos se coman directamente toda su producción, sino que ésta no tiene fines de negocio. Expone: “Ellos tienen que vender parte de su producción en el mercado para tener ingresos, para comprar otro tipo de alimentos, herramientas. Entonces en el momento que entren granos de Estados Unidos, más baratos, a ellos les van a pagar mucho menos por ese grano que va al mercado y ya no van a tener ingresos. Eso desmantelaría nuestro campo, nos llevaría a la hambruna y ya no tendríamos los alimentos asegurados para esta gran cantidad de productores”.

Patricia Sosa, adscrita al Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, refuta que la apertura sea en beneficio de los consumidores: “Si subieran los precios aquí, en México, y hubiera maíz más barato en Estados Unidos, el problema sería que usted y yo no podemos importarlo, quienes lo importan son grandes empresas que empezaron a verse favorecidas desde que se firmó el TLCAN. Si ellos desean pueden venderlo al precio que sea. Además cuando el problema de la tortilla que se compró maíz más barato, los barcos tardaron dos meses en llegar”.

Añade: “Los consumidores no tenemos ningún control sobre las importaciones de maíz, por eso el problema con las tortillas, porque son las grandes empresas las que compran y distribuyen al precio que ellas quieren. Si efectivamente los productores de tortillas pudieran comprar el grano más barato, las tortillas bajarían de precio. Por otro lado, tampoco son los campesinos los que venden el maíz que no consumen directamente a los consumidores, son los grandes acaparadores los que compran el grano barato y lo distribuyen al precio que ellos consideran conveniente. Otro gran problema son las grandes empresas de supermercados, ellos también son compradores de harina de maíz para tortillas”.

En repetidas ocasiones el presidente de la Conferencia Nacional de Productores Agrícolas de Maíz de México Alejandro Efraín García, ha dicho ante los medios que más de tres millones de productores de maíz mexicanos están en desventaja, pues los del vecino del norte gozan de altos subsidios, (incluso algunos no permitidos) que ocasionan precios por debajo de los costos de producción.

¿México tendría la capacidad de otorgar este tipo de subsidios?

—México no está muy interesado tampoco en darlos. El problema no sólo son los subsidios, es que se cerraron las plantas que le vendían fertilizantes baratos a los agricultores; se liquidó la Conasupo que era la empresa que compraba maíz para asegurar que hubiera suficiente año con año y a buen precio; se eliminaron todas las asesorías técnicas y el crédito barato para los agricultores.

¿Se puede decir que mataron deliberadamente al campo?

—Pues... digamos que todas las políticas del campo se hicieron acorde a lo que se había firmado en el TLCAN que era supuestamente competir con Estados Unidos y se descuidaron las características específicas de nuestro campo, nuestra necesidad alimentaría, la necesidad de asegurar que hubiera alimento para la población y la planeación a largo plazo.

“No se piensa en las necesidades nacionales. Podríamos pensar que hay una confusión en que el Estado participe menos en la regulación de las actividades económicas y el abandono de las obligaciones y una de ellas es asegurar alimento suficiente, sano y disponible para toda la población”.

Rompe con el argumento oficialista de la competitividad: “El problema no es que podamos competir o integrarnos al comercio internacional. Esa es una de las metas que se busca con el TLCAN, pero en realidad lo que un gobierno necesita es asegurar el alimento de su población. Si no se produce maíz porque hoy está más barato el de afuera, vamos a estar dependiendo de los precios internacionales del maíz y estamos en una situación donde los precios internacionales del maíz están subiendo. Si nosotros ya no producimos y lo vamos a tener que comprar fuera en un periodo en el que están los precios a la alza, los ingresos que tengamos por exportaciones petroleras se van a ir en la compra de grano básico”.

Agrega: “El problema va a ser que la producción de maíz o de productos agrícolas no es como la de un fábrica. Una fábrica puede suspender la producción en el momento que ya no le compran y reiniciarla rápidamente en cuanto empieza la demanda. La producción de alimentos no es así, lleva periodos muy largos. Entonces no podemos decir: ¡ah bueno, ahorita dejamos de comprar y mañana compramos! porque esto va a depender de todos estos periodos”.

Señala que tal situación aumentaría nuestra dependencia hacia el vecino del norte y ellos están muy interesados en producir maíz para su etanol y tendríamos que comprarlo al precio que fuera.

Las opciones en otros mercados tampoco serían buenas: “A nivel internacional ya no hay muchos países que tengan disponibilidad de maíz porque se está dando esta transformación de la producción: de para alimento en para el etanol”.

Pone como ejemplo a Alemania: “Sale muy caro producir papa, pero es la base de la alimentación alemana, entonces dicen ‘no importa que salga muy caro producirla tenemos que asegurarnos que haya producción, darle subsidio a nuestros productores para satisfacer nuestra demanda interna’. No podemos movernos de año con año, tenemos que planear a largo plazo”.

En el terreno de la “competitividad” han entrado alimentos genéticamente alterados, controlados por unas cuantas multinacionales, al respecto la doctora Patricia Sosa comenta a : Aprovechan la situación para decir que es la forma de producir más, aumentar la productividad, pero resulta que quienes producen los transgénicos son las grandes empresas comercializadoras y para producir con ellos vamos a tener que estar comprando sus semillas siempre. No podremos guardar la semilla para sembrarla al siguiente año como hacen hoy nuestros campesinos. Esas semillas (las transgénicas) están hechas para que funcione la producción de la mejor manera con ciertas características de fertilizantes, herbicidas, etcétera. Entonces vamos a depender no sólo de las semillas sino además de todos los insumos”.

Propone: “Apoyar sus procesos de organización, cuando ellos tienen una tradición larga de selección de semillas que se ha desarrollado a través de cientos de años, son especificas para las condiciones climáticas de México, para el tipo de suelo, el tipo de humedad. Por eso es muy importante conservarlas y no cambiarlas por las transgénicas.

Por si fuera poco, la apertura total se da en un mal momento y este año no nos hace falta el grano estadunidense: “Este año hay suficiente producción de maíz y no va a faltar pero si se importa, esos campesinos se van a quedar sin la posibilidad de venderlo. Fue una muy buena cosecha la de 2007. Entonces la política del campo no es una política anual, tiene que ser una política a largo plazo”.

Otro problema de nuestro sector primario es que solemos exportar productos de primera calidad e importar sus símiles de segunda: “El maíz criollo, con el que producen los campesinos, es de más calidad y más caro que el que se compra a través de Liconsa y otras tiendas. Entonces en un momento de necesidad a ellos les conviene vender ese maíz y comprar del malo. Nosotros estamos dispuestos a consumir el maíz que haya, aunque sea de mala calidad, pues se exporta el de buena calidad. No les importa la salud de la población”.

A todo esto suma: “Si nosotros vemos la migración que ha tenido México desde que se firmó el TLCAN, nos queda muy claro que la producción agrícola en Estados Unidos es más barata porque nuestros mexicanos van a trabajar allá y reciben salarios de miseria. Nosotros apoyamos la competitividad de los agricultores norteamericanos”.

Explica por qué no pudieron prepararse nuestros productores a pesar de que se les dio 14 años para hacerlo: “Es muy caro organizar a los campesinos de todo el país, se necesitaría tener el ferrocarril que antes se tenía para transportar los granos. El almacenaje es muy caro también. Los almacenes nacionales de grano que eran los que le daban financiamiento a los agricultores desaparecen, ya no son propiedad del Estado, ahora todo es negocio”.

El problema de la apertura es básicamente: “Se trata a nuestros campesinos como si fueran productores de Estados Unidos, se les exige que tengan un rendimiento cada vez mayor y no se toma en cuenta las condiciones especificas del campo mexicano”.

Refiere: “En Estados Unidos levantan ocho toneladas por hectárea, aquí los pequeños productores levantan cuando mucho una tonelada, el promedio nacional es de dos toneladas. Si los técnicos trabajaran conjuntamente con los agricultores, si ellos tuvieran un ingreso durante todo el año, podrían dedicarse a mejorar las condiciones de su parcela”.

Concluye como respondiendo a los que dicen que todo está bien: “Esto que estamos diciendo que va a pasar con el maíz ya pasó con la carne, la madera y el café, donde los productores nacionales se arruinaron. Ya está comprobado que no es realmente la solución incorporarse al comercio internacional'.


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