A más de un año de haber declarado a gritos el fin de la hipocresía institucional que nos ha privado de la democracia auténtica, tenemos un documento histórico exhibiéndose en espacios públicos, comerciales, altamente concurridos. La anatomía de un crímen que condenó a miles de mexicanos a deambular por las calles como cuerpos mutilados buscando justicia, a agitar sus vidas y agrietar sus manos para acostumbrarlas a la lucha, a recibir insultos, mofas, descalificaciones, vejaciones en sus vidas cotidianas. Un crimen perpetrado por muchas manos, bocas y pies; un crimen traspapelado; un crímen multitudinario. Es un crimen que reverbera día con día, cuando prendemos la televisión, cuando compramos tortillas, cuando recibimos el sueldo, cuando escuchamos la radio, cuando visitamos a los abuelos y vemos su mirada desesperanzada, cuando sacamos la credencial de elector para identificarnos, cuando nos topamos con una colecta para el teletón, cuando pagamos la gasolina, cuando pensamos que ya no nos jubilaremos…Es una herida abierta en la sociedad mexicana que creyó desde hace 7 años que podía elegir su rumbo, cuando todo era un gran teatro del absurdo.
Esta película se trata de una mayoría marginada, de un líder humano. El protagonista es el ciudadano que marcha, grita, hace carteles, llora, ríe, se moja, reclama. El narrador es el líder que después de haber sido activista durante gran parte de su vida, se encuentra al mando de millones de mexicanos que, denigrados durante siglos, ponen su voluntad para conformar un ejército de inconformes. Y el líder los invita a construir en vez de destruir, a jugar en lugar de tomar las armas. Con tomas desenfocadas y cámaras ciudadanas de todo tipo, se retrata el carácter del movimiento.
Mandoki, con una visión histórica se embarcó junto con Federico Arreola y varios colaboradores más en una odisea para sacar un documental que habla del fraude con todas sus letras, durante el regimen usurpador, en salas de cine cuyos dueños son amigos de los exhibidos en el documental como mentirosos y traidores. Es un reto, una afrenta, una protesta creativa, ingeniosa y apabullante.
Los medios de comunicación oficiales, que no han podido callar estas voces con insultos, deciden simplemente ignorar lo que ocurre en los cines. Los cines se empeñan en no vender. La historia pasa frente a sus ojos y deciden cerrarlos. No así más de cien mil espectadores que durante el primer fin de semana de exhibición, se atrevieron a ver la verdad.
Desde la cita del libro de Elena Poniatowska en la que habla del plantón hasta la última imagen del zócalo capitalino repleto, el espectador pasa por todo un espectro de emociones. A fin de cuentas, ese es el espíritu del cine. Dos señores que aborrecen la figura de Andrés Manuel, salen enojados del cine a la mitad de la película; otros dos se abrazan con los ojos llorosos durante los créditos; muchos más aplauden; otros se quedan pasmados. Los que hemos vivido más de un año en resistencia, nos quedamos con la frase de AMLO “no dejemos de pensar y de ser como somos”. Y es un tema que está latente en la piel mexicana, que provoca reacciones en cada imagen: mentadas para Salinas de Gortari, risas por el glamour exagerado de Martha Sahagún, silencio después del discurso del desafuero, la frustración de ver llorar a Doña Luchita. Todo es un caldo de cultivo para la reflexión. Hace patente que el gritón que tanto ha querido cosificar la maquinaria mediática, tiene una razón de existir, de luchar y de gritar. Es humano después de todo.
La herida sigue abierta, y el documental nos recuerda que nunca la cerraremos. Pero también nos recuerda que el pueblo mexicano ha vivido herido mucho tiempo y que este es un capítulo en el que tenemos una oportunidad, y que no debemos dejar vacío un solo asiento en el tren de la historia.
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