La revolución de las aspiraciones |
sábado, 27 de enero de 2007 | |
Por Pedro Díaz Arcia En mayo de 1973 presidí una amplia delegación cubana a una Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que tuvo lugar en Buenos Aires, Argentina.
Una mañana, uno de mis compañeros me dijo: "¡Me voy a cagar en la madre de ese desgraciado!". Lo contuve y escribí una breve nota que pedí entregársela personalmente al Cónsul, éste la leyó, levantó la vista y me miró, volvió a leer su contenido y, con la mayor serenidad y cortesía del mundo me dijo: "Debo hacer algunas llamadas, y se retiró a una oficina". La nota decía: "Debemos estar mañana en una reunión de la ONU, ustedes tienen la sede de la Conferencia, pero no pueden violar los derechos internacionales, o ¿usted es de los que comparten la arrogante creencia de que Dios está en todas partes, pero despacha en Buenos Aires?". Minutos después otro funcionario nos entregó los pasaportes visados y nos deseó "Buen viaje y buena estancia". Al día siguiente partimos hacia la tierra de los "patagones". El avión, como un ave herida dormitaba en la pista, de la cual ascendió como una flecha disparada al cielo, por encima de la cordillera andina. Al arribar al aeropuerto de Ezeiza, se nos acercó un señor vestido de civil, lo acompañaban unos militares; me adelantó una tarjeta mientras me informaba que era un comandante del Ejército argentino, que nos daba la bienvenida en nombre del Gobierno. Agregó que tenía a su cargo la responsabilidad por la seguridad de nuestra delegación y que afuera esperaban los autos de Protocolo para trasladarnos al hotel. Le agradecí cortésmente las deferencias, pero le informé que nos trasladaríamos en taxis y que realmente la delegación cubana no necesitaba ninguna protección. Por supuesto, sabía que desde aquel momento no nos perderían ni pie ni pisada. La prensa bonaerense había destacado la presencia de una delegación cubana a la reunión de la FAO e indiscretamente, por suerte para nosotros, informaba el hotel donde nos alojábamos. En Argentina existía una situación interna complicada, curiosa, inusual. El antiguo oficial de caballería, el teniente general Alejandro Lanusse, al frente del gobierno, en una política de apertura civilista, entre otras acciones, legalizó los partidos políticos, desarrolló medidas para tratar de contener la inflación, y convocó a elecciones en marzo de ese año (1973) que ganó de manera arrolladora el peronista Héctor José Cámpora, en representación de Juan Domingo Perón, quien exiliado en España no había podido establecer en tiempo residencia en su país natal, a los efectos de concurrir como candidato a las elecciones. En un raro "enroque". Lanusse pasaba, en junio, el poder a Cámpora y éste lo traspasaba a Perón. De manera constante el lobby del hotel estaba repleto de delegaciones sindicales, representantes de partidos, de movimientos sociales, estudiantiles, feministas, de intelectuales de izquierda, que querían comunicarse con los cubanos y transmitirnos su solidaridad. Compartían el reducido espacio con los celosos "milicos" que nos cuidaban.... Nuestra delegación se dividió o, más bien se multiplicó para tratar de cumplir con múltiples compromisos, sin desatender la Conferencia de la FAO. La reunión sesionó entre el 8 y el 17 de mayo, ambos días incluidos. En la mañana del día 15 de mayo se hizo un silencio bíblico: anunciaron que haría uso de la palabra el representante de la República de Cuba. La sala de la Conferencia estaba colmada. Había una verdadera expectación. En la sesión inaugural el Presidente de la Conferencia se había referido a lo que llamó "La revolución de las aspiraciones", definiéndola como "un proceso psico-socio-económico que se ha desarrollado en nuestros países en las últimas décadas". Algunos delegados, en sus intervenciones, siguieron con entusiasmo el camino de la entelequia. En mi discurso expresé al aludir a la revolución de las aspiraciones: "Preténdase llevarle comida a quien no tiene pan, trabajo al desocupado, educación a quien no tiene escuelas, derechos sociales a los explotados de siempre; trátese de levantar la bandera de la dignidad nacional, de la independencia económica, de la soberanía política, de incorporar al pueblo a las estructuras de poder y se verán en la perspectiva de chocar con los grandes intereses trasnacionales que viven a costa del sudor y la sangre de nuestros nativos; que distorsionan nuestros valores autóctonos, que desprecian nuestra filosofía tercermundista". ¡Quien quiera una revolución de las aspiraciones que haga la revolución social! Concluí con una cita de nuestro comandante Ernesto Guevara. La delegación cubana y algunos amigos que se habían infiltrado en el recinto gritaban consignas constantemente. ¿Qué ha cambiado hasta hoy? ¡Las esperanzas están en las revoluciones! Si a 34 años de aquella memorable reunión tuviese el honor de representar a mi país en una coyuntura similar no le habría cambiado ni un punto ni una coma a mis palabras, escritas en las afueras de Buenos Aires, en la casa de un humilde obrero textil. |
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