Carmen Aristegui F.
Comandante supremo
Nota original:
Las imágenes del presidente Felipe Calderón vestido con uniforme de campaña, portando una gorra de cinco estrellas y el escudo nacional, esta semana en Apatzingán, no pueden ser ni casuales ni pasar desapercibidas. Son el síntoma de algo grave. El debilitamiento de las fuerzas políticas mexicanas a raíz de una disputa desordenada, intervenida y violenta por la Presidencia de México, no sólo ha dejado al país dividido, sino que ha hecho irrumpir a la estructura militar como la única garante visible de la estabilidad nacional. La notable mayoría de los actos públicos del gobierno federal ha tenido a las Fuerzas Armadas como protagonistas indiscutibles. Horas antes de que formalmente se realizara la atropellada ceremonia de traspaso de poder en San Lázaro el 1o. de diciembre, los mexicanos vimos, en la madrugada de ese día, una escena que hablaba de la gravedad de la crisis política por la que atravesaba nuestro país en esos momentos, producto de la impugnación electoral. Vicente Fox entregaba la banda presidencial no a un civil legislador, como lo indica la ley, sino la entregaba -con un simbolismo mayúsculo- a un joven cadete del Ejército mexicano. La ceremonia no era ante el Congreso, sino ante las cámaras de televisión. Horas más tarde, nuevamente el Ejército establecía condiciones de seguridad y de contención dentro y fuera de San Lázaro, que hacían pensar más en un estado de sitio que en una ceremonia republicana. Una vez que Felipe Calderón asumió el mandato como presidente de México, de la manera en que lo asumió, el Ejército no ha abandonado su visible presencia en todos los actos de gobierno. Cuando se informó sobre las primeras acciones que incluían un plan de austeridad para todo el gobierno, tuvo que hacerse un anuncio aparte, horas después, para hablar de la excepción: para el Ejército no habría recortes sino todo lo contrario: se presupuestarían aumentos importantes. Cuando se decidió desmovilizar a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, y encarcelar a quienes apenas unos días antes eran considerados interlocutores, el papel del Ejército fue central. Ahí se vio con mucha claridad la frontera rota, desde hace ya varios años, entre la actividad policiaca y la milicia. Memorable es la fotografía de un soldado que se está quitando su uniforme original para ponerse uno de policía, antes de participar en los operativos. Están ahí las múltiples denuncias y señalamientos nacionales e internacionales sobre violaciones graves a los derechos humanos, de las que tendrá que hacerse cargo el gobierno de la República. Vino también el anuncio formal de la transferencia de miles de efectivos militares (7 mil 500 militares y 2 mil 500 marinos ya no sólo para incorporarse a distintas unidades policiacas, sino, según se sabe, ahora van agrupaciones navales completas, es decir, mandos incluidos) para fortalecer a los cuerpos policiacos federales y emprender acciones como las vistas en los últimos días en Tijuana y Michoacán. No sólo se han engrosado con militares las corporaciones policiacas, sino que se ha decidido también la concentración de mandos. El nombramiento de Ardelio Vargas Fosado como comisionado de la Policía Federal Preventiva, y al mismo tiempo como director de la Agencia Federal de Investigación (AFI), ha preocupado a varios especialistas. Ayer, el periódico La Jornada publicó las declaraciones que el constitucionalista Miguel Ángel Eraña hizo a Laura Poy Solano, en las que establece sus preocupaciones frente a esta medida que consideró ilegal e inconstitucional: imponer un solo mando a los cuerpos de seguridad con este nombramiento es "alentar un régimen de facto de concentración de poder policiaco que violenta la división de poderes y podría convertirse en un leviatán autocrático". Cabe destacar también la intensa campaña de spots difundidos desde la Presidencia, en la que se destaca a las Fuerzas Armadas como garantes de la legalidad, las instituciones y el orden. ¿Cuántos impactos en radio y televisión se han transmitido con la voz de Felipe Calderón diciendo: "es para mí un honor comandar a una organización militar surgida del pueblo, identificada con el pueblo y consagrada al pueblo..." desde la salutación militar en el Campo Marte, apenas unas horas después de la accidentada llegada al poder? En su conjunto, las acciones gubernamentales colocan al Ejército y a la Marina, en principio, como el eje de la estrategia anticrimen del gobierno de Calderón; es deseable que -una vez echada a andar- arroje resultados positivos para contener y abatir los índices escandalosos de criminalidad relacionados con el narcotráfico y la delincuencia organizada. Sin embargo, es claro que estamos, fundamentalmente, frente a la columna vertebral de una estrategia de comunicación social, basada no sólo en el recordatorio, sino en la ostentación reiterada del principio del monopolio de la violencia como sostén del ejercicio del poder. ¿Cómo debe entender la sociedad mexicana todos estos mensajes? ¿Qué es exactamente lo que nos quiere decir Felipe Calderón con esta reiterada presencia suya, rodeado permanentemente de militares? ¿Qué le depara a México con un horizonte verde olivo?
HASTA EN EL DEFORMA ESTÁN HECHOS BOLAS PARA APOYAR A FECAL1 "EL PELELE"; chequeen la calidad "analítica" de los burros de Templo Mayor:
nota original
POR SI ALGUIEN todavía tenía dudas, ahora sí ya quedó claro que Felipe Calderón tiene como prioridad el combate a la delincuencia.NOTA:Si realmente fatal el "análisis" de la situación, realmente el PELELE no tiene nada para ayudarles a los LAMEBOTAS oficiales. Lo quieren ver "grande" "estadista" "mano firme" "responsable" todo, mientras no SAQUEN UNA FOTO DEL ENANO.
SUS PRIMERAS ACCIONES de gobierno dejan ver que finalmente quedó atrás la vieja idea de rebasar por la izquierda a AMLO, pues esa estrategia de triangulación con los temas perredistas tenía poco que darle a Calderón.
HAY QUIENES quieren ver los operativos especiales en Michoacán y Tijuana como golpes mediáticos... y quizá tengan razón en parte pues el nuevo gobierno quiere llenar el vacío que había en esa tierra de nadie llamada seguridad pública.
DE HECHO, hay quienes dicen que con este arranque, Calderón combina los "golpes espectaculares" de Carlos Salinas, la "cero tolerancia" de Rudolph Giuliani y la "mano firme, corazón grande" de Álvaro Uribe en Colombia.
NOMÁS FALTA SABER cuál será su toque personal y qué nombre le pondrá a este coctel de gobierno.
Rafael Segovia
Se pide silencio
nota original:
La coherencia no ha sido nunca una base de los gobiernos mexicanos. Por su debilidad se han visto obligados a recurrir a las explicaciones que pudieran justificar situaciones imposibles. Es una debilidad de estos gobiernos nacionales, como lo es también de algunos extranjeros. La manera de Bush y de todo lo que Estados Unidos llama administración de sacudirse cualquier responsabilidad en la ejecución de Saddam Hussein nos recuerda la manera de esquivar la responsabilidad parcial o total que deben encarar los gobiernos nacionales de México. Hace unos días, el secretario de Gobernación apareció en televisión solicitando de los medios de comunicación y de la población en general que no hablen tanto del narcotráfico. Tal disparate sólo puede ocurrírsele a un hombre que arrastra un pasado represivo en su estado.
Si se le hiciera caso el presidente de la República no hubiera debido referirse al tema en su mensaje de fin de año y menos aún presentarse disfrazado de militar para encabezar un movimiento contra los narcos en Michoacán y en Tijuana, donde el despliegue de publicidad del gobierno ha sido total. Empezando por la del secretario de Gobernación.
Que el jefe del Ejército es el presidente de la República es algo sabido. Lo de sus cinco estrellas, como las cuatro del secretario de Defensa es posterior a la Constitución del 17. No se sabe -al menos el común de la gente no sabe en qué reglamento o decreto aparece por primera vez- pero se acepta y se espera que el tiempo lo santifique. El Presidente no necesita tales disfraces, antes bien dañarían su imagen pues tras el largo periodo de generales presidentes, uno de los principios del sistema político mexicano es el dominio del poder civil. La inmensa popularidad de Miguel Alemán cuando asumió la Presidencia radicó en ser precisamente un civil. Quienes se opusieron posteriormente a los presidentes civiles fueron en algunos casos los militares, lo que fue un elemento en su contra.
Que el Presidente se haya puesto una gorra donde el águila y las estrellas apenas se distinguen, no es lo más grave. Lo peor fue la recomendación del secretario de Gobernación. Pedir a los civiles y a los medios que no hablen de una situación que angustia a toda la población menos a aquella que vive del narco, suena a censura. Dirá que no es su intención, a lo cual se le puede replicar que vigile su manera de hablar -más precisamente de leer- porque un político es siempre responsable de lo dicho.
No habrá sido su intención, pero responde a una manera de pensar de los políticos de la derecha: no es cosa del pueblo intervenir en los altos asuntos de gobierno. Desde el virreinato se ha pensado así. Sigue de todos modos, en los medios conservadores, la obsesión de mantener a la opinión pública al margen de la política o al menos reducirla a eso, a no ser más que una opinión y nunca una intervención. Pero esto incluso se considera un impedimento permanente para el buen gobierno.
Debe reconocerse una habilidad de los actuales gobernantes para lograr su propósito. El susto monumental que les invadió ante las movilizaciones de López Obrador, lograron dominarlo en parte, reducirlo a Oaxaca y tapar mal que bien la reticencia popular. Parten de la desconfianza de la población ante sus gobiernos: en un mal secular, con el cual vivió 70 años el PRI y hasta donde cabe imitan unas acciones probadas y logradas, una manera de acercarse al hombre común y corriente, ajeno a los partidos, no encuadrado en organizaciones sociales, atento de manera casi exclusiva a una televisión atenta a su vez a sus acuerdos no escritos pero reales con el gobierno y lo que ya no se llama las fuerzas vivas de la nación, o sea la derecha y las instituciones que todavía domina.
La despolitización es hoy una necesidad del gobierno. La prensa, el radio, la Cámara de Diputados y el Senado, los partidos y los sindicatos salen sobrando. Lo sorprendente está en ver cómo ellos contribuyen a este fenómeno. Los ataques constantes de los locutores en contra de los políticos y representantes del partido que sea, sus acusaciones contra su ineptitud y sus ausencias, sus silencios ante aquello que pueda dañar a su medio, las deformaciones y con frecuencia medias verdades o mentiras absolutas contribuyen a esta despolitización general de la opinión pública, reducida, como apuntaba más arriba a una simple opinión, a un parecer y casi nunca a una opción, a un compromiso.
No hay un partido capaz de dar a conocer cuántos afiliados tiene. Se reducen con frecuencia al número de votantes, a los simpatizantes a todos los que no se pueden contar. Nadie, en la política nacional, puede hablar de representar. ¿Puede exhibir Felipe Calderón cuántos mexicanos le dieron su voto? Venir ahora con el cuento de que la democracia no pide unanimidades, de que un voto, uno solo, es una diferencia definitiva, indiscutible y que ponerlo en duda es un atentado contra la democracia es una manera de esconder la impopularidad, del mismo modo que negar las concentraciones populares y negar las divisiones siempre presentes en las democracias, como decir que las concentraciones se consiguen con la nómina en la mano no pasa de ser una sandez producto del resentimiento.
Las instituciones han sido definidas como lo que duran en el tiempo. Que les guste o no, duró el PRI 70 años. No pueden estar seguros de que suceda lo mismo con el PAN. Máxime con el presidente que tiene. Por el momento gobierna apoyado en la indiferencia no con la indiferencia; gobierna solo y aburrido, al margen de todo y de todos. Dentro de poco veremos sus resultados.
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