Esta nota que sigue es un editorial de Aquiles Córdova Morán y aparece en la edición de hoy de Milenio Diario. Vale la pena leerse por que pinta a Fecal tal cual es: arribista, completamente desinteresado en las demandas de los pobres y de pilón tapadera de los abusos de los panistas:
Los pobres y el candidato del PAN
Con motivo de la visita proselitista que el candidato presidencial de Acción Nacional realizó a la ciudad de Querétaro, un grupo de antorchistas del estado, encabezados por su líder estatal, Jerónimo Gurrola Grave, hizo acto de presencia en el evento central de dicha gira, con la esperanza de poder acercarse a Felipe Calderón Hinojosa para solicitarle su intervención ante el gobernador Francisco Garrido Patrón, en favor de la liberación de Cristina Rosas Illescas, dirigente antorchista privada de su libertad desde hace un año por órdenes del propio gobernador, acusada de delitos inventados. Para identificarse, los demandantes portaban una manta en la que sintetizaban su petición, la cual colocaron en un espacio plenamente visible para el candidato.
Tanto por la aglomeración típica en este tipo de eventos como por la acción ruda y amenazante de sus guardaespaldas, no fue posible cruzar una palabra con Calderón, pero tampoco quedó duda de que éste se dio cuenta de la presencia y demanda de los antorchistas. La sorpresa, pues, no estuvo en la falta de diálogo, sino en que, casi al final de su discurso, el distinguido visitante dijo, palabras más palabras menos y con clara dedicatoria para quienes portaban la “molesta” manta, que él no ve con buenos ojos a los grupos conflictivos, que es contrario a quienes intentan polarizar a la sociedad y que, por eso, él no acostumbra dividir a los mexicanos en ricos y pobres. Claramente se vio que fue su respuesta a la solicitud de los antorchistas.
Esta autodefinición preocupa por tres cosas fundamentales. La primera consiste en que, aunque en una forma más bien sibilina que diplomática, significa, para quienquiera que tenga oídos y buenas entendederas, una condena apriorística contra las víctimas de la intolerancia ultraderechista del gobernador Garrido Patrón, y un claro espaldarazo a la política represiva y antipopular de este último. Significa además, en segundo lugar, que el señor candidato de Acción Nacional es partidario de una unidad nacional incondicional, de una unidad a ultranza y a costa de lo que sea. Y ya se sabe: este tipo de “unidad” implica siempre, aunque quien la defiende no lo diga, que los débiles sufran calladamente abusos e injusticias de los poderosos, porque, según este punto de vista, todo aquel que protesta y se defiende, aunque le asistan la razón y el derecho, es “conflictivo” y provoca la “división” y la “polarización” de la sociedad. La unidad a como dé lugar, sin equidad y sin justicia social, es la hermandad entre el jinete y el caballo: uno arriba y el otro abajo y ambos contentos, o cuando menos resignados con sus papeles.
Finalmente, y en tercer lugar, resulta preocupante y desalentador oír, en boca de un candidato a presidir el país, que a él no le gusta hablar de ricos y pobres con el extraño y peregrino argumento de que eso es atizar la división entre los mexicanos. Pero es que no se trata de gustos personales ni de una simple disputa gramatical, sino de una realidad lacerante, perfectamente documentada incluso con cifras oficiales, misma que no va a desaparecer sólo porque el señor candidato presidencial panista se niegue a hablar de ella. Para que la pobreza de más de la mitad de los mexicanos desaparezca y, por tanto, podamos dejar de hablar de ella sin incurrir en escapismo ideológico ni autismo político, es necesario hacer exactamente lo contrario de lo que pregona Calderón, es decir, en vez de negarla, mirarla de frente, reconocerla, analizarla y determinar sus causas para encontrarle remedio adecuado, si es que realmente queremos conservar la tranquilidad y la paz social de que hemos disfrutado hasta ahora. Lo otro es convertirnos en malos imitadores del avestruz.
Pero la posición del candidato es algo más que un error de concepción, algo más que un traspié lógico; significa, además, que, en caso de llegar al poder, seguirá una política de “ni los veo ni los oigo”, puesto que para él, simple y llanamente, los pobres no existen. En consecuencia, tampoco formarán parte, ni grande ni pequeña, de sus preocupaciones y de sus acciones de gobierno. La suerte de los pobres, en esta política, ni siquiera se mantendrá igual que hasta ahora; empeorará de la noche a la mañana por cuanto que serán borrados de un plumazo de la realidad y de la problemática nacionales. No deberán esperar, pues, ningún alivio a su situación, aunque sea en una muy escasa medida. No sería mala idea rubricar los discursos como el pronunciado en Querétaro, con aquel verso que Dante dice haber visto estampado a la entrada del infierno, aunque esta vez dedicado a los pobres de México: ¡Oh los que entráis aquí, dejad toda esperanza!
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