Diario de la mamá de Mouriño
El Día de la Bandera
24 de febrero del 2008
Querido diario,
¡Hostia! Que confieso que a veces, si, me siento orgulloso de mi niño Camilito. Pero si me las he visto duras muchas veces con él. Empezando con parirlo. Bien me acuerdo como en el hospital Francisco Franco de Madrid me abrieron de patas y me puse a pujar. El galeno estaba muy preocupado. Al principio pensaban que el niño estaba volteado. Pero no, eran las orejas las que no le dejaban salir. En fin, después de muchos gritos, forceps, pujidos, y que se yo finalmente lo vine a dar a luz.
“¡Me cago en la virgen! ¿Es humano?” preguntó su papá al verlo.
“Si, eso creo,” contesto el medico mientras le daba sendos nalgadas para hacerlo respirar, “aunque tiene orejas de Eddie Munster.”
Claro, el hecho que Camilito había nacido ya con toda la dentadura fue también difícil pues bien que me mordía los pezones. Pero, hoy, afortunadamente, repito, Camilito me ha llegado de orgullo.
Fuimos a un lugar que se llama Iguala. ¡Si vieras el caloron que hay ahí! ¡Josu! Yo creo que ni en la tierra de los moros hay tal caloron. Y eso si, había puro indio, no se ve ni siquiera una sola “gente de razón”, ¡jolines!
“¿No nos irán a sacrificar a Huichilobos estos mejicanos?” le pregunte a Camilito mientras el helicóptero nos ponía en la plaza del pueblo. Debo explicar que no, no viajamos por tierra, pues hay, dice Camilito, demasiado alzado en el camino. No, nuestra comitiva, que incluía a un tal Calderón, un señor chaparrito que creo es el presidente municipal o bien Camilito le habia dado esa insula para gobernar, aterrizó en la mera plaza del pueblo.
“No mamá,” me explicó Camilito, “Los soldados ya sitiaron la plaza y no van a dejar que ningún indio se nos acerque.”
Pues si, si habían muchos uniformados pero de todas maneras no me estuve a gusto. Y es que no había ninguno de la guardia civil ahí. Son fáciles de identificar por su sombrerito de charol. Ahora, a decir verdad, desde que los guardias civiles intentaron arrestar por fraude a mi marido hace unos años y él tuvo que salir huyendo a Campeche pues no me siento tampoco tan a gusto con ellos. Pero bien, afortunadamente no se nos acerco ningún indígena ni se veía ningún altar a Huichilobos.
“¿Y que celebran Camilito?” le pregunte. Aparentemente los soldados habían traído a varios de los vecinos, puros indígenas como apunte, a manera de invitados. Los tenían, sin embargo, en un lado de la plaza, detrás de unas vallas y encañonados con ametralladoras. Por alguna razón como que no se veían muy entusiastas. ¿Pero que se puede esperar de gentes así que no saben apreciar?
“Es la celebración del dia de la bandera, mamá,” me explicó Camilito. En efecto, este señor Calderón, que por cierto apenas se tenia en pie por lo borracho, caminó trastabillando hasta el centro de la plaza donde se puso a alzar una bandera pero no podía ni agarrar la cuerda.
“¡A ver Galván!” ordenó Camilito. “¡Denle algo de coca a Felipe para que se ponga sobrio! ¡Rediez! ¡Que lo está viendo la gente, jolines!”
Eso hizo en efecto un señor que andaba vestido como portero de un hotel de Nueva York sacó una bolsa con unos polvos yo creo que de aspirina y se los dio al chaparrito. Con esto mas o menos se enderezó este señor Calderón. El caso es que después de muchos trastabilleos finalmente logro subir la bandera. Me temo que la gente invitada no aplaudieron con ganas y los soldados les soltaron una ráfaga por encima de sus cabezas para que mostraran mas entusiasmo. Luego al saludar el chaparrito se dio sendo cerrojazo en la sien que casi se cae. Afortunadamente, el señor vestido de portero de hotel estaba junto a él y evito que se cayera.
Luego tocaron un himno que no reconocí pero que sonaba más estridente que “Cara al Sol” o la “Marcha Real”. A mi me pareció muy bonito el acto. Y es que a mi siempre me han caído muy bien los italianos y ver rendirle honores a la bandera italiana, cuyos colores son verde, blanco, y rojo, me pareció un acto muy honorable de Camilito y así se lo hice saber: “Hijo, eso fue un acto muy merecido. Tus abuelos me contaban, allá en Butrafago de las Alpargatas, que Mussolini mandó brigadas de camisas negras fascistas a ayudar al generalísimo cuando la guerra civil. Claro, los comunistas los derrotaron y salieron huyendo frente a Madrid, pero el gesto se les agradece.”
“Musholini, ¡jic!, ¡era un don chingón!” dijo el señor este Felipe cuando me oyó. Se veía de plano muy verde, parecía uno de esos pajarracos que los indígenas aquí llaman guacamayas. “Pero, ¡jic!, para mi el chingón es….es….”
¡Y para mi horror el hombrecito se vomitó sobre de mi!
“…Franchisco, ¡jic!, Franco…oste perdone señora…esh que no me siento bien…”
Bueno, afortunadamente, por lo chaparrito, nada mas me ensucio los zapatos. Camilito de inmediato tomo el control de la situación. Uno de los soldados levantó al hombrecito por el lomo, se lo echó al hombro, y lo retiró. Camilito también le ordenó al fulano vestido de portero de hotel que les quitaran los zapatos a varias de las vecinas que estaban encañonadas y me los llevaron para que escogiera un par. Afortunadamente había un par que no estaban muy usados. Tampoco olian mal como los mios pues los mejicanos tienen la costumbre pintoresca de bañarse a diario. Así pues, no tuve que caminar descalza rumbo al helicóptero. Y luego, Camilito, siempre atento a que no me incomode, ordenó que el chaparrito se fuera él solo en un helicóptero, para evitar que se fuera otra vez a vomitar sobre de mi. A mi Camilito me destino mi propio helicóptero y así fue como hice el viaje de regreso a Campeche sin que ningún borrachín me volviera a molestar. ¡Que bueno que en la Nueva España gobierna un virrey tan hábil! Le pediré, sin embargo, que de plano corra al hombrecito asqueroso ese para que ya no haga mas desfiguros en publico.
Atte.
Pilarica Terrazco de Mouriño
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