Por alguna razón que adivino pero que no logro entender del todo, no hay en México corriente política que sea más criticada que la izquierda, desde la derecha, desde el centro y desde la misma izquierda. Se podrían fijar dos extremos: unos la quieren perfecta; otros, consideran que es un asco. Creo que todos podrían decir, según sus posiciones, que el centro es un asco o que la derecha lo es también; pero dudo de que alguien quiera un centro perfecto o una derecha perfecta. ¿Por qué todo mundo quiere una izquierda perfecta, que sea inteligente, culta, preparada, decente, de buenas maneras, justa, éticamente buena, coherente en sus ideas y sus planteamientos, pacífica, no rijosa, dispuesta a ponerse siempre de acuerdo con sus oponentes y con olor a santidad?
Mi querida Soledad Loaeza es un ejemplo señero de aquellos que desean que la izquierda sea perfecta. Conocedora a fondo de la derecha y a menudo crítica feroz y lucidísima de la misma, me sorprende que nunca demande de la derecha que sea perfecta. Su problema es que no conoce por dentro a la izquierda; que yo sepa, nunca ha militado en ella. Tal vez por eso suelen ser tan poco atendibles sus diatribas contra la izquierda y, en particular, contra su odiado López Obrador. A mi amiga no se le podrá ocultar que la derecha, hoy, se nutre con antiguos sedicentes izquierdistas, algunos neocardenistas, para quienes, el lopezobradorismo es la expresión del viejo priísmo autoritario que, junto con el neoliberalismo, busca la restauración del viejo régimen capitalista.
A veces escucho que alguien añora el pasado en el que había militantes de izquierda de verdad honestos, valientes, coherentes y todas esas cosas. Pues yo llevo militando en la izquierda la friolera de 54 años y nunca he conocido a nadie que cuadre totalmente con esa imagen ideal. Mis peores batallas fueron contra muchos de mis compañeros de lucha, no contra quienes consideraba mis enemigos de clase (así rezaba el dogma). En mis años de estudio en Italia tuve oportunidad de conocer a algunos de los grandes dirigentes del Partido Comunista Italiano, incluso a Togliatti. Nunca les oí decir algo que tuviera que ver con la ética comunista en la que yo creía. En mi subconsciente los consideré igualitos a los priístas de mi país, con la única diferencia de que no tenían el poder.
Con los años he aprendido a aceptar que vivo en una realidad que me precedió y que, por tanto, yo no tuve oportunidad de moldear a mi gusto. Está allí y debo vivir en ella. La izquierda nunca será como yo quisiera que fuera; la izquierda es lo que es y punto. Como yo no tengo hígado para estar en el centro y menos en la derecha, he decidido seguir allí, en esa izquierda que existe, así como es. También he aprendido que la política es asunto de hombres de carne y hueso, no de ángeles ni querubines. Todos los hombres son capaces de tener ideales, pero tienen ante todo intereses y éstos pueden ser de la más amplia y diversa índole. Todos somos así y así nos movemos en todo lo que hacemos.
Para mí ser de izquierda es muy sencillo: es estar con las causas de mi pueblo. Eso no lo puedo leer en la bóveda celeste, como Constantino. He tenido que indagarlo, estudiarlo y descifrarlo y concentrarlo en ideas que me han ayudado a pensar y a actuar. Bobbio dio un norte a la izquierda: la defensa de la justicia social. Mi idea comprende muchas cosas más concretas. Para mí un hombre que lucha contra los monopolios de la comunicación de masas, como Javier Corral o como Manuel Bartlett, es de izquierda, aunque sea sólo en eso. Para mí, la defensa del salario, de la cultura, del patrimonio nacional, de nuestro medio ambiente, de nuestros paisanos en Estados Unidos, y tantas otras cosas parecidas son las que definen lo que es la izquierda. En eso no tengo problemas. Para mí, eso es la izquierda.
Claro que no tengo empacho en tratar con derechistas y centristas. Varios panistas son mis amigos. Y creo que la mayoría de mis amigos son priístas. Pero no me da náusea tratar con mis izquierdistas. He tratado con los Chuchos, con Bejarano y otros muchos bichos del PRD. El problema aquí es que uno vive en una realidad y ésta es como es. Esa izquierda detestable está allí. Si quiero seguir siendo de izquierda, tengo que tratar con ella y aceptarla tal y como es. Afortunadamente, muchísimos izquierdistas, incluidos sobre todo intelectuales (Del Paso y Monsiváis, por ejemplo), no tienen mácula y se sostienen en sus ideales, eso sin contar que no toda la izquierda está en mi partido. Está en todos lados y busco siempre tender mis puentes con ella.
Para mí, no hay nada más detestable que criticar a la izquierda desde posiciones, digámoslo así, exquisitas. Que la izquierda está llena de energúmenos y descerebrados nadie lo podría discutir. Que las otras fuerzas no, eso no lo puedo aceptar. La izquierda tiene, por lo menos, el gran mérito de luchar por el pueblo, independientemente de sus posiciones. A la derecha no le interesa más que luchar por imponer el interés de la riqueza y de sus poseedores. La izquierda, mal que bien, lucha por la nación. Yo no veo que ninguna otra fuerza lo haga: lucha por el petróleo, por nuestra industria eléctrica, contra los monopolios informativos, por la justicia en el campo, contra la banca extranjera y contra todo lo nocivo que ve en contra de nuestro pueblo.
Estar con el pueblo, con las masas populares, con sus trabajadores, con sus mujeres, con sus niños, con sus indígenas, con nuestros exiliados en el norte, eso es, para mí, ser de izquierda. Sencillo y demasiado rupestre para los exquisitos al servicio de la gran riqueza concentrada que busca devorar al pueblo, su territorio y sus riquezas. La izquierda real está allí: pelada, maloliente, malhablada, provocadora, violentita a veces, inculta, sin valores éticos, oportunista, corrupta, a veces traidora, incapaz de hacer tratos, sin programa cierto, sin verdaderas alternativas que ofrecer. Pues sí, pero esa es la izquierda nuestra de cada día. Y no se piense que es mejor en otras partes del mundo o que sus adversarios aquí son mejores (muchas veces son peores). La sociedad, después de todo, no nos puede dar más de lo que ella misma es y nuestra izquierda es hoy una parte muy importante de ella.
La izquierda presente en el escenario nacional es ahora una fuerza poderosa, corposa, presente en todos lados, con voz propia, con un movimiento que es suyo y con un líder que la ha sabido conducir con inteligencia y hasta con un toque de sabiduría. Todos deberían ver Fraude, de Luis Mandoki, ahora que está disponible para todos. Lo que se ve en ese extraordinario documental es lo que yo llamo la izquierda mexicana del presente. Ahí estoy yo.
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