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jueves, febrero 08, 2007

EL NALGUIPRONTISMO DEL ESPURIO ANTE BUSH.

REFORMA.
Lorenzo Meyer.

¿La obviedad como política exterior?.

Toda política del gobierno mexicano hacia terceros países debe interpretarse también como una política hacia Estados Unidos.

El gran norte de nuestra brújula La política exterior que encabeza Felipe Calderón se empieza a parecer a la de su predecesor: muy obvia en su afán de identificarse con las posiciones norteamericanas.

En su visita a la reunión de Davos, la intervención de Calderón contrastó con la del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Mientras el mexicano criticó a esa parte de Latinoamérica que amenaza con retornar a las "dictaduras personales vitalicias" y a las "expropiaciones y nacionalizaciones que han causado un daño terrible" -una forma de referirse a Hugo Chávez, presidente de Venezuela- Lula se concretó a presentar su proyecto sin necesidad de contrastarlo con el de otros.

La crítica a Chávez es una tarea que tenemos que hacer los particulares, no el jefe de Estado de un país cuya política exterior, por mandato constitucional, debe apegarse al principio de no intervención. Además, y por lo que hace a las expropiaciones y nacionalizaciones, es claro que sin los recursos generados por una entidad expropiada y nacionalizada hace tiempo -Pemex- el gobierno mexicano simplemente no funcionaría.

El choque del gobierno mexicano con Chávez, y antes con Fidel Castro, sólo tiene una explicación racional: el intento de los responsables de la política mexicana por congraciarse con los poderes que residen en Washington.

Lo mismo puede decirse de las extradiciones a Estados Unidos de algunos narcotraficantes mexicanos a pesar de que éstos no hayan aún purgado sus condenas en el país.

El muy publicitado despliegue de fuerzas militares y policiacas en Michoacán, Tijuana, el "triángulo dorado" -Chihuahua, Durango y Sinaloa- o en Guerrero, tiene parte de su razón de ser en la necesidad del nuevo gobierno de enfrentar el reto que desde hace tiempo le lanzó el narcotráfico, así como el deseo de aparecer como autoridad decidida.

Pero a lo anterior debe sumarse el intento de lograr un impacto inmediato entre los líderes y el público norteamericanos.

Nuestros cuatro puntos cardinales son el norte.
En realidad es natural que el discurso y la política de Calderón en su primer viaje a Europa estuvieran en parte diseñados en función de Estados Unidos.

Ése ha sido siempre el caso desde que México se independizó; lo diferente ahora es el hacer pública la voluntad de coincidir con Estados Unidos.A la larga, una estrategia abiertamente diseñada para acompañar y respaldar a Estados Unidos en sus complicadas andanzas por el mundo sirve muy poco al interés mexicano.

Uno de los mejores aspectos de nuestra diplomacia había sido su sutileza, su capacidad para no aparecer como obsequiosa con las posiciones, intereses y presiones del gobierno norteamericano en el mundo.

En ese esfuerzo por mantener, o al menos aparentar, la existencia de una independencia relativa, residió casi toda la gracia de la política exterior mexicana, desde el siglo XIX hasta el debate sobre Iraq en la ONU en el 2003.

Los precedentes.
En los 1820 el interés mexicano por dar forma a una alianza con otros países latinoamericanos para independizar a Cuba, tenía como objetivo tanto expulsar a España como neutralizar la influencia norteamericana en el Caribe.

La búsqueda desesperada de colonos extranjeros para poblar Texas -política que falló al permitir el ingreso a esa provincia de norteamericanos protestantes y esclavistas- estaba motivada menos por el interés en Texas misma y más para enfrentar el inicio del expansionismo del vecino del norte.

La búsqueda de los conservadores de un príncipe europeo para México tenía como principal motivo lograr el apoyo del viejo continente para acotar la influencia norteamericana.La decisión de Porfirio Díaz de favorecer la inversión europea, e incluso de establecer lazos con Japón, buscaba no sólo la modernización de México sino crear intereses de potencias distintas a Estados Unidos para neutralizar la influencia de éste en México.

La misma lógica puede aplicarse a las decisiones de Díaz en relación a Cuba en 1898 y a Centroamérica -en particular, Guatemala y Nicaragua.Los acercamientos de Victoriano Huerta a Inglaterra en 1913 o el de Venustiano Carranza a la Alemania del káiser en 1917, fueron motivados por la búsqueda de aliados para contener las presiones norteamericanas.

El establecimiento de relaciones entre el régimen mexicano y la Unión Soviética en 1925 no fue tanto un resultado de las simpatías de Plutarco Elías Calles hacia los bolcheviques sino de su deseo de manifestar su independencia frente al vecino del norte, que en esa época no reconocía a los soviéticos.

La misma razón permite comprender el apoyo de Calles a los liberales nicaragüenses de Juan Bautista Sacasa, entonces en conflicto abierto con Estados Unidos.Durante la Guerra Fría, México tuvo que asumir con cuidado sus posiciones en Naciones Unidas pero sobre todo en la Organización de Estados Americanos.

Los gobiernos mexicanos de entonces eran anticomunistas, pero no pusieron ahí el énfasis en su relación con el exterior. Así, su negativa a romper relaciones diplomáticas con la Cuba socialista fue la manera que los dirigentes encontraron para subrayar su independencia relativa (y para evitar que los cubanos apoyaran a la guerrilla en México).

Lo mismo se puede decir de la estrategia hacia Chile tras el derrocamiento de Salvador Allende en 1973. El triunfo de los rebeldes sandinistas en Nicaragua en 1979, dio pie a que México se involucrara en Centroamérica para intentar moderar la decisión norteamericana de mantener a sangre y fuego el statu quo en la zona.

En todos los casos, la lógica de la posición mexicana revela una forma indirecta de enfrentar a Estados Unidos en la región y no un genuino interés por Centroamérica.

Uno de los últimos capítulos de esta relación triangulada con Estados Unidos se escribió en Europa. El gobierno de Ernesto Zedillo decidió aceptar la llamada "cláusula democrática" con Europa, pese a que era una interferencia en los asuntos internos mexicanos, a fin de lograr la firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea.

Se trata de construir una especie de "balance del poder" internacional dentro de México para disminuir la dependencia creada por la firma del tratado de libre comercio de 1993 con Estados Unidos y Canadá.

Desde luego que la posición apoyada por Adolfo Aguilar Zinser en el Consejo de Seguridad de la ONU en el 2003, la que se oponía a dar a Estados Unidos el tipo de resolución que George W. Bush demandaba para legitimar su inminente invasión de Iraq -elemento central de un plan maestro para reestructurar políticamente al Medio Oriente-, irritó al Departamento de Estado y a la Casa Blanca al punto de que le costó el puesto a Aguilar.

Sin embargo, la posición de México en la ONU no buscaba proteger a Saddam Hussein y su dictadura, sino a México, al oponerse a la acción unilateral de parte de la mayor potencia mundial contra un país periférico, como el nuestro.

No son necesarios más ejemplos, con lo expuesto es suficiente para mostrar que la política de México hacia terceros países se tiene que pensar siempre no sólo en función de su valor intrínseco sino, sobre todo, de su impacto en la relación con nuestro poderoso vecino del norte.

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